—Mira bien, MPS [“MPS”: Mi Pequeño Saltamontes; seré víctima eterna del humor jodón de mi maestro], y atiende a lo que te voy a decir en esta ocasión, porque es algo importante. Lo es tanto, que tiene que ver con la ciencia de las ciencias, que es la semiología, y con su elemento más trascendental: la lingüística. Vamos a hablar pues del lenguaje, lo que tanto te gusta.

—Antes que otra cosa, señor Gurú [le encajo de regreso una advocación burlona], quiero preguntarle por qué afirma que la semiología es la “ciencia de las ciencias”. Estoy de acuerdo con usted en que es subyugante como área de estudio del ser humano, y que su condición de ciencia reciente (tendrá un siglo de existencia, contra los 3 mil años de la filosofía o la matemática embrionarias en Grecia) la hace muy atractiva, pues todavía permite hacer grandes descubrimientos y aportaciones. Pero hay otras ciencias cruciales, como la filosofía, la física, la matemática, la biología…

—Son importantes, ni duda cabe, pero ninguna de ellas tiene esa calidad congregadora de la semiología, en la que caben todas las ideas y todos los logros de la humanidad. Porque todas las cosas que hemos hecho y que vemos a nuestro alrededor tienen un nombre; un nombre que les hemos impuesto nosotros, de acuerdo con nuestro idioma. Comunicarnos a través de un lenguaje es lo que nos hace humanos y nos diferencia de las otras especies. Por eso tu paisano Octavio Paz decía que nuestra especie se podía denominar el mono gramático.

El Gurú se detuvo, se me quedó mirando y nuestros ojos permanecieron en contacto hasta que ambos nos dimos cuenta de que estábamos pensando lo mismo:

—En efecto, —me contestó/dijo con satisfacción—nos fuimos a dar una vuelta por el circunloquio. Ya llevamos casi completa la columna de este día, y aún no empiezo con el tema del que te advertí, sin nombrarlo. Es que a veces es muy sabroso darle vueltas a algo, sin caer nunca en el asunto preciso que nos ocupa. Eso le encanta hacerlo a los políticos, sobre todo cuando la realidad se aparta de sus intereses y del resultado de sus acciones.

—Bueno, maestro, —le dije— aunque nos hayamos apartado del tema, considero que en lo que me ha dicho hasta ahora he tenido oportunidad de tomar algunas buenas enseñanzas. Y si lo piensa un poco mejor, pues sí hemos hablado de la semiología y del lenguaje, que iban a ser el tema principal de esta charla, ¿no? Así que considero que no hemos perdido el tiempo… o al menos no lo he hecho por mi parte.

—Bien, te diré también para no dejarlo sin decir, que así como considero a la semiología como la ciencia mayor, pienso que lo que algunos denominan ciencias de la comunicación y que enseñan con mucho fausto en las escuelitas de periodismo, se me hacen verdaderas charlatanerías, que puso de moda un charlatán verdadero que se llamó Marshall McLuhan. Este canadiense es reverenciado por muchos que no tienen la profundidad del conocimiento, y lo ven como el padre de las teorías respecto de la sociedad de la información. Y en verdad que son puras pamplinas lo que dijo, como esa famosa frase que todos citan de él, y que nadie sabe a ciencia cierta qué significa: “El medio es el mensaje”. Lo más cuerdo que he escuchado como consecuencia de la frase mcluhiana fue un anuncio en una casa de geishas de Tokio: “El medio es el masaje”.

—Pero, como te decía…

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