Hoja de Ruta

Por Pedro Manterola

La historia de los grandes está tupida de pequeños detalles. Una decisión, una forma, una palabra, un mensaje cambia, orienta, despliega o descarrila. Para el histórico acuerdo de distensión entre Cuba y Estados Unidos, se labró un largo y cuidadoso ejercicio de política y diplomacia a más de tres bandas, mismo que tendrá un punto culminante cuando se encuentren Barack Obama y Raúl Castro, dando pie a una foto que será catalogada como histórica. Además de los interlocutores de primer nivel de cada uno de los gobiernos representados, en este vaivén de mensajes, gestos, aproximaciones y resistencias, jugaron un influyente papel los gobiernos latinoamericanos que pedían a Estados Unidos el fin del embargo cubano, y, de manera directa y preponderante, el Papa Francisco y el Gobierno de Canadá, propiciadores de términos y espacios. A la vista de las consecuencias, queda claro que en todas las conversaciones, discusiones, gestiones y consultas, primó por encima de cualquier otro interés o emoción la capacidad de razonamiento de todos los protagonistas. Así empezaron a desmoronarse los episodios que atraviesan ya dos siglos de resentimiento, desde la crisis de los misiles, el embargo, la muerte de Kennedy, el Che en la ONU, Fidel en Washington, Juan Pablo II en Varadero, y, más atrás, el uso de La Habana como capital norteamericana de burdeles y casinos. Quedan décadas de penuria, aflicción, dolor, nostalgia y arrogancia. Los personajes de este acuerdo, conscientes del peso de cada acción y el significado de cada palabra, supieron dejar en el pasado lo que sucedió entonces, y que ya es irremediable, para empezar a cambiar el mañana a partir de hoy. Frente a la evolución de la realidad, la adaptación de sus intérpretes, todo en un plan colaborativo y no en papel de depredadores. Histórico, en el mejor y más amplio sentido posible. Ya se verá poco a poco quién, cómo, cuándo, por qué, para quién, para qué, y nos iremos enterando de cómo se fraguó y construyó el acuerdo que hace polvo el último ladrillo del muro de Berlín. Pero la Historia está cambiando.

Otro ejemplo de policía inteligente, conciliadora y sensible acaba de darse en la toma de posesión de Dilma Roussef, presidenta brasileira. A la ceremonia acudieron gobernantes y embajadores de todos los continentes. Con Venezuela en crisis política y económica, provocada entre otras cosas por la irresponsabilidad financiera, la continua disminución de los precios del petróleo, principal fuente de ingresos de este país, y la tensa relación entre el grupo gobernante y la mayoría de la población, la relación entre Venezuela y el mundo ha sido, por decir algo, polémica. En América, las provocaciones caminan en una y otra dirección desde el “¿Por qué no te callas?”, que le espetó a Chávez otro personaje escandaloso como Juan Carlos de España en una Cumbre Iberoamericana, las sanciones diplomáticas de Estados Unidos a funcionarios de Venezuela, y los subsidios venezolanos a Cuba. No fueron pocas las protagónicas e ineficaces exhibiciones de machismo global del desaparecido Hugo Chávez, charro bolivariano a la mitad entre el Chaflán y el Libertador. Así de singulares son las extravagancias esotéricas de Nicolás Maduro, heredero político de Chávez, el fallecido mandatario venezolano. A ambos los hermana su inclinación por la censura y la persecución de sus opositores. Venezuela, como México, Argentina, la misma Cuba, parece no tener remedio en el corto plazo. Maduro, se hizo presente en Brasilia, para aplaudir la investidura de doña Dilma. Presente también el Vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, personaje articulado con experiencia legislativa y en relaciones exteriores. La retórica amenazante e incendiaria dio paso al diálogo, al acuerdo en corto. La intervención de José Mújica, Presidente del Uruguay, viejo sabio y respetado por todas las tribus gracias a su congruencia, hizo posible un breve acercamiento entre el mandatario venezolano y el estadounidense, contacto que en nada remedia la tensión entre Venezuela y Estados Unidos, pero que deja abierta una puerta al entendimiento, en vista de la precaria posición del Presidente de Venezuela, y los aires de memorable despedida que soplan en la Casa Blanca. Respeto, exigió Maduro, y libertad de presos políticos, solicitó Biden. Dos principios elementales que ya probaron su eficacia en otros lares caribeños.

En los dos casos torpemente reseñados, todos los participantes dieron muestra de inteligencia, sensibilidad, madurez, conciliación y sensatez, méritos y cualidades que se reflejan en los resultados. Pero lo que pasa en el mundo no tiene eco en nuestra aldea, por muchos Juegos y Cumbres de Centro e Iberoamérica. En Veracruz no aprendemos nada. Si acaso, a montar fachadas, templetes, pistas y escenarios para que se luzcan los que sí saben y entienden de competencias y política. La grandeza no se mide por el tamaño del gobierno, sino por su capacidad para proyectar, convencer y construir. Y eso aquí no sucede, no se da, no se concibe. No saben cómo, y tampoco quieren intentarlo. Aquí la adaptación a los nuevos tiempos convierte a los gobernantes en exterminadores insaciables, porque los de su especie no entienden que para sobrevivir es necesario cooperar, no aniquilar. Aquí la conciliación es práctica caníbal, y pretenden que su grandilocuencia ocupe el lugar de la elocuencia.

Mientras los ejemplos internacionales ejemplifican la capacidad de cambio y adaptación de partidos, gobernantes y gobiernos a entornos que se modifican y evolucionan, el ejemplo aldeano revela una soberbia que pone al partido gobernante a contrapelo de la sociedad, de la ciudadanía, su apertura, su pluralidad, su exigencia de transparencia, justicia y equidad. Y se van quedando solos. Un gobierno ciego que conduce a Veracruz directo a ninguna parte. Hay nuevos funcionarios. Enhorabuena. Lo que no hay es guía, rumbo, conducción. Allá hay protagonistas de la Historia, y aquí tenemos personajes de historieta. Todo se reduce a ocurrencias y caprichos, mandatos mutilados, oposición y medios cortados a medida. Así no se hace política. Así se deshace Veracruz.