Como dijo Aristóteles, todo drama consta de tres actos. En los próximos comicios estatales de 2016 que, como todo apunta, serán para elegir a un gobernador de dos años, por tercera ocasión se confrontarán los dos espíritus más rijosos e irreductibles que ha creado la clase política veracruzana: Fidel Herrera Beltrán y Miguel Ángel Yunes Linares.
En los dos comicios anteriores en que se enfrentaron salió victorioso Fidel. El primer escarceo fue en 1997.
De larga carrera como legislador, tras ser representante de los distritos de Cosamaloapan en dos ocasiones y del de Pánuco, Fidel buscó de nueva cuenta la representación de Veracruz, ahora en la LVII Legislatura, e hizo todo lo posible por representar a su tierra nativa, la Cuenca del Papaloapan.
Miguel Ángel Yunes Linares, poderoso secretario de Gobierno de Patricio Chirinos, maniobró para que Fidel defendiera la posición de Boca del Río, donde ya empezaba a crecer la fortaleza del Partido Acción Nacional; lo hizo con un propósito inconfesable pero nítido para todos los actores políticos de la época: hacer perder estruendosamente al de Nopaltepec y, con ello, sacarlo del camino.
Pero Fidel Herrera era ya el más tramposo operador electoral del priismo y, como lo haría en tres elecciones subsecuentes, trocó una derrota que le habían recetado los panistas en las urnas, en un triunfo incuestionable una vez que su magia se hizo presente en el trasiego de los paquetes electorales, para proclamarse por cuarta ocasión diputado federal, dejando a Yunes Linares con una tremenda úlcera del coraje.
Ni Fidel ni Miguel Ángel lograron suceder a Patricio Chirinos en la principal oficina de Palacio de Gobierno. El primero se mantuvo muy cerca del poder nacional desde la Cámara de Diputados, mientras Yunes se aceleraba para luchar por la candidatura priista mediante una jugada desmesurada y suicida: convertirse en presidente del comité directivo estatal del PRI, donde ninguno de los excompañeros de partido quiere recordarlo (incluso, su nombre no aparece en la lista de expresidentes priistas y su foto, expulsada del salón de presidentes).
No solo logró una aplastante derrota del PRI veracruzano en los comicios municipales que le tocó dirigir, más vergonzosa que la que le obligó a sufrir a Amadeo Flores Espinoza, cuando operó la mayoría de las candidaturas en la elección precedente y el PRI perdió el municipio de Veracruz junto con otros 50 ayuntamientos. En efecto, un atrabiliario Yunes Linares perdió más de la mitad de los municipios (más de 100) y, con ello, cualquier esperanza de abanderar al PRI en la sucesión gubernamental, que ganó Miguel Alemán Velasco.
La segunda derrota sufrida por Miguel Ángel Yunes Linares fue apenas en 2010, cuando logró por fin su anhelada candidatura al Gobierno de Veracruz, pero por el Partido Acción Nacional, en un escenario sumamente favorable para él, porque se enfrentaba a un político joven e inexperto como Javier Duarte de Ochoa, un político con una meteórica carrera como secretario de Finanzas y Planeación y rápidamente impulsado como candidato a la diputación federal por Córdoba, un paso indispensable porque los estatutos priistas obligan a tener como antecedente un puesto de elección popular si se quiere la candidatura a gobernador o a Presidente de la República.
Fidel Herrera Beltrán eligió al cuadro más fiel, Duarte, quien ha mantenido su fidelidad porque su paso como gobernador no hubiera sido posible sin el apoyo de su mentor.
Y entonces, nuevamente, la inyección de una cantidad incuantificable de recursos provenientes del erario se aplicaron para lograr el triunfo de un Javier Duarte prácticamente desconocido en la entidad, que tuvo que enfrentarse a dos políticos maduros en política y en marrullerías como Miguel Ángel (de la coalición Viva Veracruz, en que unieron fuerzas el PAN y el Partido Nueva Alianza), y Dante Delgado Rannauro, exgobernador sustituto que fue postulado por una alianza de izquierda formada por el PRD, Convergencia por la Democracia (hoy Movimiento Ciudadano) y el Partido del Trabajo.
A pesar de los intentos por invalidar la elección por un rosario de irregularidades que marcaron la jornada electoral, Javier Duarte recibió la constancia de mayoría y se convirtió en gobernador de Veracruz.
Cuatro años después, frente a una oposición de izquierda y de derecha dividida profundamente (comprada con dinero público, en un episodio vergonzoso para el quehacer político de los involucrados), Javier Duarte de Ochoa (pero, detrás de él, la demoniaca mente de un sexagenario Fidel Herrera Beltrán) está a punto de lograr que las aspiraciones dentro y fuera de su partido se vean amenazadas, gracias a la casi segura aprobación en el Congreso local de su iniciativa de reforma política que postula para 2016 un gobierno de transición de dos años.
