A finales del siglo XIX, los hermanos Lumière oficiaron por vez primera en la historia un acto que, en los umbrales del siguiente siglo, habría de agrandar George Méliès, se trataba de una magia mayor que sedujo, acompañó y llenó de asombro, de pesar y de placer a la humanidad entera a lo largo de todo el siglo XX: el cine.

Ya he recordado en esta columna aquel pasaje de Cien años de soledad en el que los habitantes de Macondo «Se indignaron con las imágenes vivas que el próspero comerciante don Bruno Crespi proyectaba en el teatro con taquillas de bocas de león, porque un personaje muerto y sepultado en una película, y por cuya desgracia se derramaron lágrimas de aflicción, reapareció vivo y convertido en árabe en la película siguiente».

En Cinema Paradiso, Tornatore retrata fielmente el sentimiento de comunidad y la preocupación que, en los sectores más conservadores, despertaba el cine, y el gran amor que le indujo un proyeccionista a un niño que terminó atrapado en sus redes. Eso era el cine, una comunión colectiva, una imprescindible caja de sorpresas, un hábito vital.

Los provincianos que arribamos a Xalapa a fines de los años setenta, nos encontramos con un caudal de venturosas novedades, quienes, como yo, veníamos de un clima extremadamente cálido, igual que al coronel Aureliano Buendía alguna vez su padre lo llevó a conocer el hielo, la capital nos enseñó de golpe, sin aviso ni piedad, las inclemencias de la humedad y el frío pero de la misma forma nos maravilló con la neblina, con el sabor y, sobre todo, el aroma del café, y descubrimos asombrados los embrujos de las artes escénicas, las plásticas, el cine, el jazz y otras yerbas. En mi caso, gracias a las muestras nacionales e internacionales, y a los cineclubes de la Universidad Veracruzana y el Ágora de la Ciudad, nombres como Charles Chaplin, Federico Fellini, Ingmar Bergman y Akira Kurosawa fueron integrándose a mi acervo y, sobre todo, a mi repertorio de sensaciones y querencias. Brubeck, Desmond, Chick Corea y Weather Report, por su parte, hacían de las suyas en los terrenos sónicos.

Después vino el invento del videocasete, esa inserción domiciliaria de la modernidad que, en sus orígenes, lejos de alejarnos de las salas de proyección, nos aproximaba a ellas porque era un alimento incesante de la pasión por el arte que relegan al séptimo sitio. El acceso irrestricto a las producciones recientes o históricas representaba un estímulo para estar pendientes de los estrenos, de los ires y venires de actores, directores y productores, de todo aquello que aún no hubiera sido trasladado al formato Beta.

La ciudad se llenó de cineclubes y nos afiliábamos a todos, la posibilidad que ofrecían de conseguir dos o tres credenciales por el precio de una sola suscripción, fomentaba el intercambio entre familiares y cuates. Todo mundo tenía la cartera llena de membrecías de esos establecimientos y las visitas a ellos se convirtieron en parte ineludible de la rutina vivencial. Unos meses después sobrevenía el desencanto porque, agotadas las pocas opciones dignas de nuestra exigente mirada, el resto de la oferta se constreñía a los designios comerciales de lo más anodino de la producción hollywoodense y lo más dudoso de la cinematografía nacional pero un día, así, nomás de pronto, en esta ciudad que es manantial de arena y nacimiento de múltiples líquidos caminos, apareció un nuevo venero, Zafra Videoteca, venerado surtidor de materiales oníricos transportados del celuloide a la cinta magnética que permitía escudriñar en pleno la obra de los grandes maestros italianos, rusos u orientales.

Las casas provistas de televisión y videocasetera se convertían en recitos donde se organizaban funciones o pequeños ciclos de cine al que acudíamos familiares o cuates avituallados con un six o una botella de vino, y entre botanas y tragos participábamos juntos de la imaginación desmesurada de Fellini, la densidad existencial de Bergman, la tenacidad de Herzog y el infierno de sus personajes, la denuncia de Costa-Gavras, la irónica crueldad de Kieślowski.

El internet trajo consigo un monumento a la soledad, una suerte de autismo voluntario al que nos conducen las laptops, las tabletas, los teléfonos que parecen más inteligentes que nosotros. La cinefilia actual se circunscribe a los lineamientos de las plataformas especializadas cuyo catálogo, por extenso que parezca, recuerda aquellos primeros videoclubes que privilegiaban el cine comercial.

