Mientras la espero, echo un vistazo al escenario de Realia donde se presentó el sábado pasado; recuerdo esa música enigmática, su imagen tras el teclado, su voz naciendo unida a la voz del pasado inmediato que reproduce el looper, los momentos rockeros de la guitarra de Juanjo López, la pecursión de Luis Miguel Costero que viaja por los ritmos del mundo, los visita, los celebra y luego parte en busca de otros nuevos, la voz de Iraida que juega, salta, sube al trampolín y desde él se avienta para caer en mares de hipnotismo que rompe después, a veces con palabras, a veces ya sin ellas, y yo participo de la seductora novedad aunque extraño su presencia escénica, se lo diré en algún momento.
Recuerdo también el ancore, cuando volvió a ser voz de cuerpo entero y bajó del escenario para caminar entre las butacas, esa voz como de chicle que cambia de forma a cada instante, que hace bombas que al reventarse se adhieren a la nariz, se pegan en rostro como tatuaje indeleble del que ya no podemos desprendernos y así, cantando entre la gente, logró el milagro del contagio y de las butacas salían voces anónimas que se unían al festín improvisatorio. Voces que brotaban de todos los rincones de la noche para encender el canto plural que detuvo la tormenta. ¿Cómo lo logró?, también habré de preguntárselo.
¡Así sí va a cambiar el mundo!, dijo al despedirse y, efectivamente, cuando salimos a la noche ya no llovía.
Lunes 20 de abril, 14:45, Comala Café
—Hola, ¿comes?
—Sí, te estaba esperando
Ensalada para ella, enfrijoladas rellenas de pollo para mí.
—¿De cuánto tiempo disponemos?
—Pues mira, mi clase es a las 4:00 y tengo que estar 15 minutos antes, tenemos tiempo.
—Bueno, da capo, ¿cómo te llamas?
Iraida Beatriz Noriega Rodríguez, el Iraida y el Rodríguez es de mi madre, que es Esperanza, ella es cubana, y el Beatriz Noriega es por parte de mi padre, te lo digo porque Iraida es la mamá de mi mamá, la abuela cubana que era cantante, y Beatriz es la mamá de mi papá, me pusieron el nombre de las dos abuelas. Mi abuela cantaba profesionalmente, es de la generación de Olga Guillot y Celia Cruz, haz de cuenta que se ramificaron, Celia se clavó en la salsa, Olga se clavó en el bolero y mi abuela cantaba tango.
—Supongo que tu mamá, siendo cubana, también cantaba aunque no fuera profesionalmente
—No, mi mamá se dedica a la educación y está promoviendo muy fuertemente la educación moderna, o sea, esta idea de que no haya calificaciones; trabaja con programas contemporáneos de la educación revolucionaria, ella está clavada en eso y es muy inclinada a las artes, fue la que me llevó a los museos. Cada verano íbamos a visitar a la familia a Nueva York y entonces íbamos muchísimo al teatro musical, veíamos cuatro o cinco obras en la visita veranera. Mi jefa es muy inclinada a las artes, bailó flamenco, o sea, tiene todo para eso pero no se por qué se dedicó a lo otro.
—¿Qué fue lo primero que hiciste al nacer, lloraste o cantaste?
—[Ríe desenfadadamente] Evidentemente lloraba pero dice mi papá que todos los bebés lloraban (aquí deben imaginar un llanto de bebé, muy agudo) y yo lloraba (y acá un llanto más grave y con mayor profundidad de voz, casi operístico) o sea que sí era como muy resonante.
—Cuando empezaste a hablar, empezaste a cantar, supongo
—Siempre canté, desde chiquita, de hecho en el verano, cuando íbamos a visitar a la familia a Nueva York, hacíamos shows familiares; se sentaban los tíos y todo mundo y entre mis primos y yo cantábamos, bailábamos y hacíamos numerito y medio, pasábamos el sombrero y nos daban una lana entonces como que eso siempre estuvo presente, sin embargo, realmente fue hasta los 18 o 19 años que tomé una decisión consciente de que el tema era la música porque yo, como la mayoría de las niñas, fui al ballet y tenía esta formación de bailarina pero también cantaba, me metía al taller de teatro y ya sabes; realmente fue a los 19 años, estando en la escuela en Nueva York, que decidí que me iba a enfocar en el asunto de la música lo cual fue bueno en el sentido de desarrollarme como músico, malo en el sentido de que hubiera sido más padre tener una idea más clara como es aquí, en el Estado de Veracruz, que la gente baila, canta, toca un instrumento, zapatea y hace sus instrumentos o sea, es una cosa integral y ahora que lo pienso creo que hubiera sido padre que hubiera ido por ahí.
