México y los mexicanos no pertenecemos a los políticos corruptos que la noche del 15 ondearon la bandera y pronunciaron el Grito de Dolores en las plazas públicas del país. No son ellos quienes nos han dado patria sino los millones de ciudadanos que, desde hace más de 200 años, han luchado todos los días en contra del saqueo y el abuso del poder.

La Independencia, la Reforma, la Revolución y la expropiación petrolera constituyen cuatro grandes momentos históricos en que se forjó la patria de la cual todos estamos profundamente orgullosos y agradecidos. Hoy podemos celebrar a México gracias a las luchas populares que lograron derrotar al colonialismo español, expulsar a los invasores franceses, vencer a la oligarquía porfirista y correr a las empresas petroleras internacionales.

Si no fuera por la enorme entereza y dignidad del pueblo mexicano, simplemente no habría hoy patria para defender.

Es importante distinguir entre el patrioterismo y el nacionalismo. Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón, Miguel Ángel Mancera y los tres partidos del Pacto por México no son más que patrioteros. Es decir, se dedican a alardear excesiva e inoportunamente de patriotismo, de acuerdo con la definición del diccionario de la Real Academia Española (RAE). En otras palabras, son hipócritas quienes fingen amar y defender a su país, cuando en realidad trabajan para que todo lo propio y especial de la patria simplemente deje de existir.

La entrega del petróleo a las empresas transnacionales es apenas el inicio.

El objetivo compartido entre los integrantes de la clase política es convertir a México en un protectorado de las potencias internacionales y del gran capital internacional. Si permitimos que el Pacto por México nos siga gobernando, pronto el águila y la serpiente serán remplazados por las barras y las estrellas de Washington o la insignia de ExxonMobil.

Pero el nacionalismo mexicano hoy todavía tiene un carácter abierto y profundamente democrático y popular, a pesar de décadas de manipulación de parte del Estado autoritario. Ser mexicano es, en primer lugar, ser descendiente de los grandes pueblos indígenas que desde hace más de 500 años se han resistido férreamente a ser conquistados.

Ser mexicano es también luchar desde abajo para lograr las grandes transformaciones del país. Tanto la Independencia como la Revolución mexicanas son reconocidas internacionalmente por su excepcional fuerza popular. Y en 1938 México puso el ejemplo al mundo al tener el valor de recuperar sus reservas petroleras de las empresas internacionales y así establecer un Estado moderno e independiente.