Sí, hay de críticos a críticos, porque entre quienes se dedican a esto existe una porción que confunde la crítica con el insulto, el señalamiento con el denuesto, la información con la calumnia.

Y hay críticos que son verdaderamente profesionales: entienden que hacer una crítica no es lo mismo que criticar; fundamentan lo que afirman con datos duros y razones válidas; estudian y conocen; reflexionan y analizan.

Digamos que los primeros son simplemente unos criticones y los segundos son los críticos propiamente dichos.

Quien se inicia en el terreno de la crítica puede tomar dos caminos. Uno es el facilón, el que da respuestas inmediatas. Consiste en irse a la yugular del criticado, meterse personalmente con él, censurar todo lo que haga, buscar el frijol en medio del arroz de todas sus obras.

El criticón recibe la acogida inmediata de un público ávido de sangre, la aquiescencia del creciente conglomerado de lectores que consideran que atacar es la única forma de hablar del conjunto de obras y acciones de quien se ha convertido en un personaje público.

El criticón es más aplaudido entre más feroces sean sus ataques, y se le acepta aunque lo que diga no se acerque para nada a la realidad (o tal vez es más aceptado mientras más mentiras diga). Dice no lo que es, sino lo que la gente quiere escuchar que es.

Calumnia, infama, agrede, inventa, deshonra, desacredita… echa a perder vidas y honras… es feliz destruyendo (o más bien: cree que es feliz destruyendo).

Por el contrario, el crítico serio señala los errores si los ve, pero también reconoce los aciertos. Y no tiene empacho en elogiar lo que merece ser encomiado.

Entiende que cualquier obra, por mínima que sea, tiene una enorme infinidad de aristas, que debe estudiar y considerar al hacer su evaluación.

Ah, y nunca se mete con la persona porque ésa no es su función. Entiende que el autor de cualquier obra es un ser humano, con yerros y alcances, pero siempre con la intención de hacer las cosas lo mejor posible y para el gusto de la mayoría de las personas.

Tal vez por un accidente de la naturaleza o quizás por el empecinamiento del equilibrio en todas las cosas, por lo general el criticón escribe mal, sin sintaxis, sin prosodia, mientras que el crítico se acerca lo más que puede al lenguaje de los poetas y al de los creadores.

El primero recibe elogios inmediatos, banales y frívolos; es el triste pago por su criticable actuación. El crítico debe esperar a que los lectores inteligentes desbrocen lo escrito y lleguen a un juicio de valor; recibe también elogios, pero mediatos, verdaderos y honestos.

Uno recibe porras; el otro, reconocimiento.

Uno, ditirambos; el otro, juicios de valor.

Como se ve, entre el criticón y el crítico hay un abismo, y lo separa la cordura, la sapiencia, la inteligencia…

Obvio, la lectora fugaz y el fugado lector ya se habrán dado cuenta de que me he estado refiriendo a los críticos… pero a los críticos literarios, que cumplen la crucial función de revelarnos los misterios que contienen las grandes obras de los escritores mayores.

Que yo sepa, no hay de otros.

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