-¿Eres oriundo de aquí?, -me preguntó Fernando Aceves cuando por fin di con el café en el que me esperaba
-No, pero estoy desde el 80 aquí, llevo 36 años
-Ya es un buen rato
-¿Y tú?
-Yo soy originario de la Ciudad de México pero mi madre es originaria de Coatepec entonces el área de Xalapa está muy vinculada a mis raíces. Mi padre era de Michoacán, yo crecí en el DF pero siempre tuve una influencia grande de los lugares de origen de mis padres.

Comenzábamos a platicar cuando aparecieron, cual conejillos extraídos de la chistera de un mago, Lucio Sánchez y Óscar Javier Martínez, Oxama, colega oaxaqueño de andanzas jazzeras radiofónicas y editoriales quien, sin dilación alguna, sacó esa grabadora suya que más parece granada de mano. La mía, pequeña y modesta, no se amedrentó y procedió a fotografiar la voz que informaba de las causas que llevaron a su cámara a disparar a quemarropa sin sospechar que, un cuarto de siglo después, sus registros de los devenires musicales habrían de colocarse entre los más preciados del país:

«En realidad yo procedo de una familia en la que no hay artistas, no tengo una influencia directa, a nivel familiar, de esto sino que las influencias se fueron dando y se siguen dando. A pesar de haber sido un niño que veía mucha televisión, tampoco era mi fuente de información, haciendo una retrospectiva no fue una fuente de la que viniese todo aunque había ciertas cosas que sí me marcaron, por ejemplo, te puedo hablar de la Señorita Cometa que era una serie muy popular en la década de los 70, esa fue una manera mía de conocer la cultura japonesa pero de una manera occidental. Ese es un ejemplo pero este tipo de series me cuestionaban la existencia de otras culturas y me enfocaba en los detalles, siempre he sido una persona para la que el detalle es lo que hace un universo.

«El cine también fue una ventana fundamental al mundo. Provengo de una familia de clase media que no viajaba al extranjero, cuando yo tenía 16 años mi padre me llevó a la frontera pero, en realidad, los viajes que hacíamos eran dentro del país entonces siempre fui muy inquieto por conocer las cuestiones externas, por saber qué sucedía afuera y digo todo esto porque es algo que en el futuro definitivamente influenciaría todo mi trabajo, mi trabajo está enfocado mucho al arte de gente que no es de aquí.

«La fotografía, para mí, no fue una cuestión de decisión ni de preparación, no estudié para eso, mi formación es totalmente autodidacta y, por lo tanto, las decisiones las han ido tomando conforme se van presentando. Sobre el camino decides si es correcto o no es correcto y ya si te equivocas, pues no pasa nada, fue una experiencia, así ha sido mi carrera, una renovación constante. Siempre trato de visualizar cosas nuevas, de cambiarle de página al asunto porque considero que, finalmente, uno no tiene mucho tiempo entonces hay que moverse rápido.

«Comencé en la fotografía por influencia de un amigo que estaba yendo a estudiar a la Escuela Activa de Fotografía y su papá, primero, le compró una cámara mecánica de 35 mm, después una cámara de gran formato y la verdad es que a mí me fascinó el instrumento como tal, los lentes, que son ojos de diversas coberturas. De entrada, la cuestión técnica me gustó muchísimo pero nunca pensé dedicarme a esto. Poco a poco le preguntaba y le preguntaba y le preguntaba y él me respondía y decidí tomar un camino propio. No sabía ni lo que iba yo a fotografiar pero fotografiaba, había un desorden absoluto en lo que hacía pero, bueno, finalmente no hay orden en la visión de uno, en el día a día ves cosas que no tienen nada que ver unas con otras. Imagínate si nosotros, por la vida, anduviéramos temáticos [carcajadas].

