Antonio Muñoz Molina es un escritor que admiro y respeto mucho, he pasado largas horas de dicha genuina leyendo sus novelas y sus colaboraciones en el diario español El País. Es, entre otras cosas, un gran conocedor del jazz, su vasto conocimiento más su gran capacidad narrativa han producido líneas espléndidas que glorifican y agrandan a esta música, sin embargo me permitiré un disenso. En su texto Aires del jazz, publicado, precisamente, en El País en julio de 2002, afirma:

«El jazz no nació, como quiere la leyenda, en los prostíbulos de Nueva Orleans, aunque durante unos años sonara jovialmente en ellos»

Hace una larga argumentación con la que coincido pero que me parece que no sustenta la premisa planteada. En otra colaboración hablaré de ella, por lo pronto quedémonos con esta afirmación. Para refutarla recurriré a una pluma harto más calificada que la mía, la de James Lincoln Collier y me referiré, específicamente, a la biografía de Louis Armstrong que escribió cuyo Capítulo 5 se titula, precisamente, El jazz nació en Nueva Orleans.

«Durante más de tres siglos –explica-, mientras los negros eran llevados al nuevo mundo, en África existían unos dos mil grupos tribales que hablaban cientos de idiomas y que, por supuesto, tocaban infinidad de músicas diferentes. Pero a pesar de esta diversidad, lo que todas tenían en común era una gran preocupación por el ritmo. El principio esencial de la época (y hasta cierto punto también de la actual) era la superposición de dos o más esquemas rítmicos. Simplificando, esto podría significar tres golpes en un tambor contra dos en otro. Sin embargo, rara vez era tan simple. Con más frecuencia había de tres a seis instrumentos tocando una compleja figura rítmica, cada uno en un tiempo diferente. Al cruzarse los tiempos, se emparejaban en ciertos momentos para luego volver a apartarse (…) Esto es lo que proporciona la tensión en la música».

Los esclavos llegaron al nuevo mundo con sus instrumentos, cuando los esclavistas descubrieron que con ellos eran capaces de comunicarse a kilómetros de distancia, se los prohibieron por el temor a que pudieran planear una sublevación. Pero, por otro lado, la violencia con que fueron arrancados de su tierra y la imposibilidad de volver a ella sumadas a las condiciones inhumanas con que eran tratados, provocaba en ellos un tristeza tan profunda que podía llevarlos a la muerte, para contrarrestarla, durante el siglo XVIII y parte del XIX, les permitían reunirse periódicamente para cantar su música y cantar.

«Tenemos varios relatos de primera mano de estos bailes –continúa Lincoln-, en especial los más famosos que tenían lugar cada domingo en el Congo Square de Nueva Orleans, ubicado cerca de lo que después sería el Storyville.

«Pero aunque los negros transportados pudieron conservar su propia música hasta cierto punto, se veían muy presionados por la música europea que existía en Estados Unidos… himnos religiosos, música bailable, marchas militares, arias de ópera, sonatas de piano».

Con todos estos elementos fueron surgiendo los géneros que posteriormente nutrirían al jazz: canciones de trabajo, spirituals, lamentos callejeros y campesinos en un primer momento y, posteriormente, el ragtime y el blues.

Con el tiempo, algunos compositores blancos empezaron a utilizar estas formas porque encontraban en ellas cierto exotismo que las hacía interesantes y atractivas.

«En los últimos años del siglo (XIX) el ragtime, que antes había sido una música ‹divertida›, interpretada sobre todo por negros en las tabernas y burdeles, aunque no en forma exclusiva, se elevó hasta convertirse en una furibunda moda nacional e incluso internacional».

A principios del siglo XX ya estaban dados todos los elementos para el nacimiento del jazz, proceso evolutivo que se dio en Nueva Orleans durante las dos primeras décadas.

