El surrealismo fue un movimiento artístico y literario que surgió en Paris en los años veinte del siglo pasado encabezado por André Bretón. Tenía lineamientos muy claros establecidos en par de manifiestos. La palabra surrealismo era, pues, un sustantivo pero con el tiempo se convirtió en el adjetivo que se usa para calificar cosas extravagantes, locas o hilarantes de ahí que muchos opinen que nuestro país es una suerte de paraíso terrenal del surrealismo. El del Chapo Guzmán, por ejemplo, es un caso portentoso: un peligrosísimo delincuente se fuga de una prisión de alta seguridad escondido en el carrito de la lavandería, años después es reaprehendido (extrañamente estuvo libre exactamente el tiempo que gobernó el PAN) y vuelve a fugarse, ahora a través de un túnel de inexplicable factura. El desenlace es lo mejor, el Houdini sinaloense, el escurridizo capo más buscado del mundo sucumbe ante el deseo carnal por una actriz y tan legítimo anhelo se convierte en su Waterloo, es localizado y llevado a prisión por tercera vez. La recaptura solo sería superada por una nueva fuga, esta vez en un globo aerostático o mediante un túnel que estuviera conectado a un submarino.

Algo similar (al surrealismo, no al Chapo) sucede con la palabra swing, de ser un sustantivo que definía al género de jazz prevaleciente en los años treinta, esa música bailable tan alegre que tocaban las big bands, pasó a convertirse en el adjetivo mediante el cual se determina qué música es jazz y cuál no lo es.

Aun teniendo todos los elementos armónicos, rítmicos e improvisatorios que en apariencia bastarían para que tal músico o tal grupo fueran considerados jazzistas, podrían no serlo si les faltara swing, esa cosa tan difícil de definir que hace que movamos los pies bajo las mesas de un bar o cabeceemos y percutamos con las manos sobre los muslos en la butaca del más solemne de los teatros.

Yo suponía que el swing es inefable, que es algo que se siente pero que no es posible definir. Adolfo Álvarez me sacó del error, en una conversación que tuvimos hace algún tiempo y que publiqué bajo el título Platillos de jazzero inoxidable, me explicó:

«Timing es el nombre del juego, es un término en inglés pero, bueno, así se usa mucho.» (Toma la bolsa de manta en la que llegó el vino)

«Mira, supón que este es el centro del tiempo (señala la boca de la bolsa); si tú lo cargas así (la toma por ambas asas), es una manera de cargarlo pero este mismo timing lo podríamos llevar entre tú y yo así (separa las asas y toma una con cada mano), tú tiras hacia allá y yo tiro hacia acá y de cualquier manera mantenemos el mismo centro, pero no es lo mismo que carguemos con uno que tira y uno que jala, eso lo hace otra cosa, eso es el swing, eso es el punch, eso es el jícamo. Se dice que un bajista toca ‹empujaíto› cuando está en la parte más adelantada del tiempo, sin que corra.

«El baterista es como el que va esquiando en el agua jalado por una lancha, si el cuate tiende a quedarse recto, el jalón de la lancha lo echa para adelante, entonces la única manera que tiene para contrarrestar aquello es tirarse para atrás, y sus pies están en el centro, pero el resto de su cuerpo está atrás.»

Siguiendo la analogía habría que pensar en el bajista como en un esquiador de nieve en el momento en el que echa el cuerpo hacia adelante pero sus pies quedan en el centro del esquí.

Para entenderlo mejor he elegido un par de videos: un movimiento de la Suite para Flauta y Trío de Jazz, de Claude Bolling, con Jean-Pierre Rampal como invitado (una pieza bellísima, sin duda, y magistralmente interpretada), y la versión de So What en el homenaje que le hizo Herbie Hancock a Miles Davis con su quinteto VSOP, decidan ustedes cuál de las dos tiene más swing.

(Ver también: Los tríos swinger de Chick Corea)


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