«Al principio mis amigos me decían oye Fernando, ve a tal fiesta porque tú tomas las fotos; no había celulares ni nada de eso, las fotos las tomaba una sola persona, el que traía la cámara. El fotógrafo tenía un poder muy especial, ahora eres totalmente ignorado porque ya todo mundo produce sus propias imágenes, eso es un arma de dos filos porque la tecnología en esta época es el principal aliado de los fotógrafos, saber usar correctamente la tecnología te permite sacarle provecho y eso te hace diferente, claro, aunado a la experiencia. Cuando un fotógrafo me empieza hablar de cosas tradicionales, que yo traigo mi Leica de rollo y toda la cosa pues está bien pero, finalmente, si la tecnología existe es para poder sacarle provecho para lo que uno haga, por eso soy alguien demasiado metido en eso».

Hizo una pausa para lubricar su garganta con un profuso trago de esa cerveza que, ante la indiferencia de su propietario, amenazaba con calentarse. En ese momento Oxama, con felina agilidad arremetió:

«A mí me llama mucho la atención la época en la que empieza tu trabajo, concretamente en plena época de la música de rock en México cuando no había infraestructura. Era un momento muy estéril para el rock en México pero tú, poco a poco, comienzas a convertirte, de alguna manera, en un referente, me gustaría mucho que nos platicaras cómo fueron tus inicios»

Una vez satisfechos el fotógrafo y la chela por el efímero pero eficaz romance, el de la cámara continuó:

«Yo crecí, sobre todo, en la década de los 80 lamentando que, por ejemplo, el Estadio Azteca no fuera un lugar para hacer rock. Avándaro dejó un saldo rojo, fue un evento mal hecho, todo estuvo mal ahí y eso costó muchos años de silencio, luego escucho gente que organizó el festival y que se vanagloria, yo no me vanagloriaría de ello, a mí me daría pena haber sido uno de los causantes de tal desmadre, de que por una mala logística todo se fuera al carajo por mucho tiempo. Yo surjo justo cuando esto explota, en el año 9, y de manera casual empiezo a hacer fotografía para Ocesa que es el primer promotor que empieza a traer conciertos de rock, en serio, a México».

«Mi ejercicio arranca en el carril de alta [risas], no es una cuestión de haber dicho primero trabajé en el periódico Excélsior o en otros lados, comienzo con ellos y, sin darme cuenta, ya estaba yo frente Paul McCartney, estaba frente a Pink Floyd, estaba frente a Madonna, o sea, empecé a conocer a los grandes íconos del rock, los que vinieron a pagar esa deuda que existía con los amantes del rock en México y tuve la suerte de poder documentar esa llegada espectacular.

«Mi carrera empieza en el 91 pero siento que la evolución de mi trabajo fue muy rápida, te puedo hablar del 91, luego del 92, del 93 y ya estaba dando saltos brutales, ahora llevo 25 años como fotógrafo de música y siento que los procesos están tomando más tiempo, son más lentos, el tiempo de cocción está aumentando, no sé a qué se deba, quizá tenga que ver con que ahora todo está estandarizado. Antes, la diferencia entre una cosa y la otra era inmensa y ahora las diferencias son cortitas, para empezar, las bandas no duran lo que duraban, todo es efímero, te cuento con los dedos de una mano las bandas que verdaderamente están haciendo algo en esta época a la altura de un Led Zeppelin o de un Pink Floyd o de un Rolling Stones, por ejemplo».

La conversación rockera entre ambos fue bastante más extensa, ya Oxama se encargará de publicarla, yo aproveché un descuido de ambos para contraatacar:

«¿Hay diferencia, o cuáles son las diferencias entre fotografiar jazzistas y fotografiar rockers? porque las intenciones, las energías, las expresiones son distintas. ¿Tu visión como fotógrafo varía entre el rock y jazz?»

«Antes sí, ahora yo creo que ya todo lo tratas por igual porque ahora la foto adquiere un carácter más documental, ya no es fotografiar a alguien, más bien se trata de fotografiar al momento que está sucediendo, a mí ya no me importa qué bandas van a estar en un cartel. El fin de semana pasado estuve en un festival en Monterrey, de esos masivos de 60 000 gentes, estuve trabajando para el organizador de ese evento pero, en realidad, no hubo bandas que me llamaran la atención sino que más bien era un tema de estar documentando lo que estaba pasando.

