Gerardo Buganza Salmerón, un trasterrado del PAN, que lo postuló candidato a la gubernatura de Veracruz hace una década, fue importante en el triunfo del gobernador Javier Duarte de Ochoa, no porque hubiera permitido la derivación de muchos votos de sus hipotéticos seguidores hacia la fórmula priista en julio de 2010 sino porque sirvió de señuelo para una campaña negra en contra de Miguel Ángel Yunes Linares, candidato panista y acérrimo enemigo del exgobernador Fidel Herrera, al evidenciar la forma antidemocrática con que el hombre de Soledad de Doblado y antaño líder priista se había hecho con la postulación panista.

Junto con la ayuda de quien fuera dirigente nacional blanquiazul en la transición de los presidentes Vicente Fox Quezada y Felipe Calderón Hinojosa, Manuel Espino Barrientos (cuyo libro sobre el abandono de su partido de sus postulados fundacionales fue repartido masivamente con costo al erario veracruzano), Buganza Salmerón apoyó a su joven paisano y seguramente hizo un extraordinario trabajo de zapa entre su anteriores camaradas para castigar el dedazo calderonista en la persona de quien fuera su director del ISSSTE.

Por ello, aunque muchos priistas pusieron cara de alarma y quisieron insurreccionarse, la inclusión de su nombre en la lista del gabinete duartista, justo en la dependencia que siempre había ejercido el control político en el estado, la secretaría de Gobierno, llamó poderosamente la atención.

Pero, ¡oh, sorpresa!, unas semanas antes de dejar el cargo, una reforma a la estructura político-administrativa del gobierno estatal promovida por Fidel Herrera le había quitado no sólo el adjetivo de “general” y ahora ya ostentaba la simple denominación de secretaría de gobierno, sino que le había despojado de toda influencia en el tema político, para otorgárselo a quien un tiempo lo detentaba: Érick Lagos Hernández, pieza de la fidelidad enquistada como lastre en el actual gobierno y que ahora va por la candidatura a la diputación federal por Acayucan.

Este personaje formado, armado y horneado por Fidel Herrera Beltrán le habría quitado el peso a una secretaría de gobierno light que, entre otras cosas, solo podría manejar asuntos relacionados con transporte y vialidad, además de algunas tareas de representación gubernamental.

Así fue como, por segunda ocasión, llegó Buganza el cordobés al sitio que antes se consideraba el número dos en la estructura del poder gubernamental.

El acotado poder del secretario de Gobierno sufrió un nuevo y definitivo debilitamiento cuando el gobernador Javier Duarte de Ochoa propuso y logró que las funciones de vigilancia que tanto Tránsito del Estado como Transporte Público ejercen, bajo la estructura de la Secretaría de Gobierno, fueran transferidas a la Secretaría de Seguridad Pública.

Despojada de las funciones de tránsito y transporte, la dependencia a cargo de quien luce las mejores corbatas del gabinete, don Gerardo Buganza, no tendrá siquiera la posibilidad, al menos en los próximos comicios federales, de manejar un importante filón logístico que siempre se utiliza a favor del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el de las unidades de transporte para el acarreo de ‘seguidores’ tanto a los actos masivos como a las urnas electorales. Ya hemos visto, por cierto, que en ese tema Buganza ha tenido varios descalabros, como la abolición de sus programas Un día sin taxi y Un día sin autobús, impulsados en su primera gestión en la Segob local.

¿Qué futuro político se avizora para quien prácticamente ganó los comicios para Gobernador del Estado en 2004, que Fidel Herrera Beltrán y el PRI le esquilmaron con la estufa electoral?

No parece muy claro. Cuando entró al gabinete de Javier Duarte de Ochoa en calidad de Secretario de Gobierno (puesto que dejaría a Érick Lagos, para ser recluido en la Secretaría de Comunicaciones, hoy denominada Secretaría de Infraestructura y Obra Pública, SIOP), Buganza Salmerón dijo que su única aspiración era convertirse en el mejor secretario de Gobierno; su paso por esa dependencia en su primera incursión fue realmente gris, y no por su gusto sino porque los sectores priistas le hicieron sombra pues era, al final de cuentas, un buen activo para el distrito de Córdoba.

El propio Héctor Yunes Landa, que en aquel entonces era Presidente del CDE del PRI, le hizo pasar por un momento incómodo al orillarlo a acudir a la sede priista a dar su aportación al partido en el gobierno, pese a que Buganza no pertenecía a ningún partido político: ya tenía años de haber renunciado al PAN y hasta el momento no se ha afiliado al PRI; de hecho, él mismo tuvo que aclararlo en aquella histórica y única aportación, al menos con carácter público, que hizo al sostenimiento del partido que detentaba el poder.

Años después, Gerardo Buganza regresó a la Secretaría de Gobierno para sustituir a quien lo había sustituido, Érick Lagos Hernández, ahora precandidato priista a la diputación federal por el distrito de Acayucan.

Carente de partido, alejado del grupo en el poder que no ha hecho el menor intento por asimilarlo, con una personalidad fuerte en lo íntimo pero con una imagen débil en el escenario, Gerardo Buganza ni siquiera estaría enfilado a un puesto de elección popular, ya no digamos por la diputación federal por Córdoba, que seguramente logrará el exsecretario del Trabajo Marco Antonio Aguilar Yunes, sino tampoco para lanzarse a la gubernatura en 2016 y solo hay la posibilidad cercana de que opte por la alcaldía o la representación de su patria chica ante el Congreso local. Habría que ver por qué partido.

¿Qué beneficios pudo haberle visto Buganza a navegar como funcionario público durante el gobierno de su paisano Javier Duarte de Ochoa, apechugado por su lejano contendiente a la gubernatura a quien por cierto derrotó, Fidel Herrera Beltrán? Ha perdido el arrastre político que puso en riesgo hace una década la hegemonía priista en Palacio de Gobierno, ha perdido el partido al que por mero hace gobernante en Veracruz, y el PRI no lo termina por aceptar.

Muchos se decantan por una respuesta que puede tener muchos visos de verdad histórica: los negocios, los buenos negocios al amparo del poder.

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