Facebook es muchas cosas: el gran escaparate de nuestras dichas y nuestras desdichas, el muro de las más estremecedoras lamentaciones, el continente de los llantos profusos y las carcajadas hilarantes, el amanuense de nuestros íntimos anhelos, el vocero de nuestra conciencia y nuestra solidaridad, por efímeras que sean, el mejor pedagogo del mundo que logra que en cuestión de minutos nos hagamos expertos en cualquier tema, en cualquiera, el lugar, en fin, donde bonhomía y abyección se toman de la mano y coexisten en santa paz.
Facebook ha sido siempre nuestro biógrafo celoso, el cronista de nuestros aciertos y nuestros desvaríos y, recientemente, se ha convertido también en nuestra memoria, gracias a su nueva función recordé que el sábado pasado, 5 de diciembre, se cumplieron dos años de la muerte de uno de los personajes más preclaros y congruentes de la historia mundial del siglo XX, Nelson Mandela, y que ese día escribí una décima que ahora reproduzco en esta columna.
Leer un epígrafe es un acto de fe, excepto los bíblicos, que suelen tener la referencia precisa de su procedencia, generalmente tienen por único dato el nombre del autor. Jamás he leído en su fuente original la cita que Silvio Rodríguez le atribuye a Bertolt Brecht pero confío en el trovador que ha logrado que la suscriban hasta quienes no tienen la menor idea que quién fue el poeta y dramaturgo alemán, y de ella parto.
Imprescindibles aquellos
que luchan toda la vida
pues su estatura es medida
por sus brillantes destellos
pese a tantos atropellos.
Hoy Nelson, ya libre, vuela;
hoy se ha apagado una vela,
una llama de congruencia.
Celebremos su existencia,
¡que viva siempre Mandela!
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