Hace más de un mes, el presidente Enrique Peña Nieto recibió los resultados de un par de encuestas, una sobre los niveles de su popularidad y aceptación de su gobierno, y otra que midió, a tres años de la sucesión presidencial, las preferencias electorales de los principales aspirantes de diversos partidos políticos a la primera Magistratura del país.

A principios de agosto, el diario capitalino Reforma dio a conocer también sus propios sondeos que arrojaban no sólo una bajísima calificación a Peña Nieto por parte de líderes y ciudadanos entrevistados, sino que además, en contraste, ubicaban muy por encima de todos los prospectos partidistas que se candidatean para la elección de 2018 al principal opositor de su régimen y reformas estructurales: Andrés Manuel López Obrador, quien por tercera ocasión consecutiva contendería por la Presidencia de la República, pero ahora como candidato del Movimiento de Regeneración Nacional, partido que recién fundó.

Estos indicios, preocupantes para el grupo en el poder, son los que habrían motivado que Peña Nieto hiciera reacomodos en su gabinete presidencial y que inclusive decidiera abrirle la puerta del Comité Ejecutivo Nacional del PRI a Manlio Fabio Beltrones, a quien presuntamente habría intentado bloquear el grupo compacto del mexiquense, encabezado por el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, y Aurelio Nuño, flamante titular de la SEP, a quien hasta a mediados de agosto se mencionó para reemplazar a César Camacho en la dirigencia priista luego de que el sábado 25 de julio, en el evento denominado “Unidad para continuar la transformación de México”, ante la plana mayor del tricolor y millares de militantes reunidos en la sede nacional de su partido, el Presidente delineó el perfil del nuevo líder partidista que aparentemente coincidía con el de Nuño Mayer, que por ese entonces aún se desempeñaba como jefe de la Oficina de la Presidencia.

Ahí, Peña urgió a renovar al PRI para estar a la altura de la nueva realidad del país. “Es momento de que el tricolor actualice su organización y estructura, amplíe sus bases, atraiga más simpatizantes, regrese a las universidades para despertar el entusiasmo de la juventud”, planteó. La renovación y actualización es necesaria, subrayó, porque a partir de cambios, avances educativos y tecnológicos, la sociedad está más informada y tiene a su alcance nuevos medios para expresarse, organizarse y hacerse presente.

Pero en ese entonces, también, dejó entrever la misma preocupación que acaba de externar ahora en su mensaje con motivo de su tercer informe presidencial. Y es que desde 39 días antes, Peña había advertido ya que “la demagogia y el populismo prometen, en su ambición de poder, soluciones mágicas que en realidad destruyen esfuerzos institucionales, empobrecen a las familias y restringen las libertades”. Ante los miembros de su gabinete, gobernadores, dirigentes y miles de correligionarios, el Presidente señaló que la “sombra” de ese tipo de políticas amenaza a las sociedades democráticas del mundo. “Las consecuencias de esta nueva ola populista son graves. (…) Diversos países que se consideraban democracias consolidadas (…) hoy han dejado de serlo a causa de liderazgos irresponsables”, sostuvo. “Las decisiones populistas, demagógicas e irresponsables destruyen en sólo unos días lo que llevó décadas de esfuerzo institucional construir. México tiene que estar consciente de estos riesgos”, añadió.

El pasado miércoles, ante mil 500 invitados convocados en el patio central de Palacio Nacional, sin mencionar nombres ni partidos políticos, Peña Nieto retomó el mismo discurso. Advirtió que, ante un ambiente de frustración, pesimismo e incertidumbre, las sociedades pueden optar por “salidas falsas”, y sentenció que, de manera abierta o velada, la demagogia y el populismo erosionan la confianza de la población, alientan su insatisfacción y fomentan el odio en contra de las instituciones. “En esos episodios, la insatisfacción social fue tal, que nubló la mente, desplazó a la razón y a la propia ciudadanía, permitiendo el ascenso de gobiernos que ofrecían supuestas soluciones mágicas. Sin embargo, esos mismos gobiernos, lejos de llevar a sus sociedades hacia mejores condiciones de vida, alentaron el encono y la discordia; destruyeron sus instituciones y socavaron los derechos y libertades de su población”, señaló.

El mandatario manifestó que, contrario a esos modelos de gobierno, su apuesta es construir cambios duraderos por la vía de la institucionalidad y la estabilidad económica. Pero la gran interrogante es con quién va a garantizarlo. Esa es su preocupación, pues de acuerdo con la más reciente encuesta de Reforma, publicada a principios de agosto, sus dos delfines para la Presidencia en 2018, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y Videgaray, de Hacienda, están muy lejos de alcanzar a López Obrador, quien actualmente tiene el 42 por ciento de la intención del voto, 24 puntos arriba del titular de la SEGOB que con 18% de las preferencias era el funcionario peñista mejor posicionado hasta antes de la nueva fuga del narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán, el pasado 12 de julio.

¿Incidirán estos escenarios y circunstancias en la próxima selección de candidatos priistas a las gubernaturas que se renovarán el próximo año en 12 estados del país? Por supuesto que sí. El Presidente y su corte no pueden equivocarse y perder bastiones como el de Veracruz.
Y es que Peña ya ha dado ejemplo, con la llegada de Eruviel Ávila a la gubernatura del Estado de México en 2011 como ahora con el arribo de Beltrones al CEN del PRI, que sabe postergar intereses personales o de grupo para salvar prioridades más valiosas.