¿Sobre qué hablar o escribir ahora, después de este fin de semana largo en el que tal pareciera que nos vamos acostumbrando a la violencia, al crimen, a la impunidad?

En menos de una semana supimos de las fechorías de varios candidatos y sus mentiras, de más casos de corrupción, de las promesas incumplidas de los gobiernos estatales por devolver dinero robado y procesar a los culpables; vimos los 39 narco-bloqueos en Jalisco y otros en Guanajuato, de más personas levantadas o asesinadas, un chico que fue baleado por un policía en Puebla por “grafitear” una pared, amenazas de muerte a Álvaro Belin y Manuel Rosete, de otro reportero veracruzano más torturado y muerto por denunciar actos ilícitos en gasoductos.

¿Qué más tiene que pasar para que reaccionemos? ¿Qué más tiene que pasar para que dejemos de fastidiarnos así la existencia? ¿Qué falta para que dejemos de llevarnos entre las patas a este país?

Me siento desconcertada, triste, enojada. Soy una profesionista honesta, trabajadora, que ama lo que hace, que procura no meterse con nadie, madre, hija, hermana, con familia… al igual que la mayoría de los mexicanos. Y no dejo de preguntarme ¿en qué momento nos convertimos en este monstruo que valora más el dinero y el poder que a la vida?

Pido que no se me tache de ingenua; conozco bien las pasiones y debilidades humanas pero también creo que hay muchos síntomas que nos hemos dedicado a ignorar. Si no me cree, amable lector, pregunte a los profesores de su hijo si los chicos les respetan, al igual que a sus deberes, compañeros o su propia persona. También pregúnteles si se actualizan, si se empeñan en mejorar su ortografía o la manera de impartir clases, si se interesan por los alumnos.

Pregunte a sus compañeros de trabajo por qué se empeñan en gastar tantas energías y tiempo hablando mal los unos de los otros e interfiriendo en el crecimiento personal, en vez de desarrollar la empatía y la colaboración. Pregunte por qué nuestras calles están sucias y los policías pueden matar niños y adolescentes sin que nadie se inmute. Dígame por qué sentimos envidia de quienes logran superarse, en vez de sentirnos inspirados.

Por qué preferimos delegar en otros la responsabilidad de educar a nuestros hijos, en vez de asumirla y honrar esa misión. Por qué somos ingeniosos para la tranza o para resolver cosas cuando ya no queda de otra, pero no capitalizamos esa creatividad para volvernos un país de inventores y especialista, en vez de seguir soñando con que el petróleo y las manufactureras nos “sacarán de pobres”.

Por qué mis vecinos insisten en tirar su basura en mi jardinera. Por qué se roban el dinero de los programas de prevención del delito. Díganme por qué la gente sigue comprando drogas al menudista, sabiendo que eso lo vuelve cómplice de todo lo que pasa. Dígame por qué tratamos tan mal a las personas de servicio.

Dígame por qué buscamos puentes de 5 días y al mismo tiempo nos empeñamos en hacer de la mayoría de los horarios laborales el enemigo de las familias y la convivencia (y me atrevo a decir que de la misma productividad). Dígame por qué necesitamos al jefe déspota o al condescendiente, antes que al más preparado, honesto y con el perfil adecuado.

Por qué no podemos ser sinceros en la vida cotidiana y aprender a confrontar y negociar, en vez de intrigar. Por qué solo nos solidarizamos en la desgracia (sin contar a los que se aprovechan de ella)… Y puedo seguir, pero mejor respondamos todos ¿por qué toleramos esta contradicción existencial? Suena bastante esquizoide, ¿no?

Yo creo que es hora de aceptar que tenemos mucho qué cambiar, no solo uno mismo, como tanto dicen por ahí. Es hora de cambiar nuestra manera de concebirnos como país, como sociedad. Es hora de volvernos más activos y responsables, de aprender a ser solidarios no solo durante las desgracias, sino en la vida cotidiana. Es hora de aprender a ser congruentes.

Me niego a aceptar la realidad que estamos viviendo como futuro para mi hijo y para todas las generaciones que están llegando y que no merecen el país y el mundo que les estamos dejando.

Recuerdo que de niña siempre escuchaba que la infancia es el mañana del mundo… Pues no. Los niños son niños y no tenemos por qué cargar la responsabilidad del mundo en sus hombros; esa responsabilidad es nuestra, de los adultos y de quienes los trajimos al mundo. Y parte de nuestra responsabilidad es arreglar el desastre que les estamos dejando y asegurarnos, con nuestro ejemplo y educación, que ellos no perpetúen el círculo autodestructivo al que nos hemos acostumbrado o vuelto adictos. Dejemos de criar víctimas y mejor démosles herramientas para que al crecer sepan hacerse responsables de sí mismos y de sus actos. Seamos personas responsables socialmente; nosotros somos el hoy y el mañana, coautores de todo lo que sucede. ¿Hasta cuándo?

Para no sentir que solo nos quejamos, propongo que hagamos una lluvia de ideas de lo que necesitamos para reconectarnos como sociedad y volvernos más activos. Empiezo por las mías:

1) Dejemos de quejarnos del prójimo inmediato y hagamos todo lo que tiene que ver con nuestras actividades diarias de manera responsable.

2) Propongo designar una parte de los parques y jardines de la ciudad como huertos comunitarios, donde haya un responsable que organice la logística.

3) Procuremos involucrarnos en los talleres y actividades culturales y deportivas que nuestra ciudad ofrece, o si no hay cerca, busquemos organizarlas.

4) Dediquemos más tiempo a las personas que amamos (familia, amigos, hijos, pareja) haciendo cosas juntos y menos a las redes sociales.

Y el siguiente paso es: ¿Cómo las llevaremos a cabo?