Recomienda mi gurú que hay que seguir sistemáticamente a José Woldenberg, porque es uno de los politólogos más honestos en el plano intelectual, en el ideológico y en el político.

Yo le hago caso, y metido en la flojera propia del viernes, le cedo la palabra a quien le diera al Instituto Federal Electoral un señorío y una credibilidad que por desgracia perdió, cuando cayó en el rejuego de los intereses de los partidos políticos.

Woldenberg acaba de publicar en la editorial Cal y arena su obra más reciente: La voz de los otros. Libros para leer el siglo. De la presentación que hizo en la Feria del Libro de la Universidad de Hidalgo, en Pachuca apenas el jueves 27, tomo sus palabras:

“Somos un país profundamente desigual en donde es muy difícil construir un sentimiento inclusivo de todos porque somos más que un tejido social, somos una especie de archipiélago donde clases, grupos, pandillas, viven en condiciones muy distintas. No existen las condiciones para tener cohesión social, es decir, un país medianamente armónico donde todos nos sintamos incluidos.”

“El nuestro es un Estado con problemas mucho muy graves y que urge atender. Somos un país donde la economía no crece con suficiencia, con enormes desigualdades, con franjas de pobreza, con fenómenos de corrupción que quedan impunes. Aún no es un Estado fallido, pero sí sumergido en una violencia estatal extrema”.

“La violencia que se ha instalado entre nosotros, es una violencia mucho más disruptiva y ha modificado, incluso, la convivencia social. La respuesta gubernamental a esta situación no ha afectado solamente a decenas de miles de personas y a sus familias, sino que incluso quienes no hemos sido tocados por esa violencia, vivimos con ella como si fuera una sombra”.

“El caso de Ayotzinapa es extremo y conmocionó al país, porque al enterarnos que eran las propias policías las que entregaban a bandas de delincuentes, a estudiantes de una normal, pues estábamos ante un asunto de enorme y extrema gravedad. Al detectar esa connivencia entre las fuerzas del orden -que supuestamente están para garantizar la integridad y demás- con el crimen organizado, nos sentimos agredidos, engañados y con justa razón nos enojamos”.

“México vivió en los últimos años del siglo XX una transición democrática que cualquiera la puede ver y evaluar. Sin embargo, y a pesar de ese cambio, es fácil constatar que hay un malestar, un estado de ánimo desencantado, una tensión hacia los instrumentos que hacen posible la democracia, y me refiero a los políticos, a los partidos, al Gobierno. Uno tiene que preguntarse: ¿cuál es el caldo de cultivo de este malestar? Yo creo que el caldo de cultivo tiene que ver con que no somos un país integrado”.

“Para erradicar la desigualdad social que apremia al país, es necesario meter el tema a la agenda nacional. Prácticamente el nivel de pobres es el mismo de hace veinte años, lo que quiere decir que no avanzamos en ello. Es necesario que el Estado dé un giro a la agenda e incluya los temas que realmente busquen el beneficio y desarrollo de sus habitantes”.

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