Hace muchos años que esta pregunta me asalta de vez en cuando, desde que mi querido maestro me la hizo por primera vez. Lo cierto es que la respuesta ha ido variando con el tiempo y las circunstancias. Tengo muy presente que canto desde que era muy pequeña y, desde entonces, hacerlo es una de las cosas que me hace más feliz. También sé que cantar es de los recuerdos más viejos que tengo y que fue hasta los 30 años que descubrí que esa era mi verdadera vocación.
Pero, ¿por qué lo hago? Lo hago por instinto, por impulso, por la misma razón por la que me río a carcajadas, por la que lloro si debo hacerlo y por la que digo lo que pienso a bocajarro. Desde muy temprana edad, como ya he dicho, encontré en él un lugar seguro a dónde ir y adoptar letras, canciones o personajes para, finalmente, ser yo misma en el gozo de la vida y del fluir en ella, con todas mis emociones. Asimismo, canto por diversión, por proyección, introyección y por reflexión. Aprendí, a través del canto, que la vida también es bella, es buena y alegre; para contar historias y compartirlas. Y aprendí también, por el mismo canto, que la vida a veces duele y es injusta, pero que cantarlo lo sublima y libera. Canto por amor, por desamor, por locura y para mantener mi cordura. Canto para vivir y vivo para cantar. Canto porque es el único lugar posible donde no me abruma el miedo, ni mis complejos, ni ninguna circunstancia. Canto porque es el lugar donde convergen la música y las palabras, los lenguajes que más disfruto y que más me gustan.
También he aprendido a cantar por compromiso, tanto material como moral. He aprendido que el canto es un arma de amor masivo, de espiritualidad sin límites y sin religión específica (incluso cuando canto música religiosa) y he aprendido que a través del canto la gente se conecta entre sí y con una energía maravillosa y poderosa. Canto para tener y para dar esperanza. Canto para seguir sembrando y cosechando belleza en el mundo. Canto para ayudar a desconectarnos de lo que no nos gusta de la realidad y tener un refugio donde cargarse de lo que nos hace falta. Pero también sé que el canto es comunión y complicidad, es una manera de ir directo a lo más profundo de la psique y del alma, tanto propia como ajena. Canto, entonces, por impulso, por necesidad y por convicción.
Canto porque, además, todo lo que sucede y se activa en mi ser a nivel físico, emocional, espiritual y psicológico me ha permitido conocerme mejor, entenderme mejor, crecer y sanar en todos aspectos. Canto porque hay algo, muy dentro de mí, que ni siquiera me pertenece, pero con lo que conecto y es como un viaje espacial, astral, interestelar, interpersonal y atemporal, donde siento, vibro y me expando como en otra dimensión. Y no: no consumo drogas en ningún momento. Es como entrar en un trance en el que uno puede confiar y fluir, del que uno sale bien librado y enriquecido. No importa si canto sola, con un grupo, con una orquesta, en coro o en ensamble; tampoco importa si se trata de música popular, clásica, jazz, tradicional, religiosa, para niños, para adultos o para los muertos… El resultado es casi el mismo en el fondo, aunque cambie en la forma.
Comparto mi experiencia con el canto porque amo la voz humana y porque creo que casi todas las personas podemos cantar, si no hay impedimentos fisiológicos o neurológicos (hay casos donde el canto incluso ha ayudado a resolverlos o a mejorar) y porque creo que cantar nos devuelve la experiencia de conectar en colectivo, sin dejar de ser uno mismo y hacer cosas maravillosas. Desde luego que hay gente que tiene más facilidad para cantar que otras (así como hay gente que tiene mayor facilidad para ciertas cosas, pero que al final todos logramos hacer) y eso no debe desalentarnos. De hecho, si conoces a alguien que tenga problemas de tartamudez o para memorizar cosas, si alguien está deprimido o enojado, seguramente cantar es una excelente terapia. O simplemente, si quieres buscar y explorar tu voz y sus dimensiones, busca si hay algún coro o maestro de canto en tu comunidad y anímate; verás que la experiencia es enriquecedora, gratificante y sanadora.