Rodeada del cariño de sus hijos, su hermana y sus nietos, doña Elvira Ramos Salina pasó a una forma superior de su existencia el pasado jueves 20 de noviembre.

Descansa en paz después de haber completado una vida plena en amor, en trabajo, en responsabilidad.

Como otras madres heroicas, doña Elvira tuvo que arrostrar la responsabilidad de sacar a sus tres hijas y sus dos hijos ante la prematura muerte de su esposo, el general Francisco Silva Ortiz -hijo a su vez de otro general mexicano, don Petronilo Silva-, un hombre rígido aunque justo, exigente aunque comprensivo, amoroso aunque marcial.

Y también como otra madre heroica, doña Elvira Ramos sacó adelante a sus vástagos y los hizo mujeres y hombres de bien, todo a fuerza de sacrificio y paciencia, de nunca ceder la plaza en el oficio inconmensurable de ser madre y sola, mujer y roca, espíritu y bastión.

Liz, Mirtha, Nadia, Paco y Alberto terminaron de crecer ante la vigilancia y la mirada acuciosa de una progenitora que nunca los descuidó, que tuvo vida sólo para ellos y que depositó todas sus esperanzas en el futuro de sus hijos.

Una muestra es cuando Alberto, el menor y por eso el consentido de todos, necesitó seguir su carrera en el Distrito Federal y ella no dudó ni un instante en hipotecar su casa para no truncar la promisoria carrera de su pequeño y más querido hijo.

Por eso y muchas cosas más, durante el sentido funeral que congregó a familia y amigos cercanos -que es decir lo mismo-, los hermanos Silva Ramos estaban consolados en medio de su profunda tristeza, enteros ante el chispazo cruel de esa ausencia interminable que es la muerte.

Por eso y otras cosas, sus hijos se pudieron despedir de doña Elvira en medio de llanto y coplas pero con una cierta alegría, si se puede considerar así, ante la certeza de su misión cumplida con creces y con cariño, con esa fuerza absoluta que no pudieron vencer sus 88 años tan dignamente llevados.

A quienes nos tocó estar en la despedida final, pudimos ver a doña Elvira descansando al fin, rodeada de las flores que tanto amaba, pero nunca como a sus cachorros, que crecieron fuertes y sanos gracias a su cuidado impecable y certero.

La foto que presidía la escena mostraba a una Elvira joven y hermosa, como siempre lo fue (rediviva y repetida en el rostro clonado del inquieto Emiliano, en el llanto honesto e interminable de Sara Camila), con una mirada profunda y graciosa que hablaba de inteligencia y amor.

La vimos irse, pero todos supimos que sigue viviendo porque sus hijos nunca la olvidarán.

Descansa en paz, Elvira Ramos Salina, cobijada por el amor de los tuyos. Si alguien lo merece eres tú.

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