Quienes hace 50, 40, 30, 20 años quisimos cuando jóvenes ser periodistas, de una u otra forma tomamos como modelo a Jacobo Zabludovsky, ya sea para emularlo o para confrontar su figura de comunicador contra los sueños y las ilusiones de justicia y equidad que todos tienen en los inicios (y que para fortuna de nuestra prensa nacional, muchos logran conservar a pesar del paso de los años y de las duras experiencias de este oficio).
Descendiente de judíos, nacido y crecido en el barrio de La Merced de la ciudad de México, Jacobo fue un referente obligado porque prácticamente presidió la primacía de la información durante los años 70, 80 y 90 del siglo pasado. 30 años en que fue el zar inevitable del periodismo mexicano, por los alcances de la televisión en la gran masa ciudadana.
Noche a noche, Jacobo marcaba la agenda noticiosa para el día siguiente desde su noticiero 24 horas, que era y fue el programa estelar de Televisa desde la época en que se llamaba Telesistema Mexicano, cuando Emilio El Tigre Azcárraga era el todopoderoso hombre de la televisión en México y “un soldado del Presidente”.
Inteligente, sensible, culto e informado, a Zabludovsky no se le reprochó nunca la calidad de su ejercicio periodístico, sino la orientación de muchas noticias que dio en apoyo al régimen presidencialista mexicano.
La más citada, la más lamentable, fue la que lanzó la noche del 2 de octubre de 1968: “Hoy fue un día soleado en la ciudad de México”… y nada más, cuando el pueblo esperaba ávido la confirmación de la tragedia y la crónica fiel del asesinato que había cometido el régimen de Díaz Ordaz en contra de los estudiantes, levantados con peticiones que hoy darían risa: remover a los jefes del cuerpo de granaderos del Distrito Federal, quitar el delito de disolución social del Código Penal, mejoras en la calidad de la educación pública…
En contraparte, Jacobo fue un periodista sumamente profesional y ajustado al canon de que reportear era lo que hacía a alguien en el oficio, sobre todo si lo hacía con la idea de que la noticia era lo más importante, y la exclusiva, la gloria a la que todos debían aspirar y que todos debían buscar. Y él consiguió millares a lo largo de su carrera.
Y luego, sus entrevistas con grandes personajes mundiales de la política y del arte y la cultura: Fidel Castro, Salvador Dalí, María Félix, Cantinflas, Gabriel García Márquez, a todos los presidentes de México.
Y aparte de todo, Zabludovsky cultivaba un gran sentido del humor. Una anécdota que lo pinta fiel: en alguna época de su noticiero, recibía llamadas del público y las trasmitía en directo. Un televidente le espetó al aire una especie de reproche:
—Yo lo que veo, señor Zabludovsky, es que usted siempre se manifiesta de acuerdo y le da la razón a todas las personas que le llaman por teléfono.
Jacobo no lo pensó un segundo, y con cara de pícaro le contestó:
—Oiga, ¡tiene usted razón!
Lo vamos a extrañar.
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