Seguramente me voy a ganar la animadversión de quienes en las redes y en ciertos medios ya han juzgado a priori al Gobernador de Veracruz, y lo señalan como “el asesino de 14 periodistas veracruzanos”.

La moda (y con ella los trending topics o tendencias, los hashtags o etiquetas que circulan entre nuestros indignados locales), es acusar con dedo flamígero a Javier Duarte de Ochoa de todo lo malo que sucede en nuestras vidas, en el estado, en el país y hasta en las naciones del concierto mundial.

Y no diga usted algo en contra de esa idea, porque se le van encima con denuestos, con afirmaciones fuera de la realidad… hasta con insultos (más bien primero que nada con insultos). Eso no tiene remedio, pero tampoco que, aunque digan lo contrario, en Veracruz cualquiera puede ejercer su libertad de opinión, y así lo hago ahora.

El lunes 10 muy temprano, el mandatario veracruzano leyó un texto en el que da respuesta puntual a los señalamientos que ha habido en su contra respecto de los compañeros periodistas asesinados en Veracruz durante su mandato.

Habló de 11 casos y dio datos duros: dijo algo sus acusadores omiten mencionar: que la Procuraduría General de la República atrajo ocho de ellos, y es por tanto la responsable de hacer las investigaciones pertinentes. Por tanto, la Fiscalía General del Estado solamente tiene la responsabilidad de hallar la solución en los crímenes contra tres periodistas (el texto completo de la conferencia de JDO se puede leer en http://journalveracruz.com/2015/08/10/conferencia-de-prensa-del-gobernador-javier-duarte/).

Nuestra Constitución consagra el principio jurídico de que todo ciudadano es inocente, hasta que no se compruebe su culpabilidad. En este orden de ideas, el acusador debe mostrar las pruebas de lo que afirma. Por tanto, el acusado no tiene ninguna necesidad de demostrar su inocencia. No obstante, ante la andanada de señalamientos, el gobernador Duarte tuvo que salir a aclarar paradas.

Entiendo la indignación de quienes quisieran ver correr la sangre del joven mandatario, pero me indigna a mi vez (tengo derecho también a enojarme yo, ¿o no?) que su respuesta sólo surja del enojo y no de la lógica, mucho menos de la lógica jurídica.

Los que afirman que Javier Duarte es culpable y solamente aportan como prueba que ellos quieren que sea culpable, en verdad se apartan de la objetividad. Sus argumentos son endebles porque los dicta la ira y no la razón (y por esa ira seguramente se irán en contra mía, enojados porque alguien piensa distinto a ellos… ellos, que acusan que hay represión contra el derecho a opinar, paladines de la intolerancia).

Lo cierto es que el gobernador Duarte, como cualquier otro ciudadano, se debe presumir inocente hasta que no se demostrara lo contrario. Y para ciertos comedidos jurídicos: llamarlo a declarar no es una prueba, sino un procedimiento.

Javier Duarte de Ochoa ha respondido con datos duros, reales. En su enojo, sus detractores dirán sin probar, como ha sido su costumbre, que esos datos son falsos, que fueron amañados. Y se mostrarán aún más enojados, gritarán vociferarán.

Pero la realidad en este momento, es la realidad de este momento.

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