Estimada Verónica de la Medina de Yunes, antes que otra cosa te mando un saludo cordial y mi felicitación porque junto con tu esposo has logrado cumplir tus sueños iniciales, y trabajan ambos para coronar la gran ilusión de servir a Veracruz, que eso significa para ustedes ocupar puestos dentro de la administración pública, como lo has declarado desde hace varios años… y te creo.

Disculpa que te hable de tú, pero es que te veo tan joven y tan sencilla en tu trato con la gente, que me nace hablarte con esa confianza (ya tendré tiempo de hablarte de usted, cuando tengamos que guardar el respeto que se debe a tu próxima investidura de primera dama de Veracruz).

Evito caer en la monserga de la gran mujer que está siempre atrás de un gran hombre porque creo que una pareja bien integrada, de personas inteligentes y bien intencionadas en la práctica, termina por convertirse en un solo ser, sumado en sus capacidades, experiencia y conocimientos, con lo que se llega a conformar en un ente poderoso.

Una mujer y un hombre en esas condiciones, se ayudan mutuamente a ser mejores.

(Así me explico por qué veo ahora a un Héctor más mesurado aunque enérgico, menos impulsivo aunque actuante, más maduro aunque lleno de ilusiones; una versión mejorada del joven inteligente y echado para adelante que conocí hace años -prefiero no decir la cantidad para no entrar en números que nos inquietan, un poco más a mí que a él-).

Las personas mayores son muy dadas a dar consejos. Es parte del ADN que traemos como especie, desde que los viejos en las cavernas enseñaban a los jóvenes cómo cazar un mamut o cómo desbastar una rama para convertirla en un arma. Pero como yo me siento joven de corazón y encima me hicieron el favor de recorrer hasta los 65 años el inicio de la tercera edad, la de la jubilación y los achaques, pues no pienso darte ningún consejo, que creo no los necesitas, porque es obvio que las personas que triunfan en la vida y en la familia van por un buen camino y no tienen que ajustar nada.

Si quisiera, no obstante, hacerte algunas consideraciones que me dicta la experiencia sobre el transcurrir de algunos asuntos públicos, con el mejor deseo de que te sirvan de algo, si decides tomar en cuenta alguna, o cuando menos que las guardes discretamente en el baúl de los regalos inútiles pero afectuosos.

Mira Vero -como te dice a gente del pueblo cuando te acercas a las zonas marginadas, cuando hablas con los olvidados, cuando escuchas y te condueles con las razones de la miseria-, ahora que estás metida en el torbellino de la campaña, no hay mejor apoyo para un candidato que el de una esposa sensata, prudente, integradora.

Que lo sea y que lo parezca, como la mujer del César.

Me gusta la confianza y el afecto que se muestran tú y Héctor cuando acuden juntos a eventos, pero más me gusta la confianza y el afecto que inspiras en la gente cuando haces campaña sin candidato.

Noto en tu voz y en tu persona: convicción, pasión, certeza. Crees en lo que dices, sabes lo que dices, amas lo que dices.

Si algo te pudiera opinar al respecto, es: no cambies, ahonda en esas virtudes, sigue ayudando a tu esposo como siempre lo has hecho. Por algo han tenido tanto éxito y han logrado tantas victorias (tan imposibles que se veían algunas, ¿verdad?).

Y bueno, en mi entrega de mañana trataré de terminar con lo que quiero decirte, porque por hoy se nos acabó el espacio.

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