Se dice que el arcángel Gabriel toca la trompeta,
siempre me gustó ese nombre y ese ángel
por el simple hecho de que es un trompetista.
Yo no sé si Chet Baker se mereció un sitio en ese
«supuesto» cielo . Si está allí, sé que la belleza,
la dulzura y el lirismo no son ya del querubín,
se los ha quedado ese granjerito de Oklahoma
con cara de niña.
(Del blog Lasherenciasolvidadas)
La muerte, que siempre le rondaba,
por fin le ha encontrado de una manera absurda
y en un momento absurdo. Puesto que era inevitable,
hubiera sido más lógico que Chet Baker
muriese cuando las hojas de otoño
empiezan a caer. Pero a la muerte le tienen
sin cuidado estos sentimentalismos.
(José Ramón Rubio / El país)

Si la vida de Chet Baker, como comenté ayer (Ver: Strong and blues | Chet Baker / I), estuvo llena de claroscuros, su muerte está envuelta en un halo de misterio. El hecho objetivo es que el 13 de mayo de 1988, cuando tenía 58 años, cayó desde la ventana de un hotel de Ámsterdam. Se habló de suicidio, se dijo que fue un ajuste de cuentas de sus proveedores de drogas a quienes ya debía mucho dinero, se habló de un accidente.

Chet BakerEn abril del año pasado le dediqué el Jazzbecedario (Ver: Jazzbecedario, letra B: Baker, Chet) y afirmé «jamás sabremos la verdad» pero fue una imprecisión pues el pianista francés Michel Graillier, colaborador cercano de Chet en sus últimos años, ha desmitificado el trágico suceso:

La forma en la que se ha relatado su muerte es significativa. Se ha dicho que se suicidó. En realidad Chet había alcanzado una serenidad espiritual inconcebible en alguien que se va a suicidar. Además, sé que estaba lleno de proyectos. La noche de su muerte tenía que tocar con Archie Sheep. Cuando llegó al lujoso hotel de Ámsterdam, iba un poco desaliñado; llevaba sus viejos vaqueros, en fin, una ropa que no se adecuaba al lugar, y en el hotel sospecharon que podía irse sin pagar.
Le exigieron que abonara su habitación por adelantado y él no soportó esta afrenta. Puede que fuera un ser «marginal» pero era un gran señor y muy quisquilloso en cuestiones de trato personal. Tuvo una discusión bastante violenta con responsables del hotel y le pusieron en la puerta con todas sus cosas. Chet era extraordinariamente amable, pero capaz de enfurecerse terriblemente cuando pensaba que se le trataba con desdén. Una vez en la calle se dio cuenta de que había olvidado la trompeta en su habitación. Por orgullo, no quiso pedir a la dirección del hotel permiso para ir a buscarla y prefirió escalar la fachada del edificio, a pesar de que su habitación se hallaba en el tercer piso. Cuando llegó a la altura del segundo, o porque resbaló o porque le falló el corazón, cayó al vacío.
Un informe de la policía holandesa confirma todo esto, pero la dirección del hotel ha hecho lo imposible por ocultar la verdad, y esa es la razón por la que los medios de comunicación han dejado circular la hipótesis del suicidio. No voy a decir que fuera un final particularmente inteligente, pero se ajusta muy bien al carácter de Chet. Era un caso aparte, era de Oklahoma y tenía mentalidad de «cowboy».
De cualquier forma, no tenía nada de perdedor o de hombre abatido, pero ya se sabe que, en cuestiones de jazz, la gente prefiere las historias morbosas.

El poeta chileno Francisco Véjar tiene una serie de cinco poemas dedicados al jazz, en el primero recuerda esta muerte inopinada.

Anotaciones de un diario de vida

a Chet Baker

The Last ConcertEmpecé a escucharlo a comienzos de los años ochenta. Disfrutábamos de aquellas lunas negras que giraban en 33 revoluciones; blancas noches junto al destello de su voz melancólica, como nuestra cerveza y tabaco. La fina aguja de metal marcaba los días haciendo caer las hojas de los calendarios, y nos veía crecer, vagos y solitarios. No seríamos nosotros quienes cambiarían el mundo, sino que inauguraríamos el nuestro, conformado por árboles de un parque silencioso donde nos ocultábamos de la rugosa realidad. En aquella época temas como Time after time fueron patrimonio – y lo siguen siendo – de los lugares que bautizábamos con los nombres de nuestras amantes. Recuerdo la muerte de Chet Baker. Era 1988, y estábamos tendidos en una playa, lejos de la ciudad; averiguamos entonces que su impronta fue la versión más desgarrada de My funny Valentine, mientras caía de un octavo piso en Amsterdam.

Francisco Véjar

Ver también:

Strong and blues | Chet Baker / I

Chet en el silencio, en el pensamiento, en el corazón │ Chet Baker / III

 

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