—Pus si usté me pregunta, yo le puedo contestar que mi profesión es la de marchista… marchista profesional.

—Ah, qué interesante. ¿Eso quiere decir que usted es un atleta de alto nivel? Pero bien que lo oculta, porque no parece a primera vista. Ésa ha sido siempre una característica de nuestros marchistas, que cuando los ven sus antagonistas del primer mundo no se imaginan la clase de competidores con los que se van a enfrentar. Y dígame, ha ido a alguna Olimpiada o algún campeonato mundial? ¿Ha ganado algunas medallas para el orgullo de México?

—No, señor, ¡qué voy a ser marchista de ésos! Yo soy, y a mucho orgullo, un marchista profesional porque vivo de andar en las manifestaciones y mítines que convocan las organizaciones que hay a montones en Veracruz y en el país. A mí me llaman los de las Huastecas Floridas, o los Desheredados con Herencia, o los Taparrabos Antiimperialistas, y luego luego me sumo al contingente que va a tomar el centro de Xalapa, o alguna dependencia o el edificio del municipio, el de aquí o el de cualquiera que sea, porque doy servicio en todo el estado y hasta fuera de él.

—¡De eso vive! ¿O sea que a usted le pagan por asistir a las marchas?

—¡Claro! Si hasta tengo mi… cómo le diré… mi tabulador. Mire, por una marcha yo solo, cobro 50 pesos. Pero si llevo a la mujer, entonces ya son 80 pesos. Y también ofrezco a la mamá de mi vieja o a mis dos chamacos por 20 pesos, la suegra o el par. Entonces, por la familia completa llego a ganar hasta 120 pesos en un día, y además nos dan lonche para almorzar o comer, y en una de ésas hasta alcanzamos que nos lleven de regreso o nos acerquen a mi casa en el camión.

—¿Y les pagan lo que les ofrecen?

—Siempre, completito. Si no, no iríamos más. Dicen que para ellos es más negocio contratar a gente de por acá que andar pagando autobuses desde lejanas tierras. ¡Ah!, y mire: hay unos que pagan hasta un poco más, los que le piden a uno que se encuere. A mí me dan otros 30 pesos aparte, y a mi señora y a su mamá les dan 50 pesos a cada una, ya ve que ellas tienen más que enseñar… A los niños no me los contratan, porque no tienen qué quitarse, si de por sí andan casi encueraditos, con lo cara que sale la ropa, hasta la usada que venden en el tianguis.

—¿Está contento con su profesión?

—Mucho, porque no tengo horario ni patrones que me estén fregando todo el día. Nomás a veces tengo que aguantar los regaños de los animadores, que nos dicen que gritemos más fuerte, que caminemos más rápido o que no dejemos pasar los coches. ¡Oiga, pero se le está pasando preguntarme si nada más vamos a marchas. ¡Qué va! También tenemos servicio de ir a azuzar periodistas o a echarle a perder el evento a algún político.

—No, señor, si esto tiene su chiste… y su arriesgue.

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