Ayer hablamos del libro Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, un poemario permeado plenariamente por el blues pero de manera remarcada en el segundo apartado cuyo título es, justamente, Los negros y que está constituido por tres poemas: Norma y paraíso de los negros, El rey de Harlem e Iglesia abandonada (Balada de la gran guerra).
Juan de Dios García en su, también citado ayer, ensayo La cultura del blues y del jazz en García Lorca, anota:
«El poeta sustituye la sensibilidad dirigida hacia el gitano andaluz por la que merece en esos momentos el negro de Harlem, cuya cultura del blues está muy arraigada a su color de piel, de forma directa o a través de testimonios de sus antecesores más inmediatos. Ellos sienten esa canción negroamericana que surge de las canciones de trabajo, y de los spirituals, cuando los esclavos de color se emancipan».
Sirvan de ejemplo algunos fragmentos de El rey de Harlem:
El Rey de Harlem
(Fragmentos)
Federico García Lorca
Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.
Las rosas huían por los filos
de las últimas curvas del aire,
y en los montones de azafrán
los niños machacaban pequeñas ardillas
con un rubor de frenesí manchado.
Es preciso cruzar los puentes
y llegar al rubor negro
para que el perfume de pulmón
nos golpee las sienes con su vestido
de caliente piña.
Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente
a todos los amigos de la manzana y de la arena,
y es necesario dar con los puños cerrados
a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas,
para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre,
para que los cocodrilos duerman en largas filas
bajo el amianto de la luna,
y para que nadie dude de la infinita belleza
de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas.
¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!
No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos,
a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,
a tu violencia granate sordomuda en la penumbra,
a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.
…
Aquella noche el rey de Harlem con una durísima cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Los negros lloraban confundidos
entre paraguas y soles de oro,
los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco,
y el viento empañaba espejos
y quebraba las venas de los bailarines.
Negros, Negros, Negros, Negros.
*
Negros, Negros, Negros, Negros.
Jamás sierpe, ni cebra, ni mula
palidecieron al morir.
El leñador no sabe cuándo expiran
los clamorosos árboles que corta.
Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey
a que cicutas y cardos y ortigas turben postreras azoteas.
Entonces, negros, entonces, entonces,
podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas,
poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas
y danzar al fin, sin duda, mientras las flores erizadas
asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo.
¡Ay, Harlem, disfrazada!
¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!
Me llega tu rumor,
me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores,
a través de láminas grises
donde flotan tus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos,
a través de tu gran rey desesperado
cuyas barbas llegan al mar.
A principios de 1930 Lorca decidió volver a su patria haciendo una escala en Cuba. El 4 de marzo de ese año tomó un tren que lo trasladó de Nueva York a la Florida y partió de la ciudad de Tampa en un vapor norteamericano cuyo nombre era «Cuba». Desembarcó en La Habana tres días después sin imaginar que su aventura en la isla se prolongaría poco más de tres meses (hasta el 17 de junio) y que esa estancia habría de marcarlo para siempre. El capítulo X del citado poemario se llama El poeta llega a la Habana, está dedicado a Don Fernando Ortiz y consta de un solo poema, Son de negros en Cuba, un texto con una rítmica marcadamente afroantillana, en el que retumban las percusiones de semillas secas que se alivian del sol bajo las palmeras.
Son de negros en Cuba
Federico García Lorca
Cuando llegue la luna llena.
Iré a Santiago de Cuba.
Iré a Santiago.
En un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Cantarán los techos de palmera.
Iré a Santiago.
Cuando la palma quiere ser cigüeña.
Iré a Santiago.
Y cuando quiere ser medusa el plátano.
Iré a Santiago.
Con la rubia cabeza de Fonseca.
Iré a Santiago.
Y con la rosa de Romeo y Julieta.
Iré a Santiago.
Mar de papel y plata de monedas.
Iré a Santiago.
¡Oh Cuba, oh ritmo de semillas secas!
Iré a Santiago.
¡Oh cintura caliente y gota de madera!
Iré a Santiago.
¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!
Iré a Santiago.
Siempre he dicho que yo iría a Santiago.
en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Brisa y alcohol en las ruedas.
Iré a Santiago.
Mi coral en la tiniebla.
Iré a Santiago.
El mar ahogado en la arena.
Iré a Santiago.
Calor blanco, fruta muerta.
Iré a Santiago.
¡Oh bovino frescor de calaveras!
¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!
Iré a Santiago.
PRIMERA PARTE: De músico, poeta y Lorca
VER TAMBIÉN: Amarga navidad en Xalapa
CONTACTO EN FACEBOOK CONTACTO EN G+ CONTACTO EN TWITTER