Hoja de Ruta

Por Pedro Manterola

¿Qué abona y qué demerita la confianza y la credibilidad de una figura pública, ya sea periodista, dirigente empresarial, líder religioso, un gerente corporativo, actor, deportista, legislador, gobernante? Su congruencia, sería un primer elemento. La aproximación y armonía entre sus palabras y su conducta, entre sus dichos y su desempeño, entre sus discursos y su labor, entre su lengua y su biografía. Para poca fortuna nuestra, los medios registran, analizan y cuestionan más las expresiones verbales que las usanzas profesionales de los protagonistas de la arena pública.

Todos tienen mayor o menor injerencia en nuestro entorno. En el caso de artistas y deportistas sus afanes tienen que ver con nuestros ratos de ocio y nuestras experiencias lúdicas. Si lo que hacen nos parece absurdo, mediocre, con no asistir a sus funciones y no ver sus espectáculos asunto resuelto. Pero gobernantes, legisladores, funcionarios y burócratas desempeñan un rol que incide directamente en nuestra calidad de vida. Lo que hagan, ordenen, voten o dispongan afecta nuestras calles, carreteras, ríos, huertas, comercios, el agua, la luz, la gasolina, el pan, el aguacate, las tortillas. Lo que hacen, dicen y representan significa temores, intereses, esperanzas y aspiraciones de millones de ciudadanos.

Ese debería ser el parámetro para medir y evaluar lo que crean, dicen, disponen y proponen. La coherencia entre lo que han hecho y lo que dicen que harán determina la correspondencia entre las consecuencias de sus actos pasados y las promesas de sus gestiones futuras. De las coincidencias y discrepancias entre su presente y su pasado, germina o se malogra el futuro.

Es verdad que ni la política ni el periodismo son labores aptas para hermanos de la caridad, pero tampoco pueden ser campo abierto para cínicos y oportunistas. Debe haber una frontera claramente delimitada entre la turbiedad de algunos intereses y la claridad de las intenciones de un político o de un medio de información. Ambos deben ser sinceros, dignos, ajenos a la suciedad que caracteriza a los sinvergüenzas y los trepadores. La sinceridad construye confianza, certidumbre, legitimidad, respaldo, ciudadanía. La simulación corroe, lastima, ofende.

No se puede ponderar como astuto, hábil o sagaz al que simplemente es tramposo, artero, mentiroso. La confusión en los términos, su uso indistinto e indiscriminado ensucia aún más una actividad que debería basarse en ganar y conservar la confianza de la sociedad, y no en la destreza para hacer verosímiles las simulaciones. Cuando al mentiroso se le acaban las farsas, de la exhortación pasa a la coacción y al chantaje. Mediante el soborno y la argucia prolonga la eficacia de sus disimulos. Cuando sus palabras y sus hechos pierden crédito, empieza a extender cheques al portador. Entonces la realidad adquiere estatus de apariencia, y la verdad alcanza las dimensiones de un boletín de prensa. Los aliados pasan a convertirse en cómplices, los votantes en consumidores, los candidatos en mercaderes. Puros productos defectuosos ante los que se debe hablar y actuar como si fueran aquello que no son. Mientras más ampulosa su conducta, mientras más pomposos sus discursos y más notables sus hipérboles, cuanto más histriónicos sus gestos ante colonos, niños, mujeres, ancianos, campesinos, estudiantes y subalternos, más cerca estamos de un gobernante que se dedica a aparentar antes que a convencer.

Entre la diversidad y cantidad de tareas que es capaz de ejecutar, un político eficaz distingue objetivos, ordena prioridades, marca plazos, define estrategias, asigna responsables. La ambición se convierte en virtud colectiva, y no en apetito voraz por acumular como propios los recursos públicos. Hay vocación de servicio, no chapa de mártir con alma de rufián. Viven expuestos a la opinión pública. No temen ser observados, analizados, examinados, porque confían en sus capacidades, no en su aspecto. Saben lo que son, porque no viven de lo que parecen.

Pueden identificar temas y oportunidades, y conocen la forma de obtener resultados. Dominan los vericuetos burocráticos, ejecutivos, administrativos y legislativos. Saben y respetan sus alcances y sus límites. Prevén lo rutinario y lo contingente. Entienden su tarea como una responsabilidad ante la ciudadanía, no como una ventaja ante la sociedad ni un surtidor para su cuenta bancaria. Saben que la crítica inteligente es aprendizaje. Los votantes son partidarios vigilantes, no súbditos sumisos. Conocen su región, recorren su territorio.

La sinceridad de sus objetivos primordiales facilita la comunicación con pares y ciudadanos. Pueden decir las cosas con claridad y sutileza, no requieren protocolos ni parafernalia. Entienden la cercanía como una oportunidad de saber, entender, conocer y convencer a la sociedad, a los medios, a la oposición, a sus correligionarios. No exigen ambientes apaciguados, porque saben superar hostilidades y adaptarse al entorno. Hablan lo mismo con los encumbrados que con los humildes. Escucha, atienden, entienden, debaten, responden, aceptan, convencen, exigen, conceden. Juegan dominó, póker, ajedrez, serpientes y escaleras, y no usan cartas marcadas ni dados cargados. No confunden negociación con transacción, ni acuerdo con compraventa. No lloran las derrotas ni festinan las victorias, porque saben que tarde o temprano estarán en uno y otro lado.

Un líder digno del adjetivo no necesita que se lo griten con palmadas en la espalda. Un líder duda, cuestiona, a todos y a sí mismo. Contrastan, afirman, rectifican. No culpa, señala ni evade. Reconoce y enmienda. No oculta los defectos ni inventa sus virtudes. Se compromete, cumple, responde.

Un líder decide y libera, delega y confirma. Valora, consensa, comparte. A la oposición la convence, no la soborna. A los medios los respeta, no los humilla. Al mal funcionario lo destituye, no lo hace en candidato. Al corrupto lo castiga, no lo apapacha. La ley la respeta, no la maltrata. Homologa elecciones por razones irrebatibles, sensatas, indudables, no por capricho, ocurrencia, delirio ni ansias de prolongar ad nauseam una continuación perniciosa y lacerante para un estado que no merece ser tratado como feudo de un círculo minúsculo, excluyente, depredador, infiel, insidioso. Un líder entiende formas, tiempos, plazos, simetrías y equilibrios. Si el líder vacila, estanca, lamenta, divaga, divide, manipula, acumula, corrompe, y luego exige alabanzas y se aplaude a sí mismo, no es líder. Es gobernador de Veracruz.