Mujeres jóvenes participan en una festividad nocturna en Dili, la capital de Timor-Leste. Foto: ONU / Martine Perre
Mujeres jóvenes participan en una festividad nocturna en Dili, la capital de Timor-Leste. Foto: ONU / Martine Perre

Sobra decir que el Día Internacional de la Amistad celebrado ayer está en el extremo opuesto del 14 de febrero, ese festín del consumismo que eleva la cursilería a niveles catárticos y desde ahí la deja caer para que nos salpique de corazoncitos flechados por Cupido, bombones, chocolates, tarjetas postales, melosos arrumacos acunados en terciopelo y envueltos en celofán.

La Asamblea General -se lee en la página oficial de la ONU– designó en 2011 el Día Internacional de la Amistad con la idea de que la amistad entre los pueblos, los países, las culturas y las personas puede inspirar iniciativas de paz y presenta una oportunidad de tender puentes entre las comunidades.

Niños palestinos en Gaza disfrutando durante las Semanas de Diversión Estival organizadas por la UNRWA. Foto: ONU / Shareef Sarhan
Niños palestinos en Gaza disfrutando durante las Semanas de Diversión Estival organizadas por la UNRWA. Foto: ONU / Shareef Sarhan

La resolución pone un especial énfasis en la importancia de implicar a los jóvenes y a los futuros líderes en actividades comunitarias encaminadas a fomentar la inclusión de las distintas culturas y el respeto entre ellas, promoviendo a la vez la comprensión internacional y el respeto de la diversidad.

Asimismo, el Día tiene como propósito brindar apoyo a las metas y objetivos de la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz y el Decenio internacional de una cultura de paz y no violencia para los niños del mundo (2001 – 2010).

Para conmemorar el Día Internacional de la Amistad, las Naciones Unidas invita a todos los Estados Miembros, las organizaciones internacionales y regionales, así como a la sociedad civil, a realizar eventos, actividades que contribuyan a los esfuerzos de la comunidad internacional para promover el diálogo entre las civilizaciones, la solidaridad, la comprensión mutua y la reconciliación.

Propongo a cuatro caros amigos, Julio Cortázar, Pablo Neruda, Jorge Calvetti y Chico Buarque, para continuar la celebración:

LOS AMIGOS

Julio Cortázar

En el tabaco, en el café, en el vino,
al borde de la noche se levantan
como esas voces que a lo lejos cantan
sin que se sepa qué, por el camino.

Livianamente hermanos del destino,
dióscuros, sombras pálidas, me espantan
las moscas de los hábitos, me aguantan
que siga a flote entre tanto remolino.

Los muertos hablan más pero al oído,
y los vivos son mano tibia y techo,
suma de lo ganado y lo perdido.

Así un día en la barca de la sombra,
de tanta ausencia abrigará mi pecho
esta antigua ternura que los nombra.

Locos Amigos

Pablo Neruda

Se abrió también la noche de repente,
la descubrí, y era una rosa oscura
entre un día amarillo y otro día.
Pero, para el que llega
del Sur, de las regiones
naturales, con fuego y ventisquero,
era la noche en la ciudad un barco,
una vaga bodega de navío.
Se abrían puertas y desde la sombra
la luz nos escupía:
bailaban hembra y hombre con zapatos
negros como ataúdes que brillaban
y se adherían uno a una como
las ventosas del mar, entre el tabaco,
el agrio vino, las conversaciones,
las carcajadas verdes del borracho.
Alguna vez una mujer cayéndose
en su pálido abismo, un rostro impuro
que me comunicaba ojos y boca.
Y allí senté mi adolescencia ardiendo
entre botellas rojas que estallaban
a veces derramando sus rubíes,
constelando fantásticas espadas,
conversaciones de la audacia inútil.
Allí mis compañeros:
Rojas Giménez extraviado
en su delicadeza,
marino de papel, estrictamente
loco, elevando
el humo en una copa
y en otra copa
su ternura errante,
hasta que así se fue de tumbo en tumbo,
como si el vino se lo hubiera llevado
a una comarca más y más lejana!
Oh hermano frágil, tantas
cosas gané contigo, tanto
perdí en tu desastrado corazón
como en un cofre roto,
sin saber que te irías con tu boca elegante,
sin saber que debías
también morir, tú que tenías
que dar lecciones a la primavera!
Y luego como un aparecido
que en plena fiesta estaba
escondido en lo oscuro
llegó Joaquín Cifuentes
de sus prisiones: pálida apostura,
rostro de mando en la lluvia,
enmarcado en las líneas del cabello
sobre la frente abierta a los dolores:
no sabía reír mi amigo nuevo:
y en la ceniza de la noche cruel
vi consumirse al Húsar de la Muerte.