Son varios los testimonios que refiere el autor para conferir a Nueva Orleans la condición de cuna del jazz, solo citaré el de Pops Foster: «Después de que surgieron los sujetos de Nueva Orleans, los del este y los del oeste, todos ellos querían tocar como los sujetos de Nueva Orleans»

«¿Pero, por qué en Nueva Orleans? –continúa-. Las orquestas de ragtime y de marchas eran omnipresentes en todo Estados Unidos. Los blues se cantaban por todo el sur. Los elementos se hallaban en su sitio en una decena de ciudades (…) Existe la posibilidad de que, quizás, el ragtime hubiese atravesado la línea del jazz aun sin el ejemplo de Nueva Orleans. Pero los músicos de Nueva Orleans llegaron primero.

«La única pieza del rompecabezas que solo existía en Nueva Orleans era la subcultura criolla negra. No caben dudas de que los criollos negros jugaron un papel fundamental en la formación del jazz (…) después de la generación de Bolden, que estuvo conformada principalmente por músicos de ragtime, muchos de los jazzistas más importantes fueron criollos negros: el trompetista Buddie Petit, el trombonista Kid Ory, el pianista Morton, el clarinetista Sidney Bechet. Todos ellos tocaban el rag con ‹swing›, al igual que los negros puros de su generación»

Nueva Orleans es, pues, el lugar donde nació el jazz y el estilo Nueva Orleans es el primero que puede denominarse jazz. Recientemente se creó en Xalapa un ensamble que interpreta este tipo de música. La formación fue casi azarosa, el calendario escolar de este año empezaba el 4 de enero pero a los maestros de base le repusieron algunos días que quedaron pendientes del año pasado, esta disposición no incluía a los becados por lo que la Xalli Big Band solo disponía de la mitad de sus integrantes para iniciar sus actividades. Ante tal situación Raúl Gutiérrez, director de la orquesta, impartió a quienes estaban en actividades un curso del estilo Nueva Orleans. La respuesta fue tan positiva que, con parte de los músicos que acudieron, se formó el ensamble Xalli, Happy Stomper’s.

Un par de circunstancias anecdóticas aderezan a la nueva agrupación:

Raúl Gutiérrez
Raúl Gutiérrez

Hace algún tiempo, Raúl Gutiérrez se encontró, en algún bazar, con un saxofón en Do que es un instrumento que se usaba mucho en Nueva Orleans pero ya no se fabrica, el ejemplar que consiguió está fechado en 1917, solo le falta un año para ser considerado antigüedad. Lo mandó a restaurar y lo usa en el ensamble.

En ese mismo afán pepenador, hace un par de años se encontró con un saxofón bajo, propiedad de la Banda del Estado, que no se usaba porque estaba prácticamente en ruinas. Habló con los responsables y le permitieron usarlo con la condición de que él se encargara de la restauración. Tras un proceso de dos años el instrumento está, quizá no como nuevo pero sí listo para recordar sus mejores momentos. Ese instrumento también forma parte de la dotación del ensamble.

Raúl Gutiérrez en la dirección, el saxofón en Do y el clarinete, Nicolás Morales en la trompeta, Israel Valencia en el saxofón soprano y el clarinete, Marco Rodríguez en los saxofones bajo y barítono, Erick Salazar en los saxofones alto y tenor, Yamil Scoot en el trombón, y Jesús Rodríguez en la batería son los músicos que conforman el ensamble Xalli, Happy Stomper’s. Todos son integrantes de la Xalli Big Band que se han unido para investigar y recrear la música de Nueva Orleans de principios del siglo pasado, y difundirla a través de conciertos didácticos y demostrativos ya que es muy poco conocida en nuestro estado. Ya han dado algunos conciertos, el próximo está programado para el sábado 30 de abril en las instalaciones de la Feria Internacional del Libro, a las 10:00 de la noche. La entrada, por supuesto, no tiene costo alguno. Qué mejor manera de celebrar el Día Internacional del Jazz que con la música más antigua del género. No falten.

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