Ni duda cabe que Veracruz tiene una escondida vocación turística. Ya se entreveía en las legendarias películas mexicanas de la época del presidente Miguel Alemán Valdés, las que mostraban las bellezas entonces guardadas con recelo por la vegetación y la falta de vías de comunicación, así como la cultura vernácula; por desgracia o por fortuna, nunca logró postular su música, su danza y su habla en la identidad del mexicano.

Acapulco, más cercano a la avidez de mar de los habitantes del altiplano y al entusiasmo inversor del propio Miguel Alemán y de empresas nacionales y extranjeras, le robó desde entonces el negocio de las olas y las brisas marinas. Y es que el Pacífico ha tenido siempre una gran ventaja sobre el Golfo de México: tiene más días de sol que los que ofrece esta vertiente visitada por los frentes fríos que impiden vaticinar unas buenas vacaciones.

Los Altos de Jalisco, su música vernácula, su vestimenta y su cultura machista, le quitaron al son jarocho, a las bellas morenas tostadas por el sol y a los pescadores bravíos pero románticos, la posibilidad de colocarse como el ideal de mexicano que queríamos exportar, cuyo máximo revuelo se dio en las películas de la época de oro del cine mexicano.

Que se sepa, Veracruz nunca ha figurado como un punto atractivo para el turismo internacional, a no ser el científico, de negocios y de aventura. Ha sido, ciertamente, y no solo el Puerto sino sobre todo las playas de Tuxpan, Tecolutla y Costa Esmeralda, el destino del turismo nacional de bajos ingresos, el que llega por carreteras dignas de una película de terror, para enfrentarse a paisajes hermosos pero carentes de buenos servicios.

Un gran esfuerzo por delante

Pese a ello, sorprende que la secretaría de Turismo, Cultura y Cinematografía haya calculado por este renglón una derrama anual de más de 4 mil 500 millones de pesos, así como la generación de 210 mil empleos en hospedaje, alimentos, bebidas y comercio, como consecuencia de la visita de cerca de siete millones de turistas al año, 95 por ciento nacionales, es decir, 6 millones 650 mil paisanos, de los cuales una buena parte son del propio estado.

Si consideramos que tal cifra ronda los 365 millones de dólares y que los ingresos nacionales por turismo fueron del orden de los 13 mil 300 millones de dólares, no llegamos ni al 3 por ciento, pese a tener unos 700 kilómetros de litoral y contar con paisajes costeros, montañosos, mucha cultura y tradiciones maravillosas.

Si a eso agregamos que México recibió 91.4 millones de visitantes extranjeros, y a Veracruz solo lo visita el 0.38 por ciento de esa cifra (unos 350 mil visitantes), ya podemos imaginarnos la enorme tarea que debe realizarse para incrementar los ingresos por turismo internacional.

Es un buen augurio que el gobierno estatal se haya enlazado con la secretaría de Turismo del gobierno federal. Hoy tenemos un Pueblo Mágico más, Xico, que sirve de promoción a una zona que, junto con otro de su calidad, Coatepec, además del posible atractivo cultural de Xalapa y el que ofrece al turismo de aventura el río de los Pescados en Jalcomulco, podría establecer un itinerario alterno al de playa.

Han empezado a moverse recursos federales para mejorar la infraestructura turística local. Frente a la torpe manera del gobierno fidelista de sacrificar al estado en aras de su pleito ranchero con Calderón, lo realizado por el actual gobierno estatal con el federal priista permite suponer mejoras tangibles. Sin embargo, algo debe hacerse en materia de capacitación y controles rigurosos de calidad en los prestadores de servicios turísticos para garantizar estancias perdurables de nuestros visitantes.

Cultura, esa estrella olvidada

Hace ya tiempo que en México la cultura y las artes pasaron a formar parte de un concepto global que, sobre el fomento a la creación y el empoderamiento social, privilegia a la industria turística.

Veracruz no escapa a esa tendencia, sobre todo a partir de que en el gobierno de Fidel Herrera Beltrán, el área cultural se desprendió del sector Educación para integrarse al de Turismo.

A partir de entonces, con mayor claridad, la tendencia a la organización de eventos culturales como soporte de la atracción de visitantes ha limitado y, en algunos casos, cancelado, el impulso a las empresas culturales nativas, el fomento a la creación cultural y artística y el financiamiento de proyectos culturales propios.

Un estudio realizado en 2010 por Numismae Consulting, liderado por Ernesto Piedras, creó el Índice de Capacidad y Aprovechamiento Cultural de los Estados (ICACE) en que si bien se ubicaba a Veracruz en el séptimo lugar en desempeño, como parte de los nueve más altos, y que en materia de demanda e infraestructura lo colocaba por encima de la mayoría de las entidades del país, en el tema de oferta se caía hasta el lugar número 28.

¿Qué significa esto? Que, pese a contar con infraestructura que le ubicaba en el quinto puesto y estar en el noveno en demanda, el presupuesto cultural per cápita, la población económicamente activa del sector y la remuneración promedio de los artistas, entre otros factores, nos arrojaban al final de la tabla, apenas superando a Tabasco (29), Durango (30), San Luis Potosí (31) y Chiapas (32).

Este estudio puede remitirnos más bajo en materia de oferta en los próximos años, habida cuenta de que la Secretaría de Turismo, Cultura y Cinematografía, así como los ayuntamientos y las instituciones de educación superior, están poniendo el mayor énfasis en los eventos ventana, aquellos que nos muestran como centros de consumo, destinando un nulo presupuesto a la producción local.

Nunca como hoy, es cierto, Veracruz ha sido escenario de festivales de la mayor trascendencia. Sin embargo, pese a que algo deja, muy poco o nada se está haciendo por fortalecer a nuestras industrias culturales y a la promoción de nuestros propios valores. Una visión más equilibrada sería deseable e, incluso, urgente.

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