El pasado primero de diciembre inició el cuarto año del sexenio. En la caracterización que hace la novela Si el águila hablara, de Miguel Alemán Velasco –que en 2016 cumplirá dos décadas de haber sido publicada–, es el año en que el califa desconfía de su visir y sale por las noches, disfrazado, para escuchar lo que el pueblo dice de él.

Solo el tiempo dirá si 2016 guardará similitudes con el 1992 del sexenio de Carlos Salinas de Gortari o con el 1998 del de Ernesto Zedillo, por mencionar a los dos presidentes más recientes surgidos del PRI.

En aquellos años, como ahora, la sucesión ya estaba a la vista. Y el calendario electoral, que no ha sido modificado del todo, contemplaba la renovación de un buen número de gubernaturas, cosa que tenía –igual que hoy– el potencial de modificar el mapa político de la República.

En 1992, el PRI acababa de recuperar una mayoría cómoda en la Cámara de Diputados.

El presidente Salinas de Gortari tenía el número suficiente de legisladores para impulsar sus reformas constitucionales, algo que los resultados de la disputada elección de 1988 le habían negado.

El año comenzó con la salida de la Secretaría de Educación Pública de Manuel Bartlett Díaz, el contrincante de Salinas en la pasarela de aspirantes presidenciales de 1987, quien como secretario de Gobernación había manejado la elección.

Bartlett se fue a Puebla como candidato a la gubernatura y, para sustituirlo en la SEP, Salinas echó mano del secretario de Programación y Presupuesto, Ernesto Zedillo, en un movimiento del que seguramente se arrepintió años después. Ese mismo año de 1992 también se renovaba –aunque no en la misma fecha, como sucede hoy– la gubernatura de Veracruz. Como candidato del PRI a ese puesto, el Presidente echó mano de su secretario de Desarrollo Social, Patricio Chirinos, y puso en su lugar a Luis Donaldo Colosio, a quien sacó para ello de la presidencia del CEN del PRI.

Esos dos movimientos definieron la sucesión presidencial de 1994. Por eso el año de 1992 acabó siendo determinante en el sexenio salinista.

En 1998, el presidente Ernesto Zedillo también comenzó a mirar hacia el horizonte sucesorio. A diferencia de lo que había tenido Salinas sobre la mesa en 1992, Zedillo se enfrentaba a la realidad inédita de no contar con mayoría en San Lázaro.

No obstante, el Presidente movió sus piezas. El 3 de enero sacó a Emilio Chuayffet de la Secretaría de Gobernación –decisión en la que tuvo un gran peso la matanza de Acteal, ocurrida 12 días antes–, y puso en su lugar a Francisco Labastida, quien hasta entonces había ocupado la Secretaría de Agricultura.

También movió a Guillermo Ortiz de la Secretaría de Hacienda –para enviarlo al Banco de México– y lo sustituyó con el canciller José Ángel Gurría.

Otros dos movimientos que hizo en 1998 fue quitar a Carlos Rojas Gutiérrez de la Sedesol, para poner en ese cargo a Esteban Moctezuma, y elevar a secretario de Estado a José Antonio González Fernández, en la cartera de Trabajo y Previsión Social.

Todos esos movimientos cobrarían sentido conforme se acercaron los tiempos de la sucesión.

¿Cuánto pesarán las decisiones presidenciales de 2016 en la definición del sexenio de Peña Nieto?