La propuesta ha generado la inmediata repulsa de Miguel Ángel Yunes Linares y de los senadores priistas Héctor y José Francisco Yunes, además de la del senador panista Fernando Yunes Márquez, sectores empresariales y de la Iglesia católica e, incluso, de organizaciones adheridas al PRI como la CTM.
Este será el tercer capítulo porque ya la boqueña familia Yunes ha señalado que, incluso por una gubernatura de dos años, uno de ellos se lanzará para arrebatarle a Fidel su Fidelato, que estaría a punto de prolongarse durante 14 años, algo que no ha sucedido antes en Veracruz, donde cada gobierno estatal se distinguía de la administración precedente, en un modelo que consideraba que dentro del PRI podría darse la alternancia sin cambiar de siglas.
La magia electorera de Fidel
Hemos hablado de dos elecciones en que la magia electoral de Fidel se impuso. Pero quedan dos más. Antes de ganar los comicios de 2010, adonde mandó como su escudero a Javier Duarte de Ochoa, Fidel manipuló las urnas electorales para ganar su lugar en el Senado de la República y obtener el ‘triunfo’ en los comicios gubernamentales de 2004.
En efecto, en 2000, la enorme inteligencia política de Fidel Herrera no solo le alcanzó para presionar al candidato presidencial priista, Francisco Labastida Ochoa, para que convenciera a don Fernando Gutiérrez Barrios para que contendiera, junto con él, por las dos posiciones de mayoría al Senado del República.
Don Fernando, quien había sido gobernador de Veracruz por dos años (donde dejó como sustituto a Dante Delgado) y primer secretario de Gobernación del presidente Carlos Salinas de Gortari, quien en enero de 1993 lo sustituyó por el chiapaneco Patrocinio González Blanco Garrido (que duró apenas un año, dejando a Jorge Carpizo McGregor), se había retirado de la vida política tras ser secuestrado en 1997.
Se sabe que Dante Delgado Rannauro se acercó a él para preguntarle si sería candidato al Senado porque él iba a postularse por la izquierda, y don Fernando le dijo que no. Sin embargo, Fidel Herrera Beltrán, que ya tenía el visto bueno para lanzarse en pos de un escaño en el Senado, hizo todo lo posible porque su compañero de fórmula fuera el exgobernador veracruzano, porque con ello podría desactivar a Dante.
Fue el candidato priista a la Presidencia de la República, Francisco Labastida Ochoa, quien convenció a un disciplinado Gutiérrez Barrios de que aceptara salir de su retiro y, en efecto, Dante Delgado prefirió mantenerse en la candidatura de izquierda al Senado por mayoría relativa, pese a que muchos trataron de convencerlo de que fuera por la lista de representación proporcional para no enfrentar a su amigo, y prácticamente no hizo campaña. Por la representación proporcional logró la curul de izquierda el exalcalde xalapeño Armando Méndez de la Luz.
La noche del día de los comicios, don Fernando se fue a descansar con la certeza de que la fórmula priista con Fidel había sido derrotada por un emergente panista de la región de Córdoba, Gerardo Buganza Salmerón. Los datos del PREP daban como seguro ganador al panista con arriba de 820 mil votos, mientras que don Fernando y Fidel Herrera contabilizaban cerca de 700 mil, en el segundo lugar, y Dante Delgado, en el tercero, con poco más de 600 mil votos.
¿Qué sucedió esa noche? Del castillo mágico de Fidel Herrera Beltrán empezaron a salir fuegos artificiales. Cientos de operadores electorales, que no lograron revertir la derrota de Labastida Ochoa frente a Vicente Fox, hicieron posible en menos de seis horas, que la tendencia no solo se revirtiera a su favor sino incluso que la fórmula priista lograra una votación histórica.
Al final de la jornada electoral, con el argumento de los votos rurales, el PRI se alzó con el triunfo con 1 millón 27 mil 161 votos, logrando incrementar en el lapso nocturno más de 400 mil votos sacados de la chistera fidelista.
Gerardo Buganza, que se veía como el ganador absoluto, apenas incrementó su conteo en unos 20 mil votos, para llegar a 841 mil 253, igual que Dante, quien apenas obtuvo 661 mil 271 sufragios.
La semana pasada, por cierto, cometí un error en este espacio, cuando comenté que la secretaria de Protección Civil en Veracruz, Noemí Guzmán Lagunes, había sido senadora en sustitución de Fidel, cuando en realidad, la suplente del de Nopaltepec fue Silvia Domínguez. A Noemí le fue mejor porque prácticamente estuvo los seis años en el Senado, tras la muerte de don Fernando dos meses después de protestar como senador.
La próxima maniobra electoral fidelista todos la conocemos. Tras ser derrotado en los comicios para Gobernador del Estado por el panista Gerardo Buganza Salmerón, logró revertir con su exquisita alquimia los resultados y erigirse para uno de los periodos más funestos de la historia de Veracruz, que seguimos padeciendo.
Las siguientes escaramuzas serán en 2016, y será contra el intento de cualquiera de los Yunes de alcanzar la primera magistratura de Veracruz.
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