En esta entrega de Eros y jazzeros presento el trabajo de dos connacionales en el terreno del erotismo; El fotógrafo Héctor Hernández y el escritor Alberto Ruy Sánchez.
Héctor Hernández nació en la ciudad de México y estudió la carrera de Ingeniería de Sistemas Eléctricos y Electrónicos en la Universidad Anáhuac pero su real vocación estaba en la fotografía, profesión en la que se autoformó a través de seminarios como los de Nadine Markova y Ken Marcus. En 1991 presentó su primera exposición titulada Semblanza fotográfica. Después siguieron Mujeros, en 1994 y Voyeur, en 1995.
Desde entonces ha desarrollado una carrera en la que el desnudo y el erotismo son piedras torales.
Alberto Ruy Sánchez, escritor capitalino, ha hecho del deseo carnal un credo que es el eje central de su obra. En su página web se lee:
«En 1987, con su primera novela, Los nombres del aire recibió el más importante premio literario mexicano, el Xavier Villaurrutia, y se convirtió inmediatamente en un libro de culto, que desde entonces no ha dejado de ser reimpreso cada año. En él inicia una exploración poética y narrativa del deseo que continúan las novelas En los labios del agua (1996), que recibió en su edición francesa el prestigioso Prix des Trois Continents; Los jardines secretos de Mogador (2001), Premio Cálamo/La otra mirada (Zaragoza, 2002); La mano del fuego: un Kama Sutra involuntario (2007). Y Nueve veces el asombro (México, 2005).»
El sundtrack lo aporta el recién partido Phil Woods (Ver: Adiós, mensajero de Dios │ In memoriam, Phil Woods)
El acento de tu pubis
De nuevo cruzas mi sueño
con tu cuerpo de humo y luz
como una nube que emana
del aliento detenido que nos une.
Caliente y fugaz,
humedecido
en la tensión de tu mirada.
Afuera llueve
sin respiro
y de nuevo voy hacia ti
tocándote con mi anhelo.
Como tormenta desnuda,
me envuelves.
Tus piernas son dos rayos,
entre nubes,
que descienden y me ciegan
para verte mejor:
envuelto en ti me vuelvo
tu nube dura.
Me hundo en tu pubis
como el aire que respiras,
con el ritmo que tu pecho indica.
Tu pubis es el acento
agudo y grave
en movimiento
sobre la palabra
de dos sílabas
que juntos pronunciamos.
Tu pubis me da sed
y me da hambre
pero entero me devora.
Y ya no estás en mi sueño,
mi sueño está en ti.
Mi sueño es esa cosa persistente
que insiste en penetrar
tus secretos.
Se mete en tu olor,
en el recuerdo
de cada movimiento.
Se mete en tu sombra.
Mi sueño respira
adentro,
muy adentro de ti.
Mi sueño es esta luz
erizada en tu vientre.
Y la nube que te envuelve
muerde,
afuera suave
y adentro fuerte,
la piel que
afuera y adentro
iluminas.
La sed de tu luz
Tu pierna apunta al cielo claro,
al sol que danza detenido.
En cuanto quedas desnuda
te estiras hacia él
como rindiéndole un tributo antiguo,
propiciando tal vez la sonrisa
del algún dios astral del amor.
Tu pierna apunta al cielo
y por ella se derrama la luz.
Te va cubriendo lenta,
cálida, escurridiza.
Te dibuja
y en mis ojos la lengua advierte
tu sal iluminada
la sed de recorrerte
tras el sol.
Así también mi lengua te dibuja
y en la saliva pausada
se multiplican
la luz sobre tu piel
y mi sed.
Entonces,
como un oleaje que crece
de pronto enloquecido
mezclando nubes y espuma
sin medida ni concierto
se desencadena
desde lo más hondo
de tus pliegues clarocuros
tu olor a mar elevándose
decidido,
impregnando mi cara,
mis ojos, mi lengua.
Esa ola imprevisible
de tu cuerpo,
caricia nebulosa
y abrazo tenue,
me conoce, me reconoce
y me conduce
al fondo de tu cuerpo,
al fondo de los fondos
donde todo
en ti y en mí
se vuelve
vaivén
duro y suave
simultáneamente.
Donde el tiempo
es infinito
y la luz húmeda
no cesa.
Desde entonces,
donde sea,
como sea
si miro al sol
siempre veo
la gracia de
tu pierna iluminada
señalando y recibiendo
lentamente
hasta la espalda
dos veces
esa cascada
de agua y de fuego.
El centro de mi universo en la boca
Una sospecha de penumbra basta
para entrar a un hospital.
Para salir, se necesita
un gran rayo de sol.
Y, con suerte, y algo más,
algunas veces,
las cosas se acomodan
aquí y allá, arriba, abajo,
en el cielo y en tu cuerpo.
Y entonces el sol es un botón,
que se abre en tu camisa,
la luna una sonrisa
en tu pecho.
Para el que
pueda o sepa
gozar ese acomodo,
salud es luz.
Dicen que el persa sediento,
el de los treinta pájaros viajeros
que eran uno
y era imagen del deseo,
le dijo alguna vez a su amada:
La cúpula del universo está en tu pecho,
y en la vasija cóncava donde bebo.
Y en la frescura y la dureza
de esta aceituna en el fondo
está el sabor de tus pezones
coronando el centro del universo
que, de pronto,
está en mi boca.
Tu más íntimo insomnio
¿Cómo decir
lo que parece imposible?
Mirar dentro de ti
con el tacto exaltado
de mis dedos.
¿Cómo explicar que,
más sensible aún,
mi sexo mira ahí
con la claridad de un ave
desde arriba?
Con la inocencia del ciego
intervenido,
que al retirar la venda
ve por primera vez.
Abrir los ojos,
despertar dentro de ti
en otro mundo.
¿Cómo es posible aún
que sin esa luz del día,
abandonada en ritmo
deseante,
en la evidente obscuridad
de entraña
que anhela,
algo muy hondo
se ilumine así
y esté yo en ti
como quien mira al sol
sin fin,
sin tiempo?
Me abandono
a ese calor,
a esa canción ritual,
a su intensidad de trance,
a su fuerza de atracción,
a tu luz indescifrable
dentro.
Contemplo
con mi sangre
la estampida amenazante
de la tuya.
No caben ahí más palabras
ni yo en mi asombro:
dentro de mí
la luz dentro de ti
crece,
expansiva,
total,
sonriente.
Yo la vi,
y bajo mis párpados
la miro aún
con todos esos ojos
imposibles.
Me tocas con tu luz
cuando me acuerdo.
Tu más íntimo insomnio
me encandila.
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