La violencia en las zonas urbanas de la entidad solo puede verla quien la sufre. Pese a la difundida capacidad de reacción, las fuerzas estatales de seguridad observan por encimita el fenómeno delictivo.
Uno las imagina como si estuvieran a orilla del mar y vieran al sábalo en el relampagueante segundo en que salta sobre la superficie; de ello concluyen que, como el pez, existe el delito pero no es posible saber cuándo y dónde volverá a suceder.
Por eso los ciudadanos asolados por continuos hechos de violencia que ponen en riesgo su integridad física y patrimonial, hace tiempo que buscan maneras para defenderse con mano propia.
Algunos lo hacen conformándose en grupos armados, con los riesgos de infiltración y utilización que ello conlleva, además de los derivados de su falta de capacitación en el manejo de armas de fuego.
Otros buscan tener una conexión segura con las fuerzas policiacas para obtener una respuesta rápida en caso de emergencia, estrategia que, en la mayoría de casos, fracasa cuando la patrulla más cercana tarda más de lo debido en llegar.
Hay quienes establecen mecanismos de comunicación vecinal para alertarse entre ellos y poner en práctica algunos mecanismos de disuasión contra asaltantes y homicidas, o para convocar a la fuerza pública.
Otros más, en áreas en que se ha perdido la buena costumbre de conocerse por años y poder percibir los aprietos que cruza una familia, buscan recomponerse como comunidad solidaria, a través de actividades culturales y artísticas, de encuentros en que participan niños, jóvenes y adultos.
Hace poco Luis Barria, en su columna El jazz bajo la manga, nos habló de lo que ocurre en el antiguo Barrio de la Gota, en el centro de Xalapa (en las calles de Betancourt, Victoria, Guerrero, Altamirano, Azcárate y Bustamente), localizados a unas cuantas cuadras del Palacio de Gobierno, donde han ocurrido robos, asaltos con violencia y asesinatos.
“Ante tal situación, los vecinos se han organizado para tomar las medidas de seguridad que ninguna autoridad les proporciona. Más que armarse o comprar alarmas, candados y perros, han iniciado una serie de talleres y actividades artísticas tendientes a reforzar la unidad del barrio”, escribió Barria.
Lo que buscan a través de esas actividades es conocerse y reconocerse como sujetos de una misma realidad violenta y peligrosa. En esas coordenadas asesinaron a mi amigo José Luis Blanco Rosas, sociólogo y maestro universitario; también han sido asesinados vecinos, taxistas o tenderos que se opusieron a un asalto o un intento de secuestro.
La cosa es que la violencia se salda en nuestras ciudades con las vidas de ciudadanos pacíficos, en muchos casos menores de edad o ya instalados en la senectud.
¿Qué necesitamos para evitarlo? Se ha comprobado que incluso uniendo a los efectivos de la Secretaría de Seguridad Pública con los de la Marina, la Policía Federal, el Ejército y la denominada Fuerza Civil de Veracruz en labores de vigilancia y reconocimiento, su aparatosa presencia es una forma de alertar a los delincuentes para que huyan o se escondan.
Poco puede esperarse de la presencia masiva de policías en las calles, salvo cuando lo que quieren atacar es la actividad de pandillas.
Quienes roban, asaltan, secuestran y asesinan, quienes siembran el terror utilizando medios como los teléfonos, aquellos que estudian las características de las posibles víctimas al grado de conocer sus movimientos y sus cuentas bancarias, esos nunca se sentirán amedrentados por el desfile de patrullas.
¿Y las labores de inteligencia?
Si pensamos que la Secretaría de Seguridad Pública solo puede realizar actividades de prevención y, cuando estas no funcionan, debe entrar la policía ministerial para realizar las investigaciones que permitan dar con quienes ya cometieron ilícitos, estamos fritos.
En efecto, con ese esquema, los gobiernos federal y estatales están condenados, por un lado, a ser rebasados por la actuación clandestina de las bandas criminales, y por otra, a caer en un estado de impunidad.
Para nadie es un secreto que la policía de investigación tiene pocos elementos, no cuenta con los conocimientos científicos en materia forense y de criminalística y, para colmo, generalmente ni con gasolina para movilizarse, a veces ni para hacer cumplir una orden de aprehensión.
De manera que se debe implementar no solo fuerzas sino inteligencias, y no solo cuando los delitos ya se cometieron sino para atrapar a quienes se dedican al bonancible negocio del crimen, organizado o no.
¿Alguien sabe qué modelo podría implantarse y cuántos elementos debieran ser contratados para investigar a las organizaciones criminales, incluso a los elementos oficiales que están coludidos con las actividades ilícitas?
Porque más policías en las calles no es una garantía para resolver los altos índices de criminalidad que observamos en Veracruz, donde cada día se conocen nuevos casos de asesinatos, robos y secuestros.
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