—¿Dónde vivías cuando eras niña?
—Nací y mis papás fueron a vivir a Nueva York y hasta mis siete años vivimos en los Estados Unidos, bueno, íbamos, veníamos pero fue como más gabacho el rollo. Después todos los años íbamos de visita entonces, ¿sabes? yo no veía a Nueva York como la tierra prometida, simplemente era…Nueva York.
Después me fui a estudiar allá porque, justo desde chiquita, me metieron en la cabeza la idea de que yo iba a ir a Juliard, no fui porque es una escuela muy cara y porque, ¿cómo decirte?, yo creo que ni ellos ni yo sabíamos por qué teníamos esa idea en la cabeza y, en ese sentido, creo que seguí la programación de ya me tengo que ir a Nueva York, ¿a qué?, quién sabe pero me voy porque ya estaba sembrada esta idea y estando ahí se fueron definiendo muchas cosas.
—¿Cuándo comenzaste a cantar con tu papá [Freddy Noriega]?
—Con mi papá, ya así de ir a cantar profesionalmente y cobrar una lana, como desde los 14 o 15 años, en el DF. Los fines de semana me iba con él a cantar y en sus sets siempre había como un mini set mío con él acompañándome. Sí fue una escuela porque yo empecé a tocar y luego entré a la escuela pero ya llevaba cierto callo que la escuela no te da, ahora sí que fue el congal college y eso te ayuda mucho en términos escénicos. Me hizo mucho bien, sobre todo, ver cómo manejaba las cosas mi papá, por ejemplo, si el show era a las 10:00, llegábamos a las 9:00 al lugar donde íbamos a tocar y se sentaba en una esquina; estaba callado, yo me sentaba con él y le decía:
—¿Qué estamos haciendo?
—Estoy vibrando la noche, estoy viendo qué gente entra para ver si va a ser una noche de música, es decir que la gente viene a escuchar, o voy a tener que contarles unos chistes y ver cómo amoldarlos para que se pongan receptivos a la música.
Casi siempre se salía con la suya porque mi papá sí ardía cuando la gente estaba hablando entonces era como una meditación, como una forma de vibrar cómo iba a estar el público y ajustar su sintonía para la noche; eso no te lo enseñan en ningún lugar, es vivencial.
—¿Cómo ensayaban?
—No, todo era ahí, mi papá oía a la rolas una vez o dos y, como en la casa no había instrumentos, llegábamos al lugar un poco más temprano y medio veíamos las piezas y órale, a darle.
—Y después estudiaste canto en Nueva York
—No
—¿Entonces qué fuiste a estudiar allá?
—Es es una buena pregunta. Justo ayer les explicaba en el taller que, para bien y para mal, siempre he sido muy rebeldosa y cuestionante y siento que, al final del día, mi búsqueda ha ido más allá de la música, es como una cosa de libertad de ser, como del espíritu; a lo que voy es a que iba a con los maestros de canto y si me decían cosas como: cuando llegues a esta frase la tienes que decir de esta manera, yo sentía que estaban moldeándome para sacar un sonido que ellos querían y no estaban explorando qué tenía para potenciarlo, para hacerme sonar a mí; se nota cuando hay metodología porque todos suenan igual entonces yo, como todo en la vida, una decisión implica que ganas unas cosas y pierdes otras, no tomaba las clases de canto y pasé varios años en la autoexploración vocal hasta hace cuatro años que encontré, aquí en México, a dos gurús (ya están a ese nivel) y con una tomo clases todos lo martes y con la otra son talleres más eventuales.
Entonces en el canto me la llevé por mi cuenta, lo que sí estudié es música. En Nueva York había gente de todos los países, de todas las creencias; había una pianista haitiana de 20 años, un baterista japonés de 25, un contrabajista suizo de 40 y un guitarrista polaco de 35 y vi que cuando a toda esta gente tan diversa le ponían el papelito de los puntitos y las rayitas [se refiere a la partitura] todos se unificaban, fue una vivencia fue muy impactante y decidí que quería aprender ese lenguaje, por eso me puse a estudiar música. Yo no había estudiado, todo era como lírico entonces dije, puta, tengo que ponerme la pila para poder estar al tiro.
Duré como dos años y medio y luego me vine a México y aquí he seguido estudiando por la vía alterna; con Agustín Bernal, que contrabajista, fui estudiar un tiempo; con Enrique Nery, pianista, fui a estudiar piano; con Emiliano Marentes, guitarrista, fui a estudiar composición, o sea, fui aprendiendo la gente que se me iba atravesando. Más que meterme a una metodología o una escuela, he ido con gente específica que no necesariamente tiene que ver con lo que yo hago y esa ha sido una muy buena formación, no sé si buena, ha sido mi formación.
