No sé en qué librería pero, gracias a ese hábito que tengo de poner en los libros la fecha y la ciudad en que los adquirí, sé que compré el Libro de los seres imaginarios, de Borges, el 10 de agosto de 1987 aquí en Xalapa. La compilación de «extraños entes (cito el prólogo) que ha engendrado, a lo largo del tiempo y el espacio, la fantasía de los hombres» hecha por Borges en colaboración con Margarita Guerrero es uno de esos volúmenes que siempre se leen por primera vez. Cuatro años más tarde, la noche del 16 de enero de 1991, reconocía sus páginas según el deseo de los autores: El libro de los seres imaginarios no ha sido escrito para una lectura consecutiva. Querríamos que los curiosos lo frecuentaran, como quien juega con las formas cambiantes que revela un caleidoscopio.

Fui, en primer lugar, a la página 36 donde se describe a Bahamut cuya fama «llegó a los desiertos de Arabia donde los hombres alteraron y magnificaron su imagen». Después, guiado siempre por los mandatos del azar, pasé a la página 127 en la que se habla del toro Kuyata y vuelve a aparecer Bahamut.

Es un texto muy breve que leí en unos cuantos minutos, al terminar escuché un estruendo monumental que me pareció, a la vez, una gran detonación y el estornudo de algún malévolo gigante. Hubo también un breve pero intenso movimiento telúrico. Sobresaltado salí a ver si se trataba del rayo inaugural de una tormenta pero la noche, aunque muy fría, era calma y estrellada.

Extrañado volví a la lectura y me sobrecogió un segundo acontecimiento extraordinario: acaba de leer el texto, lo tenía fresco en la memoria y sabía que se trataba de una descripción muy breve, sin embargo, en esta segunda visita era un poco más extenso y parecía, más bien, un relato. Pensé inmediatamente en El libro de arena, esa ficción borgeana en la que un libro contiene un número infinito de páginas y cuando se ve una, jamás se puede volver a ella pero, en este caso, el libro había permanecido intacto en mi escritorio. Me levanté en busca de la ayuda de un cigarro y al volver apareció ante mis ojos, inalterado, el texto original.

Supe que la única manera de evitar que mi destino fuera terminar mis días en un hospital psiquiátrico era irme a la cama, apagar la luz y olvidarme de todo. El insomnio, por su puesto, me lo impidió; la imagen del segundo texto se había fijado, palabra por palabra, de manera indeleble en mi memoria así que opté por levantarme y transcribirlo. A mi regreso a la cama llegó una calma inusitada y dormí hondamente durante muchas horas.

En esa época las comunicaciones no tenían la insoportable velocidad de estos tiempos por lo que tuve que esperar hasta la tarde del día siguiente para enterarme de que, justo en el momento en que yo me debatía ante la paranormalidad de la lectura, al otro lado del mundo iniciaba operación Tormenta del desierto mediante la cual una coalición internacional liderada, por supuesto, por los Estados Unidos rescataría a Kuwuait de la garra irakí que lo había invadido unos meses antes y daría una sanción ejemplar al régimen de Husein. La operación fue todo un éxito, hubo miles de civiles inocentes muertos pero, ni modo, la justicia suele traer daños colaterales.

El manuscrito se quedó por ahí y unos años después mi amiga Marcela Chacón me solicitó una colaboración para su blog, se lo pasé, lo publicó y me olvidé de él.

La madrugada del pasado viernes, 5 de junio, otro golpe del azar me condujo al texto alojado en el blog de mi amiga, lo releí y descubrí que, pese a que han cambiado los nombres y algunas circunstancias, el contenido es cada día más vigente; eso pensaba cuando escuché nuevamente el infernal estornudo y el estremecimiento del planeta. Muy lejos de la tranquilidad de aquellos días me asomé a la ventana, sigiloso, para tratar de descubrir entre el barullo de la noche algo que me indicara qué estaba sucediendo. Lo supe unas horas después, una horda turbulenta había allanado el hogar donde ocho estudiantes ejercían pacíficamente el derecho que tenemos todos a celebrar el cumpleaños de un amigo, un acontecimiento notable o el simple hecho de estar vivos en esta barbarie que nos devasta.

Al grito de «ya se los cargó la verga, hasta aquí llegaron» los encapuchados perpetraron una agresión prepotente y ominosa. Rompieron la puerta y las ventanas. Empezaron a golpear rápidamente a mis compañeros. Yo alcancé rápidamente a taparme. Nos decían que nos íbamos a morir y muchas groserías, declaró una de las víctimas. Tras el ataque apareció la policía solo para tomar sus datos, después los dejaron abandonados a su suerte. El hecho tiene un fuerte tufo político electoral, así son las cosas en nuestro estado en el siglo XXI.

Escribo esto a unas horas de que se abran las casillas para emprender una jornada electoral que se desarrollará en medio de un clima de terror y no tengo la menor idea de cómo va a desarrollarse la «maravillosa fiesta cívica». Cuando publique estas líneas se habrá cerrado la jornada, con un optimismo cada vez más difícil de sostener espero que transcurra de la manera más civilizada posible, que la voracidad por el poder no siga trasgrediendo el más elemental de nuestros derechos, el de expresarnos en santa paz; que los enfermos de ambición tengan, al menos, el límite de nuestra integridad.
Anexo el texto que denominé Desenlace para que corroboren que es lastimosamente actual. (En cursivas pongo el texto original de Borges)

Desenlace

El niño duerme en los brazos del perro mientras en el agua de sus ojos tibios navega un pez llamado Bahamut. Bahamut sostiene a Kuyata, gran toro dotado de cuatro mil ojos, de cuatro mil orejas, de cuatro mil narices, de cuatro mil bocas, de cuatro mil lenguas y de cuatro mil pies. Para tasladarse de un ojo a otro o de una oreja a otra bastan quinientos años. Sobre el lomo del toro hay una roca de rubí, sobre la roca un ángel y sobre el ángel una diminuta esfera que lo contiene todo: todos los mares y las aves, todos los peces y los fuegos y las flores y los cerros: nuestra tierra.

Pero sucede un día que una pulga de estatura imposible a la mirada salta de la esfera y va a caer en el pelambre del perro. El perro se sacude y despierta al niño que lloriquea:

– HUSEIN, HUSEIN, HUSEIN

El chillido excita al pez y el pez inquieta a Kuyata, el toro, que menea la impaciente cola y ésta va a dar a la nariz del ángel provocándole un estruendoso estornudo:

– ¡ BUSH ¡

En este momento se rompe el equilibrio y se desvanece la esfera que lo contiene todo: todos los mares y los peces, y las aves, y las nubes, y los fuegos… y también al niño que sueña que lo carga un perro.

 

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