Aunque no lo quieran creer los indignados que manifiestan sus enojos antigubernamentales en las redes, dentro del Partido Revolucionario Institucional hay militantes convencidos, que tienen puesta la camiseta tricolor y se asumen como priistas perennes.

Son los que han hecho carrera en el partido, y con esto digo que se iniciaron desde la infancia, como entusiastas acompañantes de sus mamás o sus hermanos mayores en las prejuventudes revolucionarias e institucionales.

Son los mismos que poco después, apenas conseguida la ciudadanía y el derecho de votar, se transformaron en miembros del Movimiento, del Frente o de lo que sea ahora, y se forjaron en la universidad política del mitin, del acarreo, de la pega de volantes en los postes y la colgada de pasacalles en donde se pudiera; los que supieron del perifoneo y se hicieron de una voz potente a fuerza de gritos en las porras al candidato o al funcionario.

Y son ellos los que pasaron a engrosar alguno de los sectores: el versátil popular, el bocabajeado campesino, el difuso laboral. O se metieron de plano en alguna de las asociaciones: la Unidad Revolucionaria, la organización que congrega a las mujeres, la Fundación Colosio, y ahí fueron haciendo carrera, madurando su militancia en campañas de todo tipo: para alcaldes, para diputados locales o federales, para senadores, para Gobernador, para Presidente de la República.

Representan el escalafón irreprochable de los priistas de coraza, de los leales (iba a poner “fieles”, pero ya saben…), de los que traen en el pecho los colores de la bandera y en la cabeza la ideología que haya mandado la línea de arriba, porque fueron antiimperialistas con Echeverría, revolucionarios con López Portillo, semiliberales con de la Madrid, neoliberales con Salinas, globalifílicos con el inútil de Zedillo, opositores con Fox y Calderón, y ahora… ahora peñistas a ultranza, en lo que se define lo que será el partido en este sexenio.

Todo eso y mucho más podrán aprender los jóvenes que con todo entusiasmo se han inscrito y fueron aceptados en la renovada Escuela de Cuadros del PRI de Veracruz, que han empezado ya su formación partidista de la mano del esfuerzo de un militante prístino como Alfredo Ferrari, el actual líder estatal, que con este programa de formación de la nueva militancia dejará una herencia indeleble, a pesar de que no siga o a pesar de que siga al frente de la dirigencia hasta que haya candidato a Gobernador y empiece la definitoria campaña de 2016.

Aunque muchos no lo quieran creer, en esa escuela de los nuevos priistas, que ya ha empezado funciones, se adoctrinarán (en el buen sentido del término… y un poco en el malo pues) las nuevas generaciones que le darán sustento al PRI de los próximos sexenios, al partido que tal vez vuelva a ser oposición y tal vez consiga recuperar el poder más adelante.

Rafael Pérez Cárdenas, quien estuvo al frente de la Escuela de Cuadros con Felipe Amadeo como dirigente estatal, me definió con su impecable humor la función fundamental de esta instancia partidista:

—¿Qué para qué sirve la Escuela de Cuadros? Pues… ¡para que no se hagan bolas!

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