Tras varios meses de resistencia, Zafra Videoteca ha sucumbido, la semana pasada me encontré a Roberto Jiménez, su fundador y promotor, me invitó un café y le saqué la sopa:

«El Ágora se inauguró en el 79 y yo fui director del 80 al 82. No había quién programara cine, a mí me gusta mucho y empecé a ir a la Cineteca Nacional cuyo director era Alejandro Pelayo (curiosamente, actualmente otra vez es el director), y a las embajadas y empecé a ver que había muchísimas películas que no se habían estrenado en Xalapa, como Amarcord. Los de las distribuidoras me decían éstas nunca se pasaron en Xalapa y yo decía ¿cómo?, no puede ser si Amarcord, para mí, es la mejor película de Fellini. Empezamos a trabajar muchísimo, teníamos muchísimas funciones de cine, hasta llevábamos, algunas veces, a [la Facultad de] Artes Plásticas porque no tenían ni quién les pasara cine, y la gente empezó a ir al Ágora, esa labor me gustó muchísimo.

«Conocí a Jorge Sánchez, que ahora es el director de IMCINE, él tenía Zafra Cine en el 80, él manejaba siempre el cine de calidad, el cine que nadie quería programar como le pasa actualmente a las buenas películas que no llegan a las salas de cine o están nada más una semana y salen, sobre todo le pasa al cine mexicano que tiene que hacer una lucha muy fuerte para que lo programen porque no tiene espacios de difusión o son muy limitados, le ponen muchas trabas, le ponen funciones a las 11 de la noche o a las nueve de la mañana que son horarios en los que no va mucha gente al cine, no dan el tope mínimo y van para afuera.

«Así nació Zafra, con cine de calidad, yo no le llamo de arte porque para mí todo el cine es arte, sea bueno o malo pero hay uno de mucha calidad y ese es el que Zafra promovía.

Roberto Jiménez, el general en su laberinto (Foto tomada de su cuenta de Facebook)
Roberto Jiménez, el general en su laberinto (Foto tomada de su cuenta de Facebook)

Me parece muy triste que haya desaparecido porque, por ejemplo, del Beta al VHS fue mínimo el número de películas que desaparecieron y ya no puedes volver a encontrar. Yo tenía una colección de seis mil películas en VHS pero en el paso al DVD se perdieron como tres mil títulos, son películas que ya no puedes volver a ver pero tuve que hacer el cambio porque de plano ya nadie quería el VHS porque todos se metieron al DVD así que tuve que vender ese acervo pero, como desde los 80 estoy viendo cine, sé que hay un montón de películas que la gente sería feliz viéndolas pero la cultura se va volviendo Netflix, es increíble, la gente no quiere salir, tal vez también por la inseguridad.

«Hay un avasallamiento del cine gringo y eso nos afecta mucho, en Europa sucede lo mismo, los rusos se quejan de lo mismo que nosotros pero no tienen el cine gringo tan cerquita como lo tenemos aquí donde apenas salen del cine las películas y ya están en la piratería, ya están en el DVD, ya están en el Blue Ray.

«Hubo mucha gente de la comunidad xalapeña que defendió Zafra pero nada más en internet, me decían no cierres, no cierres, Zafra es parte de mi historia, con Zafra aprendí muchísimas cosas. Fueron más de medio millón de personas las que me dijeron que no cerrara, yo no sé de dónde salió tanta gente, y dije ok, no cierro pero vengan porque Zafra se nutre de lo que renten, de lo que vean, no nada más de que le pongan like entonces propuse un bono de 250 pesos con el que podías rentar 20 películas. Yo ponía el cincuenta por ciento, la renta costaba 25 pesos pero comprando el bono te salía a 12.50. Les dije que con 150 bonos ya podía capitalizarme un poco y podríamos seguir luchando juntos.

«Creo realmente que Zafra ya era de la comunidad, ya no era tanto un negocio. Yo nada más quería seguir comprando películas y sacar los gastos, que se pagara el personal, la renta, el Seguro Social pero como la gente no iba empecé a endeudarme y endeudarme.

«Para mí fue muy bonito, fueron 28 años y creo que pudimos haberlo salvado, el bono pudo haberme ayudado muchísimo pero ¿sabes cuántos vendí?, 42 así que tuve que empezar a vender el acervo. Ya hice la primera etapa en la que vendí las películas a 100 pesos, se vendió una buena parte pero tengo que venderlas todas porque no puedo llevármelas a ningún lado, todavía quedan como seis mil.

«Ahora estoy en una nueva etapa en la que las estoy vendiendo a 50 pesos con una compra mínima de 500 pesos con los que puedes llevarte 10 películas realmente muy buenas, todavía quedan muchas cosas. Estamos abriendo de cinco de la tarde a nueve de la noche solamente para la venta de películas».

La dirección de Zafra Videoteca es José María Mata 46. Colonia Centro. C.P. 91000. El teléfono fijo es (228) 8120187, a través de él pueden hacerse pedidos de fuera de la ciudad. La verdad es que se trata de una ganga muy tentadora, apúrese a ir, no vaya a ser que se acaben porque el precio es realmente simbólico. Además de dar like, hay que apersonarse y comprar.

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