Borges y su sentido de la amistad

Jorge Calvetti

Emerson afirmó con la sutileza y la profundidad natural en él que «la amistad, como la inmortalidad del alma, es algo demasiado bueno para ser creído».
Tiempo después, la realidad le obligó a reconocer que «el alma se rodea de amigos para tener mejor conocimiento de sí mismo o más grande soledad».
Pensador iluminado, quiero decir con una lucidez -una luz- sorprendente, anticipó, cien años o más, verdades que hoy son reconocidas universalmente. El último premio Nobel de Literatura, José Saramago, desarrolla en varias de sus obras, sobre todo en La balsa de piedra la tesis de que «conocer al otro es conocerse a sí mismo».
La colaboración que aporto al volumen de homenaje a nuestro colega tiene un valor anecdótico, y por ello, testimonial, de cómo comprobé de modo personal y directo lo que significaba para Borges la amistad, de cómo la sentía y la practicaba.
Voy a narrar algunos episodios que viví junto a él y que tuvieron como protagonistas a Carlos Mastronardi, Xul Solar y a los hermanos Julio César y Santiago Dabove.
Constituiría una lamentable redundancia referirme a la conocida amistad que cultivó con Macedonio Fernández, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, María Esther Vázquez, Manuel Peyrou o María Kodama, que lo acompañó hasta su partida en Ginebra.
Mis relatos son personales, como he dicho, y agradezco a Dios que me haya permitido vivirlos y la posibilidad de poder relatarlos.
Con Carlos Mastronardi había escrito en nueve cuadernos un «diario intelectual», obra que juzgaba de valor. Con los originales a cuestas recorrí varias, casi todas las editoriales de esta ciudad. Siempre obtuve la misma respuesta: «La obra es muy interesante, pero no es comercial, esta clase de libros no tiene compradores».
Apesarado por mis fracasos, llegué una tarde a lo de Borges. Le conté el magro resultado de mis diligencias: «Bueno -me dijo-, vamos a intentar con Frías, gerente de Emecé. Tiene varios teléfonos pero los conozco a todos». Pude comprobarlo: el teléfono particular, el del estudio jurídico, el de Emecé y dos más que podríamos considerar «secretos».
En su casa de la calle Maipo, ¡lo vi tantas veces!; el teléfono padecía su silencio sobre una silla. Para hablar, Borges se arrodillaba en el suelo, no sobre un almohadón -debo aclararlo-, en el suelo, junto a las sillas y comenzaba a discar. Partía del cero y seguía luego nueve, ocho, siete, seis, cinco hasta que llegaba al número buscado.
Esa tarde estuvo de rodillas más de una hora y no pudo comunicarse con Frías. Le agradecí emocionado y sorprendido de ese esfuerzo y le dije que buscaría al nombrado Frías al día siguiente, en la editorial.

«No, -me dijo-, no, de ninguna manera. Haremos todo lo posible por Carlos. Lo buscaremos hasta encontrarlo». Luego de una hora o más, volvió a insistir con paciencia benedictina hasta que lo encontró. Habló con Frías y convino con él la entrevista que se realizaría al día siguiente.
Con tierna e inolvidable alegría se puso de pie y dijo: «¡Qué suerte! Pude ser útil al poeta», y sonriendo agregó: «Al que es amigo jamás lo dejes en la estacada».
Conservo en mi biblioteca un ejemplar de Elogio de la sombra, dedicado a Mastronardi con estas palabras, escritas con una letra apenas legible pero sí muy reconocible: «Al máximo poeta y al máximo amigo, con toda la amistad del semi-entrerriano. Georgie, 1967.
Borges no podía hablar de la amistad sin conmoverse. Muchas veces le oí decir con cierto temblor en la voz: «Caí como herido del rayo cuando lo vi muerto a Cruz». Aquel Cruz a quien años y años después le inventaría -como ustedes saben- dos nombres: Tadeo Isidoro.

https://www.youtube.com/watch?v=88QbytxUyLc

 

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