Los mexicanos somos convidados de piedra para presenciar el inicio de una nueva etapa de nuestro acontecer con la apertura del sector energético del país, sin su etiqueta de estratégico, lograda por la situación de la mayoría automática en las cámaras y la unánime dependencia y subordinación de esa mayoría automática al presidente y, por tanto, a sus intereses y compromisos.

Los engaños para tratar de convencer a la ciudadanía de las bondades de la apertura no tienen fin: mejores precios de la energía, la creación de cientos de miles de empleos bien remunerados, el aseguramiento del total de la renta petrolera para la nación, la propiedad absoluta de los hidrocarburos para los mexicanos, el fortalecimiento de las, ahora, empresas productivas del Estado: Pemex y CFE, la preservación de la rectoría del Estado sobre el sector, la seguridad energética, la transparencia, la creación de órganos reguladores eficientes y rigurosos para evitar que nos coman vivos las empresas, la eliminación de la corrupción, etcétera y etcétera.

Otro de los más viles engaños es el supuesto respeto irrestricto a los derechos de los trabajadores del sector, oferta presidencial repetida en todos los foros, que hoy que se esfuma y se trastoca con la propuesta, claro, no del presidente sino de los diputados, de condicionar la asunción de los pasivos laborales de Pemex y CFE por el Estado al ajuste de los contratos colectivos de ambas empresas.

Esto, desde luego, e independientemente de la aberración que significa la intervención de los legisladores en un asunto de contratación laboral, después de una campaña mediática de satanización de los trabajadores como responsables del deterioro de las empresas, así como de la solución de los pasivos laborales como asunto sine qua non para una posible incursión de Pemex y la CFE en la lista magnífica de empresas competitivas de clase mundial, y con posibilidad de asociarse con las que vendrán a rescatarnos de nuestras incapacidades nacionales.

Primero, resulta irresponsable considerar la posible solución de los pasivos laborales una vez consumada la reforma en su totalidad y no como debiera haber sucedido, empezar por el arreglo y fortalecimiento de nuestras empresas nacionales integralmente, pasivos incluidos, antes de proponer la apertura, para someterlas a la competencia sin los grilletes y las cargas que hoy padece.

Esto no se puede explicar sino a partir de dos supuestos: o una incapacidad total o un dolo diabólico.