La reciente erección de una estatua de Porfirio Díaz en la ciudad de Orizaba por cuenta del alcalde Juan Manuel Diez Francos, ha reactivado la polémica sobre su significado histórico; en parte, porque el monumento se erigió a menos de cinco kilómetros de donde, por su orden, el ejército disparó contra los obreros (a los que, como en Macondo, apilaron en vagones y tiraron al mar). Y es que está de moda entre numerosos opinólogos y políticos del PRI y el PAN asegurar que Díaz fue el mejor gobernante de nuestra historia. Aquellos que van más allá de la mera nostalgia por los uniformes, los entorchados, la aristocracia afrancesada y La coerción ilustrada, hablan de los temas: paz, orden y progreso.
Por progreso entienden, naturalmente, el progreso material en el sentido capitalista, y aseguran que en ningún otro gobierno hubo un avance tan visible en la demografía, la economía y la infraestructura. En principio así es, pero no es válido comparar un periodo de 35 años con uno de cuatro o de seis, así que obremos con sentido común y comparemos el crecimiento de su añorado autoritarismo con un periodo equivalente: de 1935 a 1970 la población pasó de 17 a 48.2 millones de habitantes (un incremento superior en más de 50 por ciento al del Porfiriato) y los índices de crecimiento del PIB nunca bajaron de 4.2 por ciento anual y llegaron casi a 7 por ciento. El PIB per cápita pasó de 17 mil 179 a 46 mil 96 (en pesos de 1980), lo que se reflejó en un aumento sostenido de los salarios reales y los niveles de vida y consumo de las mayorías (salvo los excluidos: los marginados urbanos y los campesinos sin tierra).
Los datos de la infraestructura (presas y canales, generación de electricidad, refinerías y complejos petroquímicos; carreteras, escuelas, etcétera), hacen ver ridículos los avances del Porfiriato en materia de ferrocarriles, puertos y telégrafos. Importa destacar el crecimiento de los salarios reales, porque muestran uno de los talones de Aquiles del Porfiriato: en 1910, los pobres comían peor que en 1870, lo que, sumado a la auténtica esclavitud en las plantaciones tropicales ( México bárbaro o La rebelión de los colgados retratan esos extremos), nos permite preguntar, ¿progreso, para quién?
También conviene revisar el crecimiento de países con economías similares a la de México. Cuando estudiamos los números de Argentina, Brasil o Colombia entendemos que el comportamiento de la economía mexicana en el Porfiriato nada tiene de extraordinario y sí, como la de aquellos, un carácter dependiente –cipayo incluso– del imperialismo
Señores neoporfiristas, de acuerdo con sus propios parámetros, la era dorada del PRM-PRI es mejor que el Porfiriato; para nuestros parámetros, son inaceptables el autoritarismo, la democracia ficción, la supresión de libertades, la pobreza y la violencia comunes a ambos. Y más inaceptable aún es su pretensión de repetir el régimen de privilegio, entreguismo y mano dura en pleno siglo XXI. Así hablan: ¿qué mayor muestra de soberbia y autoritarismo –porfirianos, sin la inteligencia ni la mano izquierda de Porfirio– que las formas en que el caciquillo de Orizaba impuso la erección de la estatua?, ¿qué mejor ejemplo del lenguaje excluyente que leer en los medios y las redes el tipo de paz –de los sepulcros– y de progreso –para las compañías petroleras y los oligarcas– que quieren hoy quienes cantan las loas del porfiriato?