(Dirigido en especial a estudiantes y maestros)
Mis comienzos en la música fueron bastante sui generis, ya que cantaba en el coro de la iglesia a la que asistía y donde, además de cantar la música de las misas, también les daba por hacer obras musicales. Ahí fue la primera vez que me animé a cantar y actuar en público y a pesar de mis gratos recuerdos de esos años (entre los 9 y los 13), tengo borrado de mi memoria si sonábamos bien o al menos afinado. Lo que no se me olvida era la inmensa paciencia del director del coro quien siempre nos vocalizaba y daba algunos ejercicios, pero, sobre todo, nos hacía repetir una y otra vez las frases de las canciones hasta que quedaban aprendidos… Creo que para toda la vida.
Más tarde quise entré a una orquesta juvenil donde te enseñaban a tocar un instrumento dentro de una orquesta sinfónica. Fueron años maravillosos donde viví y aprendí lo que es tocar en público, la presión de tener que tocar pasajes que entonces me parecían intocables (a pesar de ser versiones resumidas y facilitadas) y en los que conocí, además de la música clásica, el pánico escénico. Y esto último no era para menos: tomaba clases de instrumento casi siempre con estudiantes de música que, en el mejor de los casos, sabían un poco lo que hacían, pero que no tenían mucha idea de cómo enseñar (la mayoría). Sin embargo, creo que lo que más me hizo falta entonces fue un maestro constante que se apasionara conmigo tanto como yo con el cello, pero la realidad fue que en dos años tuve como 4 maestros diferentes, que casi no iban y que se centraban más en que “sacáramos” el material que había que tocar en la orquesta, más que en darnos buenas bases o enseñar a estudiar. La inseguridad que tenía, me queda claro, fue producto de mis carencias para enfrentar situaciones donde se evidenciaba mi falta de preparación y herramientas.
Escribo todo este antecedente no como una queja, sino más bien para contextualizar un poco, porque la verdad de las cosas es que, ya estando estudiando formalmente en una escuela profesional, me costó mucho trabajo (y muchos años) aprender qué, cómo y cuánto estudiar, a pesar de obtener buenas notas y llegar a tener un nivel de ejecución decente en el violoncello. Fue hasta que llegué a Xalapa cuando aprendí a tomar tips y guías de mis maestros sobre cómo desarrollar ciertas habilidades o estudiar algunos pasajes, pero los “vicios” o malos hábitos técnicos que traía de origen, esos los fui resolviendo hasta que me topé con un maestro que me enseñó a ir desmenuzando lo que hacía y cómo resolverlo, solo que para entonces ya hasta era mamá, tocaba en una orquesta, daba clases y no contaba con mucho tiempo para estudiar (¡benditos días aquellos en los que podía invertir 6 horas para mi estudio!), así que no me quedó de otra que aprender a optimizar mi tiempo y mi energía.
Lo primero que descubrí, estando en esas circunstancias, es que hay horas y momentos del día en los que uno se siente más fresco y perceptivo, es decir, en las mejores condiciones para estudiar y es cuando uno realmente aprovecha el tiempo; estudiar cuando uno se siente agotado o totalmente desconcentrado resulta improductivo y hasta contraproducente y es muy fácil frustrarse en esa situación. Otra cosa que aprendí fue a motivarme descubriendo y enumerando los progresos que iba teniendo, respetando mi propio ritmo de asimilación. Y es que muchas veces nos centramos en el error o en el resultado y no en el camino y la búsqueda de soluciones. Cuando uno está motivado, se es disciplinado por gusto. Cuando uno se siente frustrado es muy difícil ser constante y disciplinado porque se pierde el gozo en lo que hacemos.
Una vez identificados los momentos del día que nos funcionan más para estudiar y habiendo aprendido a medir nuestro progreso de manera constructiva y no fatalista (preguntarnos, por ejemplo, “¿cuánto porcentaje mejoró tal o cual pasaje después de mi sesión?”, en vez de repetirnos “no me sale”, “no puedo” o “no me suena como a Fulanito”), entonces estamos listos para seguir la siguiente guía:
- Enfócate. Mantén sesiones de práctica limitando su duración, de manera que durante esos minutos realmente te mantengas concentrado. Puedes comenzar con unos 10 o 15 minutos, hasta alcanzar unos 40 o 60 minutos, intercalando unos minutos de descanso entre un periodo y otro para darte tiempo de asimilar sin saturarte ni física ni mentalmente. Toma en cuenta que cuando estás realmente concentrado y enfocado es agotador para el cerebro, ya que se coordinan muchos procesos y funciones físicas, mentales y emocionales mismo tiempo, por eso es que no es posible estar sentado durante horas y mantenerse enfocado todo el tiempo. Poco a poco tus tiempos de concentración se irán extendiendo.
