—¿Qué me contestarías si te pregunto para qué sirve la poesía?
El Gurú me ha soltado la pregunta a bocajarro, al subirse al vehículo en el que emprenderemos un corto viaje al Puerto de Veracruz. Entre el semáforo que se pone en verde, el arranque del coche y el saludo al maestro, me quedó sin qué decir de inmediato, pero me repongo y le contesto:
—Pues yo creo que para nada. O, bueno, para enamorar a alguna hermosa dama y derribar con endechas la fortaleza de sus negativas.
—Pues te equivocas totalmente. Al menos, eso no es lo que pensaba Francisco Franco, el dictador español, que se ensañó en encerrar hasta la muerte al gran poeta español Miguel Hernández y luego lo prohibió en España durante todo el tiempo que estuvo en el poder. Por fortuna, la poesía es más fuerte que cualquier poder político, y por eso las obras de Miguel sobrevivieron a la censura franquista y ahora pueden ser leídas y cantadas por todos los españoles y por todo el mundo.
Yo no tuve más remedio que darle la razón, y más cuando recordé los versos combativos de los poetas sociales de América Latina, encabezados por Pablo Neruda, que tantos corazones movieron en las luchas contra las dictaduras de los años 70 del siglo pasado.
—Y debo hacerte una confesión, Saltita, —prosiguió el maestro— yo me he dejado llevar por la emoción de hacer poesía, y de repente he escrito algunos versos libres. Nada del otro mundo —la humildad es una fase de su carácter que conozco por primera vez—, pero puedo decirte que me siento cómodo con la poesía, porque te permite decir las cosas con mayor claridad, aunque parezcan muy oscuras en una primera lectura.
El Gurú se quedó pensativo, como dudando, y después de un momento me confesó:
—Quiero compartirte un poema que me salió al calor de la guerra sucia en que se han convertido las campañas electorales en Veracruz. Hablo del tema como se debe hablar en poesía, sin mencionarlo directamente, y espero que te diga algo a ti y a algún otro lector que un día se asome a mis pobres versos. Ahí te van, y sólo espero tu indulgencia:
La ignorancia es la base bélica.
Repito:
la guerra radica en la ignorancia.
La certeza sincroniza el deseo de presunción
que guía al mayor grado de humildad masiva.
En un terreno avaro,
el impacto del desorden recae
en expresiones sospechosas
que invitan al miedo,
que rechazan una bienvenida,
que atraen una inquietud por lastimar,
cuando en la profundidad real
la inquietud es descansar,
es dormir y soñar con el porvenir,
siempre y cuando despertemos
después de descansar,
de soñar el porvenir,
para actuar en lugar de sólo decirlo
y no existir tanto.
Sólo así encontraremos el portal
hacia la tímida paz.
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