Ayer hablé de la muerte de Esther Cidoncha (Ver: Adiós, Esther Cidoncha, descansa en jazz) y de su permanencia en el mundo a través de su obra, esto es cierto pero también lo es el hecho de que, tarde o temprano, pasará al olvido. ¿Quién pintó las pinturas rupestres?, ¿quiénes hicieron las pirámides de Egipto?, ¿quiénes las de Teotihuacán?, ¿de cuántos artistas de todas las épocas no queda el menor vestigio?
Todas estas reflexiones las hice a partir de que Facebook me recordó que, hace siete años, me hice amigo de una mujer con la me unían al menos 15 años de bella amistad. «Pues ahora, por decreto de Facebook, ¡somos amigos!», me puso en aquella ocasión. Al releerla volví a ver su risa gigantesca, sinfónica y traslúcida. Desde hace cuatro años, esa risa se ha extinguido de la tierra.
Jamás la olvidaré pero, por ejemplo, indubitablemente hubiera estado en las marchas de la UV sin embargo no la busqué, no extrañé sus gritos, no pensé en ella, esa es la verdad.
Con el tiempo nos acostumbramos a las ausencias y, al hacerlo, vamos condenándolas, poco a poco, al olvido. Netzahualcóyotl y Wisława Szymborska me ayudaron a decirlo en soneto
La memoria, moneda inestable
Como una pintura nos iremos borrando,
como una flor
hemos de secarnos
sobre la tierra,
cual ropaje de plumas
del quetzal, del zacuán,
del azulejo, iremos pereciendo
Netzahualcóyotl
La eternidad de los muertos dura
mientras se les paga con memoria,
moneda inestable. Y no hay día
en que alguien no pierda su eternidad
Wisława Szymborska
Inquieta, peregrina, vaporosa
la vida es, como nube, transitoria,
presentación feliz, mas perentoria
como coreografía de mariposa.
Frágil primavera, flor misteriosa
ofrendada a la luz celebratoria
del ritual que condena a la memoria
a empolvarse, invidente y silenciosa,
en un estante inhóspito y umbrío.
Ninguna llama quedará encendida,
una a una sucumbirán al frío.
No habrá jamás retorno, ni salida
del olvido meticuloso, impío.
Peregrina y deleble es nuestra vida.
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