Cuando pensamos que habíamos visto todo en materia de tonterías económicas las cuales, por decir lo menos, son causa de daños a veces incuantificables, aparece el Presidente lanzando loas inaceptables por la ignorancia que dejan ver en materia económica, y por el desprecio de la realidad que México ha vivido, a la devaluación como instrumento de competitividad.
Defender y tratar de presentar el reciente proceso devaluatorio como algo benéfico para la competitividad de algunas áreas y actividades de nuestra economía es, antes que cualquier otra cosa, una muestra de ignorancia económica y soberbia intelectual, que lleva al gobernante —y a sus funcionarios— a evadir su responsabilidad en el diseño y aplicación de políticas públicas en materia económica, no solamente erróneas sino dañinas para el crecimiento.
El celebrar lo que es a todas luces dañino para la economía —como ha sido demostrado en el mundo una y otra vez, y en México estos últimos 30 o 40 años— es un error grave que, de no corregirlo, nos podría llevar a una espiral devaluatoria cuyos efectos negativos serían imposibles de cuantificar.
Ver la devaluación como instrumento útil para elevar la competitividad de una economía o de una actividad es una baratija que cual pesado lastre nos acompaña desde los años de economía cerrada. Es increíble que este gobierno, que no se cansa de proclamar que la elevación de la productividad es el instrumento que permite a una economía ser competitiva, nos venda ahora la baratija de que la devaluación de nuestra divisa es útil porque nos hace más competitivos. ¿Y la productividad?
Ante ese desprecio por la historia y sus enseñanzas, no debemos contemporizar; hay que exhibir el peligro que representa para la economía y su crecimiento y para la elevación de la productividad, que el gobernante piense que la devaluación es benéfica para nuestra economía.
Lo que en realidad tratan de hacer es ocultar su responsabilidad en el diseño y puesta en práctica de no pocas políticas públicas equivocadas y dañinas para el crecimiento y el desarrollo. Lo que deja ver, pues, esa idea de la competitividad mediante la devaluación de nuestra divisa es negarse a reconocer lo evidente: no han sido capaces de entender las causas de nuestro atraso estructural y menos lo han sido para proponer políticas públicas que vayan a las causas de nuestro eterno estancamiento.
Al final del día, estamos ante funcionarios que todavía hoy tienen en alta estima los instrumentos propios de las economías cerradas que, lejos de ser útiles, son el mejor pasadizo para acelerar la llegada de una crisis económica.