En la cama y sin pijama

Adolfo Álvarez
Adolfo Álvarez

Hace un par de semanas, con diferencia de un día, recibí comentarios dos bateristas que aludían a la sexualidad. El primero fue de viva voz de Adolfo Álvarez; hablábamos sobre la relación del baterista con su instrumento, me preguntó algo que yo ni remotamente me había cuestionado:
-¿Tú sabes a qué altura se sentaba Tony Williams?, yo sí
Después me explicó que Ringo Starr toca casi parado y Peter Erskine lo hace casi ras de piso.
-Afortunadamente la batería no es un piano de cola, ni es un cello, esos instrumentos son como son y te jodes; la batería la acomodas como quieres: más alta, más baja, como tú quieras. Cuando doy una clase, acomodo mi instrumento y luego le digo a mis alumnos:
-A ver pásale tú y si no te sientes a gusto, muévele.
-Casi cualquier otro baterista que conozco es más alto que yo y todo mundo se acerca más las cosas de como las acomodo yo. Yo toco dejándome mucho aire porque no me gusta que un instrumento invada a otro, no me gusta que un platillo esté haciéndole sombra a un tambor, me gusta que cada una de las cosas tenga su espacio.
Gente del jazz¿Cuál es la mejor manera de acomodar la batería?, la que te exija menos esfuerzo. ¿Cómo es mejor?, como te sea más cómodo. Mija, ¿en dónde vamos a hacerlo, en el vocho o en la cama?, pues en la cama, en el vocho se puede pero no es lo mejor; decían que las agarraderas eran para poner los pies de la muchacha (risas). Se puede, pero no es lo ideal, la verdad es que la cama es la cama.
Por jugar puedes hacer el amor en la mesa del comedor y, como en las películas gringas, con un brazo barrer toda la mesa, tirar todo al piso y acostar a la muchacha ahí, pero no es lo más fácil, no es lo más cómodo, no es lo más placentero, la verdad es que la cama es la cama y en la música es igual, la batería es la batería (risas).

Hacerle el amor al tambor

Al día siguiente empecé a leer un libro que el mismo Adolfo me regaló, Gente del jazz, de Valerie Wilmer, es una compilación de catorce entrevistas que la fotógrafa y escritora inglesa realizó a otros tantos grandes jazzistas. El capítulo dedicado a Billy Higgins comienza con un cita del baterista:

Billy Higgins
Billy Higgins

«¡No se supone que uno viole los instrumentos de percusión sino que uno les haga el amor, al menos en lo que a mí respecta!»
Después la autora apunta:
«La diferencia entre Billy y algunos de los demás percusionistas del jazz libre radica en que sabe cómo hacer para mantener siempre en el primer plano el tiempo, y también sabe cómo hacer el amor. Teniendo en cuenta el clásico comentario de Ellington en el sentido de que ‘un tambor es una mujer’, Billy tiene plena conciencia de que una vez que se llega a una culminación, no se debe intentar mantener el orgasmo hasta el punto en que se provoque una enojada represalia»

La petite mort

Orgasmo 4No me meteré en embrollos tratando de valorar la importancia que tiene el sexo en la vida de cualquier persona normal, cada quién sabe en qué lugar lo coloca, pero difícilmente saldrá del Top Ten de prioridades de cualquiera que esté en su sano juicio.
Los franceses tienen una bella expresión para definir al orgasmo: La petite mort, la pequeña muerte o la muerte chiquita. Se aproxima una de la fiestas más importantes de nuestra tradición, Todo Santos, la celebración de la muerte y de los muertos, a ello dedicaremos esta semana y para ir calentando motores, comencemos con la más bella de las muertes; esa muerte chiquita a quien dedico una décima y un soneto:

Décima venida

Es insalvable destino:
la muerte habrá de llegar
pero vale practicar,
no aceptarla como sino;
recorrer ese camino
varias veces, de visita
y antes que llegue la cita
(la que ya no se revierte)
recibir, diario, a la muerte
pero a la muerte chiquita.

Orgasmo 2

Soneto pavessiano

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
(Pavesse)

Tenía tus ojos, al llegar, la muerte;
aún no era noche, ya no era día,
yo no estaba en vigilia ni dormía,
mi epidermis corría y era inerte.

Habitaba tu cuerpo y aun sin verte
sabía que tu savia conducía
al trágico final de la osadía
de intentar, en tu vuelo, retenerte.

Ya ni conmigo ni contigo estaba,
éramos sólo uno, hermafrodita,
que estático y dinámico flotaba

en etérea sonrisa e infinita.
Una muerte fugaz nos acechaba.
Tenía tus ojos la muerte chiquita.

Orgasmo 3


 

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