En la mañana del miércoles, como había acordado con Memo Cuevas (Ver: Jazz-taba allí, ya no estaba allí │¿Existe Memo Cuevas en la vida real? / I), me dirigí a una sesión de la serie charlas sobre música y literatura que imparte en la USBI, ese era el único dato que tenía sobre el espacio en que se desarrollan, la USBI pero supuse que, trantándose de un personaje tan celebérrimo, no representaría ningún problema dar con él. Llegué a la biblioteca y me dirigí al par de vigilantes que flanquean el acceso como el bifronte Jano (cuadrifronte en los Límites de Borges):

-Buenos días, ¿saben dónde es la plática del maestro Guillermo Cuevas?
-¿De qué trata?
-Es una plática sobre música
-Si es de eso, ha de ser en la Sala Tlacná
-No, me dijo que es aquí
-Tal vez sea en la sala audiovisual, vaya a ver allá
-¿Dónde queda?
-Mire, entre por ahí y pasando ese cubo, a la derecha, hay una escalera que baja, ahí es
-Muchas gracias

1 USBISeguí la ruta indicada y me encontré con un par de salas audiovisuales cerradas; adelante había una tercera que empezaba a ocuparse, me asomé e interrumpí la divertida charla de los tres técnicos que habitaban la cabina:

-Buenos días, disculpen, ¿saben si aquí va a ser la plática del maestro Guillermo Cuevas?
-¿Sobre qué es?
-Sobre música
-Ah, no, si es sobre música no es aquí, tal vez sea en la Sala Carlos Fuentes, regrese por la escalera y busque por allá (me señaló un rumbo)

Mientras caminaba confirmaba mi hipótesis, ¿cómo podía ser que estas personas no hubieran, al menos, escuchado tan prestigiado nombre? Solo podía haber una respuesta, Memo Cuevas existe solo para quienes queremos que sea verdadero.

Me metí en cuanto vericueto encontré, pregunté a cuanto sujeto hallé y la respuesta fue la misma: no, aquí no es.

Desilusionado volví sobre mis pasos y me dirigí a la primera persona a quien debí haber preguntado, el hombre de la recepción. Al fin estaba ante una persona informada que, de manera muy amable, me dio la instrucciones precisas para que pudiera llegar, sin contratiempos, al anhelado recinto:

-Mire, suba por esa escalera, dé vuelta en «U» para pasar por este puente, camine hasta el final y después gire hacia la izquierda, ahí está.

2 USBI¿Gire hacia la izquierda?, ¿no será reclutador de Morena?, me preguntaba cuando ascendía por la escalera pero ese pensamiento se difuminó para dar paso a otro más trascente; la biblioteca es un homenaje de Enrique Murillo, el arquitecto que la diseñó, a Dédalo, el constructor del laberinto de Creta, entonces cobró sentido un hecho que no había mencionado: tras la instrucción del recepcionista, se me acercó una mujer guapa y amable, me entregó una madeja de hilo y, sin que se lo preguntara, me dijo su nombre: -Soy Ariadna.
(Ahorá sé que sin ese hilo no estaría escribiendo esto, seguiría extraviado en ese océano de hojas impresas)

¿Dónde estará el Minotauro?, me preguntaba mientras recorría los intrincados caminos de esa versión del paraíso de Borges con la ilusión de ver a Dédalo y a su hijo Ícaro sobrevolar los libreros con sus alas enceradas. Estaba en esa búsqueda cuando tuve una visión igual de improbable pero más confortable; tras una inmensa vidriera estaba, de espaldas, Memo Cuevas.

Era una realidad innegable, estaba ahí, ante mis ojos pero debía encontrar la manera de trasladarme a la parte interior de la vitrina. Recordé las instrucciones de mi húesped, giré a la izquierda, después a la derecha, nuevamente a la derecha y arribé, victorioso, al umbral del salón.

La plática ya había comenzado y, aunque quise ser discreto, quedé frente al oficiante quien se vio impelido a hacer una breve pausa para invitarme a pasar. Me acomodé en una silla y encendí la grabadora.

Hasta entonces me enteré que esa mañana se hablaría de la novela Mozart de camino a Praga, de Eduard Mörike.

«Nuestro autor de estas sesiones, Eduard Mörike, nació en Ludwigsburg el 8 de septiembre de 1804 y murió en Stuttgart el 4 de junio de 1875. Es un autor de la época que, como todos saben, corresponde al llamado romanticismo en literatura, música y todas las artes que en Alemania tiene una importancia muy especial, tal vez las principales ideas de tipo estético y filosófico del romanticismo surgen en Alemania.