- Descansa. Es imprescindible darte momentos de descanso y para relajarte. Si te sientes sumamente cansado y debes estudiar, entonces toma unos minutos de siesta (20 serán suficientes) y te sentirás mucho mejor después.
- Anota. Mucha gente se confía de la memoria, pero muchas veces se nos van cosas y puntos. Anota en una libreta especial lo que trabajaste en clase y lo que debes resolver. Planea tus sesiones especificando lo que vas a estudiar, lleva un registro de tus metas y de lo que vas descubriendo en cada sesión. Al abordar un pasaje o pieza, sé específico en lo que quieres trabajar: sonido, afinación, articulación, fraseo, etc., y céntrate en una sola cosa. Aprende a desmenuzar tu trabajo: identifica problemas específicos y ve creando soluciones; recurre a la información que ya tienes de tu clase o de lo que has hecho antes y establece la relación con lo que tienes enfrente (si es un problema de digitación, de colocación, de embocadura, de cambio de posición, etc., dependiendo de tu instrumento) y no temas al pensar en ideas y soluciones que puedan ayudarte. La intuición es una gran herramienta y muchas veces uno encuentra la solución por esta vía. Aprender a escucharte, a solucionar los problemas tú mismo y a aplicar lo que vas aprendiendo te hará descubrir muchas cosas que ni pensabas que podías hacer o resolver. Incluso puedes dar con información valiosa no solo para ti, sino para compartir con tus compañeros y profesores.
- Sé inteligente. Hay veces en las que uno simplemente debe invertir más tiempo del habitual en algún pasaje u obra y está bien, así como hay ocasiones en las que por más que nos esforzamos no hay ni para atrás ni para adelante y lo mejor es parar. Aprende a identificar y respetar tus ritmos y tu proceso. Cuando suceda lo segundo, mejor emplea el tiempo para anotar una lluvia de ideas que podrás experimentar cuando te encuentres mejor (muchas veces uno se siente listo después de esto). Eventualmente llegarás a la solución y que el tiempo que invertiste fue bien empleado.
- Mantén tu objetivo. Es fácil dispersarse durante una sesión de práctica, por ello te recomiendo seguir los siguientes pasos:
- Define el problema. Pregúntate: ¿Qué resultado acabo de obtener? ¿Cómo quiero que suene esta frase o este pasaje? Procura ser muy específico.
- Analiza el problema: ¿Qué es lo que está causando que suene así?
- Identifica soluciones potenciales: ¿Qué puedo hacer o cambiar para que suene como yo quiero?
- Prueba diferentes soluciones y elige la más efectiva (aquella cuyo cambio parece funcionar mejor).
- Implementa la solución: Refuerza los cambios para crear el hábito y hacer la solución permanente.
- Monitorea la implementación: ¿Los cambios que he realizado continúan dándome el resultado que busco?
- Grábate. Graba la clase con tu maestro y tus sesiones de práctica, ya sea en audio o video. Escucha y mira lo que sucedió en tu clase y en las partes que quieres solucionar y ve identificando tanto las soluciones como los problemas específicos y los lugares donde se presentan. Trabaja un punto a la vez. Procura ser objetivo y anotar qué descubres poco a poco. Verás lo efectiva que es esta forma de estudiar y te dará gusto saber que muchas veces solo hay que recordar una palabra clave o una sensación para solucionar un problema.
- La regla de oro que siempre le digo a mis alumnos: Si se siente bien, suena bien. Esto es para cuestiones del sonido. Aprende a escuchar a tu cuerpo, a tus sensaciones y a tu intuición. Si sientes tensión, si algo te lastima o incomoda o sientes dolor, mejor detente y trata de identificar qué es lo que está produciendo la molestia. Aprende a optimizar el uso de tu energía, sensaciones, postura y movimiento y vuélvelos a tu favor.
Para elaborar esta lista me basé en un artículo muy útil que encontré hace años (A Better Way To Practice de Noa Kageyama) y que me ha servido como guía para mis alumnos, así como para que comprendan la enorme e importante diferencia entre cuánto y cómo se debe estudiar y que (como todo en la vida) siempre hay que priorizar calidad sobre cantidad.
Estoy segura de que esta pequeña guía puede adaptarse, seguramente, a otras disciplinas. Lo importante es aprender a disfrutar del proceso creativo y del camino que nos conduce a nuestras metas y objetivos. Organizar nuestro trabajo nos ayudará a divertirnos mucho más con lo que hacemos y a volvernos más efectivos al momento de estudiar, consiguiendo buenos resultados permanentes.