Después de muchísimos años de historia futbolística, en España se dio por fin el caso de que un gallego fue nominado para jugar en la selección nacional. Ya pensará la conocedora lectora, ya imaginará el fanático lector la ebullición que causó el hecho en todas las galicias (incluida la parte que se adentra en Portugal), y para más regocijo de los hinchas se anunció que el partido que celebraría el conjunto hispano sería contra la poderosa escuadra argentina -con todo y Lionel Messi y sus otros estrellas- y tendría lugar en el Estadio de Riazor, en la plena Coruña, capital de la provincia gallega.

El día del anhelado juego, como es de comprenderse, el estadio estaba repleto de paisanos, que iban a ver por primera vez a uno de los suyos en la gloria de patear la pelota dentro del equipo mayor, el mismo que ganó una vez la Copa del Mundo y que está representado por la furia.

Todo estaba a punto, los jugadores en la cancha y por dar el silbatazo inicial el árbitro, cuando se escuchó este ominoso anuncio por el equipo de sonido:

“De acuerdo con las reglas de la selección nacional española, no podrá jugar en ella quien no haya completado al menos tres años de primaria”.

Segura de que era su congénere el que no cumplía el requisito, de inmediato, la gallegada en pleno empezó a gritar:

“Denle otra oportunidad. Denle otra oportunidad”.

Fue tal el clamor, que a los minutos se escuchó un nuevo anuncio por el sonido local:

“En el caso de que un jugador no haya completado los tres años de primaria, podrá participar si logra dar respuesta correcta a una pregunta de aritmética”.

Bueno, llamaron al jugador al centro de la cancha, y el árbitro le preguntó:

—¿Cuánto es 7 más 6?

El gallego se rascó la mollera y contestó:

—¿Doce?

De inmediato, el estadio se volcó en su solicitud primigenia:

“Denle otra oportunidad. Denle otra oportunidad”.

Ante el griterío, que corría el peligro de pasar a mayores, decidieron hacerle otra pregunta al jugador, que por cierto se llamaba Venancio. El árbitro tomó el micrófono y le inquirió:

—¿Cuánto es 8 por 3?”

El otro hizo una señal de alegría, y respondió:

—24.

De inmediato y en automático, todos los gallegos que llenaban el estadio se volcaron en su grito original:

“¡Denle otra oportunidad!”

El chistecito, con ser bueno, ilustra también sobre el hecho de que en ocasiones la multitud tiene una mala percepción sobre las respuestas que dan sus representantes, ya sea por desconocimiento o por incredulidad, o por las dos cosas.

Algo similar, guardadas las diferencias notables, sucede con aquellos que se asumen como críticos, y solamente ven cosas malas y oscuras intenciones en cualquier acción o medida que tome la autoridad, ya sea municipal, estatal o federal.

De ahí a la anarquía hay un corto trecho, un solo paso, un menudo empujón, porque no es posible que un gobierno haga todo mal, cuando es tanto lo que tiene que hacer.

Pensar que todo, todo, todo es corrupción, es soslayar el principio fundamental de la crítica, que es reconocer también aquello que está bien hecho.

Aunque fuera poco…

sglevet@nullgmail.com

Twitter: @sglevet

Facebook.com/sglevet