«Hay muchas maneras de hacer la descripción y la ennumeración de los hechos de la historia. A veces, bueno, no a veces, siempre tenemos que simplificar mucho todos los hechos de la historia; la historia, finalmente, es una gran simplificación de lo que todavía podemos llamar la realidad, ¿qué cosa es esto?, bueno, es meterse en una elucubración muy amplia, sobre todo cuando estamos frente a una obra que llamamos de ficción pero, como les digo, es una ficción que está íntimamente sacada de una biografía que suponemos que pasó.

«A mí todas estas cosas me inquietan porque, por ejemplo, un escritor y filósofo que vamos a mencionar de paso, Bertrand Russell, jugando dentro de los aspectos de la lógica, dice: ¿Cómo sabemos que existe el pasado?, ¿qué pruebas lógicas tenemos de su existencia? La memoria individual, tal vez la memoria colectiva. La memoria individual puede ser una abstracción pero es una abstracción individual, la colectiva se vuelve una abstracción generalizada o, supuestamente, compartida por un grupo humano o por una nación o por una generación o por toda la humanidad pero ¿qué pasa ante un postulado como el que plantea Bertrand Russell que dice que este mundo, nuestra realidad, incluimos los Estados Unidos y Europa y todo lo que ustedes quieran, todo el jazz (esto lo dice dirigiéndose a mí) acaba de crearse? El mundo acaba de ser creado hace cinco minutos pero el creador ha proporcionado, a cada una de las mentes, la memoria de una historia que ya ocurrió, y está tan bien hecha que todos coincidimos en que Charlie Parker murió en 1955, ¿verdad Barria?; tu memoria coincide con la mía y con la de los que vinieron aquí a la sesiones de Julio Cortázar y El perseguidor.

«Esa idea a mí se me hace fascinante, van a decir que es pura especulación y que es pura literatura y que es pura ficción pero siempre, en los más grandes escritores y filósofos, y hasta teólogos si quieren ustedes (y por ahí Borges comparte algo de todo esto) se da esta situación de lo difícil que es llegar a definir en términos lógicos lo que llamamos realidad y lo que llamamos ficción»

Atribuir al azar la coincidencia es sobreestimarlo, estaba hablando justamente de lo que yo había leído unas noches antes y esto tenía que tener una relación causal. Russell y Borges aparecían en su discurso acaso como una pista para descifrar el enigma y llegar a la conclusión de que Memo Cuevas no existe, lo que sucede es que morimos cada noche y reencarnamos, en nosotros mismos, al despertar y en cada renacimiento matutino el creador nos dota de una memoria colectiva en la que el maestro Guillermo Cuevas es una verdad irrefutable.

La plática fue muy extensa y los pasajes de la novela fueron ilustrados con varios videos de la obra del genio austriaco: el primer movimiento de una sinfonía, un par de sonatas y el final de Las bodas de Fígaro subtitulado en español, algo que sé que escandaliza a los puristas pero que yo agradecí inmensamente porque de no ser así, sinceramente, la ópera me aburre (nada más no cuenten, por favor).

Al terminar saludé a Memo muy brevemente porque tenía un compromiso y se me hacía tarde. Todavía flotando entre los efluvios mozartianos y cuevanos tuve que enfrentar la cruenta realidad, el insoportable tráfico del Circuito Presidentes.

Desde entonces los días se suceden como siempre, maculados de rutina y cotidianeidad, pero en las noches del insomnio vuelve la duda como animal voraz que me circunda: ¿Existe, en realidad, Memo Cuevas o es una aparición onírica que llega, a veces invocada, a veces inopinadamente, a la consciencia de los cofrades de la secta de soñantes? ¿Es una blasfemia suponer la existencia de Memo Cuevas entre el mediodía de un viernes, cuando nos depedimos en un café, y la mañana del miércoles siguiente cuando volví a verlo frente a mí y lo escuché hablar como si fuera de carne y hueso?, ¿esa suposición es tan absurda como pensar que el último cigarro que me fumé el viernes en la noche es el mismo que encendí el miércoles en la mañana?

No tengo la respuesta y sigue atormentándome el final de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius: «… ya en las memorias un pasado ficticio ocupa el sitio de otro, del que nada sabemos con certidumbre -ni siquiera que es falso-.»

PD: No sé cuál de los dos escribe esta columna.

PRIMERA PARTE: Jazz-taba allí, ya no estaba allí

 

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