—Y empezaste en el jazz con Roberto Aymes
—Aymes fue otro de mis maestros, llegué a México y, como él vive en Satélite y mis papás también, me mandaron a estudiar con él. Estudié bajo, muy leve, más bien me clavé hacer arreglos pero Aymes de volada me jaló a sus proyectos y empecé a cantar con él, curiosamente en esa época estaba grabando mucho entonces con él hice mi primera grabación, a los 22 años.
—¿Te defines como jazzista, como cantante, como músico o como qué?
Eso está bueno. A mí el jazz me gustó por esos espacios de impro y esas maneras de abordar la música en esta onda de bueno, ahí está pero podemos ser flexibles con ella.
Mi contacto con el universo improvisatorio fue a través de jazz, sin embargo, conforme le he ido avanzando a la vida me doy cuenta de que este factor improvisatorio existe en muchas otras músicas; aquí mismo en Xalapa, en la Huasteca, en el flamenco, o sea, no es una cosa exclusiva del jazz.
Ahora estoy trabajando en un proyecto para orquesta que estamos componiendo Abraham Barrera y yo y en algunas piezas no hay ninguna parte de impro y yo le decía ya lo estoy extrañando, ahí es donde me doy por cuenta de que sí soy muy jazzista porque siento que si eso no está, algo me falta. Me gusta esa zona como de misterio versus cuando ya todo está escrito y lo vamos a tocar igual; el espacio donde la música se abre me es muy necesario, siento que ahí es donde me relajo, ahí es donde me conecto, en ese sentido pues, sí, te diría que soy muy jazzista, y también en el piano porque ese ha sido mi camino, la armonía que toco suena muy jazzística, de hecho ahorita estoy tocando con unos amigos que tienen más conocimiento del pop y del folclor y quiero ver cómo es esa armonía porque yo no la sé hacer y probablemente es más de simplificar.
En esos sentidos creo que sí es muy jazzista el viaje pero por lo demás la verdad es que tiene un rato que he estado explorando cosas, que no estoy en el jazz en el sentido de tocar standards o de obedecer a la tradición jazzística, por ejemplo, en este proyecto que trajimos las canciones son muy contemporáneas, hablan de cosas con las que me puedo identificar. Los boleros me encantan, he hecho muchos proyectos de eso, he rearreglado muchos standards y muchos boleros para traer esa canción a un sentimiento de ahora, pero también hacen falta otras cosas que hablen de ahora, de otros temas, en ese sentido siento que ando lejana del jazz pero, chido, no me da rollo.
También estoy trabajando con José Fors entonces me he expuesto más al rock y he descubierto facetas de la vocalidad y ahora ya no puedo vivir sin ellas, ¿me entiendes?, cuando se trata de bluesear y echar el aghhhhhh ya es una terapia que me es hasta necesaria y si estuviera de jazzista no lo podría hacer porque en ese mundo no cabe, a lo que voy es a que siento que hay muchos nichos y más bien, de un rato para acá, trato de abrirme más espacios donde quepan más cosas.
—¿Y la compositora?
—Mira, la neta, bajita la tenaza ya tengo varias rolas lo cual, por nomenclatura, ya me haría compositora sin embargo no me siento así porque solo compongo cuando me pasa algo y cuando siento una necesidad de hacerlo.
A veces entre una rola y otra ha pasado casi un año y no me da conflicto porque me la paso haciendo arreglos, no tengo esa onda de que el que compone, compone le pase o no le pase, yo no siento ese rigor, no lo hago por tarea, de hecho, cuando me pasan estos lapsos larguísimos, digo puta, ya no me va a salir nada nunca más pero no me agobia porque tengo muy entendido que compongo desde un lugar que no es obligatorio sino invocatorio sin embargo, bajita la tenaza, pues ahí hay rolas.
—Oye, ¿me regalas otro cachito de miel con aceite de oliva?
Mientras le traen el aderezo que solicitó hacemos una pausa y mañana volvemos con Iraida Noriega para platicar de Tony Cárdenas, de su corporalidad, de sus colaboraciones con Magos Herrera y Leika Mochán, de la poesía, del cine, del teatro musical, del poder del canto, de las formas de cambiar el mundo…de la vida. Estén pendientes
(CONTINUARÁ)
SEGUNDA PARTE: Las bolitas y las rayitas
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