«Estos festivales son muy interesantes porque van y vienen las bandas, van y vienen los técnicos de diferentes grupos, es como un zoológico y tú estás documentando a las diferentes especies que hay ahí, los entornos de los grupos de rock en México provienen de las tribus urbanas y a veces es mucho más interesante mirar a un técnico que mirar a un músico. Yo estuve haciendo un ejercicio, había un tipo muy interesante, era técnico de un guitarrista de un grupo mexicano de rock, el tipo estaba sin camisa, si yo no lo hubiera visto limpiando guitarras y procurando que todo estuviese tranquilo, hubiese jurado que era un homeless. Le empecé a tomar fotos a lo largo del día, no es que lo estuviese siguiendo, me lo encontraba y lo retrataba comiendo o haciendo otras actividades. Cuando haces eso, de repente llega un momento en el que haces una edición, juntas cuatro o cinco fotografías de ese mismo personaje y ya se vuelven una historia, en este caso, una historia hecha en el entorno de un festival de rock en Monterrey. Actualmente esa es, un poco, la tónica».

Fernando vino para presentar, en el marco del Xalapa Jazz Festival, su exposición 25 miradas al jazz que, por cierto, seguirá montada hasta el 20 de julio en el Centro Recreativo Xalapeño, aún tienen tiempo de visitarla, no se la pierdan. Le pedí que nos hablara sobre esa muestra:

«Las 25 miradas de jazz fue una muestra que se armó especialmente para traerla aquí a Xalapa, en el marco de Festival de Jazz. Son 25 momentos de 25 músicos famosos internacionales. El jazz es un proyecto que nunca sé qué voy a hacer con él, pero lo hago, siempre estoy desarrollándolo porque es mejor desarrollar un proyecto con lo que ya tienes que decir tengo un proyecto y lo voy a hacer. Yo creo que el tema de la fotografía es hacer las cosas y después ver qué haces con eso porque a la inversa es difícil, es como decir voy a ir a Cuba a hacer foto y voy hacer una exposición regresando, mucha gente lo visualiza así pero yo creo que no, vas a Cuba varias veces, tomas fotos y ya después ves qué haces con eso».

La semana que precedió al festival me pidieron el texto de sala de la exposición, me hicieron llegar las imágenes, las observé con detenimiento varias veces y, a la hora de redactar, lo primero que vino a mi mente fue: «Algo, muy íntimo, le dice Antonio Sánchez a sus tambores, algo que está naciendo en ese instante en que las escobillas arañan, suavemente, al cuero para arrancarle un susurro que vaya hasta la masa de fantasmas rojizos que, en el fondo, presencia la comunión del ser y su instrumento». (El texto completo aparece, aquí mismo, con el nombre Fernando Aceves, 25 miradas sincopadas). Cuando lo tuve enfrente, chela en mano, le pregunté cómo consigue captar ese nivel de intimidad:

«Para lograr la intimidad en la fotografía van a influir mucho los lentes con los que trabajes, yo ya me he vuelto enemigo del telefoto porque te acerca pero te da una toma plana; con el lente abierto tú te tienes que ir a acercar al sujeto y entonces vas a tener varios planos en la imagen y esos varios planos serán la intimidad porque te da la conciencia de la perspectiva, de la distancia. La fotografía se debe de ver antes de hacerla para que cuando la hagas, ya sepas lo que estás haciendo y no sea como dicen los gringos, random, a ver qué agarras. No es lo mismo ir a ver qué agarras que saber por lo que vas».

-Yo ya le dije que se vaya a la chingada porque la estúpida esa…-Le dijo una mujer a otra mientras pasaban por la banqueta justo frente a nosotros. Tan enjundiosa declaración nos provocó una carcajada tan sonora y prolongada que fungió como punto final de la entrevista.

Vayan al Centro Recreativo Xalapeño, créanme, me agradecerán la recomendación.

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