Hay un tipo de música que todos sabemos que es jazz, la Main Stream o corriente principal que parte del estilo Nueva Orleans y transita por el swing, el be bop, el cool jazz, el jazz modal, el hard bop, el new bop y esos movimientos de los años ochenta que Joachim Berendt llamó clasisismo y neoclasismo.
Eso, sin ninguna duda, es jazz. Todo lo demás ha sido objeto de una polémica que me parece estéril. ¿Es jazz o no es jazz la música de la tercera corriente?, ¿lo es o no lo es el jazz-rock?, ¿Concha Buika y Maria João son o no cantantes de jazz? No sé quién determina estas cosas pero siempre me pregunto por qué la amalgama de la música caribeña con el jazz sí merece llamarse jazz latino y no lo merece la bossa nova, por ejemplo.
El jazz, siempre lo he dicho, es un promiscuo vagabundo que ha esparcido su simiente por todas las músicas del planeta, que lo mismo ha engendrado hijos con el tango que con el mugham azerbaiyano, igual con el flamenco que con la música andina. En una entrevista Óscar Stagnaro me dijo que ésta es una condición sine qua non para la evolución de la música tradicional:
«Para lograr que la música evolucione se tiene que mezclar con el jazz, ese es el concepto, porque si no parte de ahí, nunca va a evolucionar, siempre va a ser música tradicional. Digamos que mantiene la parte tradicional, pero es más contemporánea. Es como el tango de Piazzolla, ese es el claro ejemplo de cómo se puede desarrollar la música; no pierde el corazón del tango, pero tiene otra identidad.
«Mira, por ejemplo, el jazz europeo no tiene nada que ver con el jazz de los Estados Unidos, solamente mantiene la libertad a la hora de tocar, ese es el concepto del jazz. A la hora que improvisan te das cuenta de la magnitud de ese lenguaje, ves que han estudiado todo eso, pero lo tocan muy diferente». (Ver: Maestra vida, camará… │ Óscar Stagnaro/ II )
Siempre he pensado que una de las maneras, que no la única, de que el jazz tenga arraigo en nuestro país es precisamente esa, integrándolo a nuestro lenguaje sonoro. Eso empieza a suceder en Xalapa con grupos como Sonex y La Manta, y en proyectos personales como el Ramiro González Quinteto. No recuerdo si platiqué con Ramiro antes o después que con Stagnaro, pero hay una coincidencia en sus conceptos. Cito a Ramiro:
«Tengo una Master Class en la que hablo sobre las convergencias que hay entre la música norteña y el jazz Nueva Orleans, sobre los ritmos que hay en común, los ritmos raíces, como el chotis, la polka, el vals. Evolucionaron de diferente manera pero tenemos raíces en común en todo el mundo, realmente toda la música está conectada.
«Creo que es necesario empoderarnos de nuestra cultura, de nuestras tradiciones y fortalecer el sentido de identidad porque lo que nos está exterminando es que ahora hay una tendencia clara a la homogeneización de la cultura y es bastante grave porque, a la hora de querer homogeneizar la cultura en el mundo, se crean muchos complejos de falta de autoestima, sobre todo en los músicos que no son del primer mundo, como los latinoamericanos». (Ver: Las tradiciones y las fusiones │ Ramiro González / III )
Oriundo de Ciudad Victoria, Ramiro estudió la Licenciatura en Flauta de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, tras graduarse vino a Xalapa para estudiar en JazzUV en la época en la que esa institución únicamente ofrecía diplomados. Después se ha formado como jazzista en la universidad mejor ponderada por los músicos de este género: la calle.
El año 2012 formó el Ramiro González Quinteto, un proyecto que presentó en el Jazz Tam Fest de Tamaulipas con un repertorio formado por arreglos de música tradicional hechos por él mismo y algunas composiciones de su autoría basadas en la música tradicional del noreste de nuestro país. De ahí salió su primer disco, Jazz Suite del Noreste de México.
Recientemente ha sacado a la luz su segunda grabación, Sonata para el Bebé Colibrí, una obra en la que, con la forma sonata, la esencia de la música huasteca y fuertes resonancias coltraneanas, el multialientista logra que sus convicciones musicales y sus concepciones filosóficas coincidan en una propuesta que, dado el tema, tiene mucho de espiritual.
«La temática es acerca de la muerte -me dijo recientemente-, está dedicado al hijo de mi amigo Eloy Fernando, un niño que murió a los cuatro días de nacido y fue un momento muy doloroso para él y también para todos lo que lo acompañamos y lo rodeamos, fue algo muy impactante. El tema me parece un poco delicado pero fue una necesidad de sublimar todas estas emociones tan fuertes que vivimos. Le nombré Sonata para el Bebé Colibrí porque así le llamaba él a su hijo, bebé colibrí, y sonata porque tiene cuatro movimientos como una sonata clásica aunque no son, precisamente, las mismas velocidades pero sí está la estructura».
Quizá por eso Coltrane permea en la obra entera no solo con su estética musical (que está muy presente en el todo de la grabación) sino con su sentido espiritual. El nombre del segundo movimiento, Ascención, es el mismo del álbum de 1965 del saxofonista de Carolina del Norte.
Con diálogos, veces unisónicos, a veces contrapuntísticos, entre el saxofón tenor de Diego Franco y el soprano tocado por él, nos conduce a atmósferas místicas que van de la calma al paroxismo e, incluso, por momentos, se aproximan al free jazz, otro ingrediente coltraneano.
La sección rítmica formada por Francisco Cruz en el piano, Alonso López en el contrabajo y Fernando Barrios en la batería, más que tejer una red rítmico-armónica sobre cual puedan mecerse los alientos, se integra de una manera protagónica al discurso grupal, discurso que, sin perder su esencia, se nutre con las voces individuales, como sucede siempre en el jazz.
Mucho de búsqueda hay en esta obra que, si bien tiene cimientos sólidos, estos no le impiden el vuelo por los aires de la improvisación.
El álbum, que fue grabado en los Estudios Noviembre de la Ciudad de México, se completa con la ilustración de la portada de Atenea Castillo Baizabal, la fotografía de Luis Gutiérrez y el diseño de Manuel López.
La versión digital ya está disponible en este enlace: Sonata para el Bebé Colibrí. Generosamente, Ramiro permite la escucha gratuita de los seis tracks de la grabación:
1. I Overtura
2. II Ascención
3. III Duerme (parte 1, solo de batería)
4. III Duerme (parte 2, tutti)
5. IV Fantasía
6. II Ascención (toma alterna)
Para descargarlo ha puesto un precio simbólico, 84 pesos. Es una cantidad que todos tenemos, adquirámoslo para que pueda producirse la versión física y, sobre todo, para que siga creciendo esta música que, más allá las etiquetas que puedan colgársele, es, estoy seguro, nuestro jazz.
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