Hoja de Ruta

Por Pedro Manterola

En lugares que no sean Veracruz, mentir es más una falta que un atributo. El que miente pretende ocultar la realidad. El que miente finge, simula, desfigura, disfraza. Considera al oyente incapaz de resistirse a sus falacias, un lego impasible que acepta sin chistar que se queme incienso en espejitos mágicos. Una media verdad es una mentira completa, y el que miente abusa de la confianza de sus interlocutores, usa su credulidad en beneficio personal. Mentir es deliberado, y al que miente no se le puede llamar hábil, inteligente, sagaz, astuto… es mentiroso. Falso, embustero, farsante. Tramposo.

Cada quien escribe o manda a escribir condenas y exaltaciones a gusto o conveniencia, pero en cada párrafo la mentira aparece entre líneas. Miente el que niega lo evidente, sea cual sea el color del cristal con que se mira. Aquí lo evidente es el daño, la pesadumbre.

Mentir es hábito incorrecto entre personas serias, penado en la mayoría de las ideologías y religiones. Mentir despierta remordimientos. No en partidos, medios y palacios, sobra decir. Ser descubierto en la mentira implica un daño a la confianza. Tampoco es igual mentir que decir pendejadas. El que miente oculta la verdad. El que dice sandeces es insensible a la veracidad de sus palabras. Hay embusteros que dicen tonterías. Además de mentirosos, son pendejos. Pretenden hacernos creer que sus disparates corresponden con la realidad. Y no.

Miente el que simula ser lo que no es. Mienten los que fingen gobernar para todos los veracruzanos, y mienten otra vez cuando dicen que con cada acto, discurso e iniciativa defienden los intereses de todos los habitantes de esta maltratada entidad federativa. Hay mentiras que constituyen una broma sin intención de lastimar. Diferente es la burla, acto intencional que busca humillar a alguien. Miente el que se hace pasar por aliado, simpatizante, impulsor, con la única intención de mantener inalterable la compañía de un eventual adversario. Miente el gobernante que finge ser todo un caballero dispuesto ahora sí a cumplir su palabra, sólo para obtener la generosidad que le convidan en el rancho de un hombre noble que ahora se sabe engañado. Eso es una burla.

Las mentiras pueden ser hereditarias, como en el litoral veracruzano. Mintió el tutor, y el retoño fingió creerle, hasta llegar a la tierra prometida; miente el heredero de comarcas y palacios, y los vástagos juran que le creen; los partidarios mienten a sus voceros, que a su vez replican más mentiras, y al final todos le mienten a todo Veracruz, que ya está hasta la madre. Cuando comparten mentiras, los aliados transmutan en cómplices.

En política la mentira puede tener fines estratégicos. Su uso no prescinde de la confianza del otro. La política busca la solución consensada de las diferencias entre las partes. La posición de los interlocutores, sus conocimientos, inteligencia, lucidez y capacidad determinan resultados. La veracidad de la información es factor decisivo en el desenlace de diálogos y debates. Nada que ver con la mojiganga montada en tierras jarochas.

Los funcionarios en Veracruz resultaron ser los creadores del fuego, emisores de lugares comunes convertidos en frases célebres por obra y gracia de la comunicación social. A ojos de sus admiradores, adquieren tintes de estadista sólo por rendir cuentas en una legislatura aletargada, en anodinas comparecencias para el lucimiento personal. La aparición del gabinete en el escenario resulta ser la exaltación a coro de una grandeza hasta ahora invisible, el autoelogio agazapado en boletines y columnas, el recuento de virtudes halladas por azar en el diccionario. Mentir obliga a mantener oculta la verdad. Una vez descubierto el rostro de su portador, la máscara se vuelve inútil. Un sujeto que cree que sus sueños más guajiros se harán realidad a punta de falacias se convierte en pesadilla.

Mentir para agravar discordias es perverso. Degradar a la oposición, disponer de voces afines y desmesuradamente moderadas, casi silenciosas, no es hacer política, no es mostrar músculo, fuerza, habilidad. Es engañarse a sí mismo, sintiendo que se gobierna un estado en el que ya cosechan toneladas de hartazgo e indiferencia.

Reducir a dos años un período sexenal no es un acto que defienda o promueva el interés de los veracruzanos. Es un intento de asonada, un abordaje a Palacio, una mentira del presente para asaltar el porvenir. Busca homologar intereses personales, no proceso electorales. Anhela ganar tiempo, reordenar la casa, arreglar el tiradero, sobornar voluntades, regatear recursos, corromper conciencias, hacer crecer a los que no fueron capaces de caminar sin andadera.

La respuesta en contra de la homologación es unánime. Lo han dicho con claridad habitual y dureza inesperada actores sociales, económicos y políticos que gozan de prestigio y credibilidad. En la cabeza de un gobernante sensato, eso debería ser una advertencia. En la soberbia de los que nos malgobiernan, las voces críticas son motivo de escarnio.

Javier Duarte se engaña al creer que su gabinete, su partido, sus diputados, sus voceros y su círculo más íntimo son todo Veracruz. Haría mejor en enviar una iniciativa para aprobar una gubernatura colegiada en la que cada uno pueda mandar y desobedecer a todos los demás. Como ahora, nomás que ya legalizado. Así, todos los que a su alrededor quieren ocupar su silla, tendrían sus ratos de exuberancia, pero nunca de grandeza.

Hay mentiras inútiles, dañinas, provechosas, zalameras, exageradas, caprichosas y convenencieras. Las desmedidas resultan evidentes. Convertirlas en ley es elevar la farsa a rango constitucional.

La mentira es o no un engaño. Como sé que me mientes, ya no me engañas. Para creerle al que miente, habría que confiar en él. Al zarandear leyes, medios y voluntades, se mienten a sí mismos con un desparpajo impúdico y apolillado. Y tanto creen sus propias mentiras, que excluyeron la verdad. Para ser gobernador constitucional, de uno, dos, tres, cinco o seis años, hay que pasar por las urnas, hay que someterse a la voluntad de los veracruzanos. Y parece que esta vez no va a ser de mentiritas.