La vida es un complejo entramado de sucesos para el que, la mera verdad, nadie está preparado.

A medida en que nos vamos haciendo conscientes de lo que nos sucede o pasa alrededor y aún más, entre más vamos teniendo que tomar decisiones, nunca dejamos de sorprendernos, ya sea por algún acontecimiento inesperado, por alguna de nuestras reacciones o incluso, por nuestras acciones, de las que a veces nos arrepentimos y a veces nos sentimos orgullosos.

Todos pasamos por momentos y situaciones duras (unas más que otras) y sé también que las personas “promedio” tenemos las herramientas necesarias para vivir una vida plena y salir fortalecidos de cada dificultad, ya sea mediante el apoyo de algún terapeuta, coach o consejero o por nuestros propios medios. Aprender a vivir cada momento, por más trillado que suene, creo que es la clave.

La conciencia de que cada momento es único, irrepetible y efímero nos ayuda a no ser evasivos y a tomar cada sensación, emoción y vivencia como una oportunidad, aprovechar las circunstancias y comunicarnos de manera más efectiva, afectiva y/o asertiva. Cuando no vivimos en el momento presente, es mucho más fácil sufrir, ya sea por la angustia que nos ata al pasado o por nuestras expectativas sobre el futuro. Saber que cada momento pasará nos reconforta y da esperanza cuando atravesamos por una situación difícil y también nos hace agradecer a conciencia cada buen momento y seguir trabajando por ello.

La resiliencia (o capacidad de sobreponerse a las adversidades) tiene mucho que ver con esto. Significa que hay que aprender a tomar, a dar, a soltar y a compartir en cada momento. Significa aprender a encontrar lo bueno (o capitalizar) donde todo pareciera estar terrible. Significa aprender que estar en la cumbre de la alegría o hecho pedacitos es solamente temporal y pasará. Significa que cada momento nos transforma y uno tiene el poder de decidir en qué manera. Significa tomar el control y el sentido de la propia vida, para bien.

Una vez que uno -o una en mi caso- aprende esto, es posible transformarse y vivir a conciencia. Es posible empoderarse y asumir nuestra responsabilidad por el lugar y momento en el que nos encontramos, dejar atrás las culpas o las obsesiones y aprender a vivir bien, estar bien y procurarse lo que se anhela, dentro de nuestras posibilidades. Todo esto nos conduce, sin temor a equivocarme, a una mejor autoestima (ese amor incondicional imprescindible para relacionarnos bien con el mundo).

Cuando nos encontramos con que nosotros somos capaces de amarnos y hacernos responsables de nosotros mismos, también nos resulta más fácil perdonar, soltar y reponerse de situaciones y duelos difíciles. Podemos renacer de las cenizas, o como dice el refrán: volver a juntar nuestros pedacitos rotos.

Este año ha sido sumamente intenso en muchos aspectos de mi vida, lleno de regalos de vida, de oportunidades, de retos, de crecimiento, de amistades que se siguen fortaleciendo, de aprendizaje y también de duelos y pérdidas fuertes e importantes. Reflexiono, miro en retrospectiva y me sorprende la cantidad de vivencias por las que he atravesado, a pesar de mi edad. Pero independientemente de lo asombrosas o, incluso, decisivas que han sido algunas experiencias, hay dos cosas que realmente han marcado la diferencia: el día en que asumí el compromiso personal de hacerme responsable de mi felicidad y bienestar y cuando aprendí a agradecer la presencia de las personas –todas- en mi vida.

Quiero aprovechar este preciso momento para agradecer a todas las personas que han formado parte de mi camino por todo lo que han aportado a mi persona, porque seguramente todos y todas han contribuido a hacer un mejor ser humano de mí y a reafirmar mis convicciones y por permitirme ver el mundo a través de sus ojos, sus corazones, su quehacer y sus almas.