En esta entrega, Javier Flores Mávil nos habla de su estancia en Berklee, y nos cuenta la historia del Seminario y Encuentro Internacional de Jazz, Jazz Fest.
TERCER MOVIMIENTO: Al jazz / espejo de mi corazón…
Cuando llegué a Xalapa y entré a la Sinfónica, prácticamente se acababa de construir la Facultad de Música y, desde entonces, me integré como docente; siempre he estado ahí dando clases, de manera paralela a diferentes proyectos.
Cuando terminó lo de Rico Melao, en mi búsqueda de nuevos proyectos me di cuenta de que lo que quería ponerme a estudiar en serio era el jazz, porque nunca lo había hecho. Cuando viví en Europa, siempre que había un taller, un curso o un seminario de jazz lo tomaba, pero era un ambiente muy cerrado en el aspecto de que el clásico es una cosa y el jazz es otra, y si te atrevías a mezclarlos, te excomulgaban. Entonces, siempre era como hacerlo a escondidas, a la sombra, como tener otra novia. Tomaba los cursos con buenos músicos, salía bien prendido, pero no podía darle continuidad porque, además, la presión estaba muy fuerte en lo clásico, la competencia era muy dura, y tenía que concentrarme exclusivamente en eso.
Cuando se terminó Rico Melao me volví a interesar en el jazz, y un día llega mi compadrito, que en paz descanse, Gil Sax (Gilberto Velázquez), y me dice: “Quiero irme a Berklee”. Yo sabía de Berklee porque en los ochenta, Nayo y Charly Aranda habían ido a hacer un curso de verano, pero no tenía más idea de qué era, y como no había internet ni nada de eso, pues menos podía enterarme. Recuerdo que Gil me dijo: “ya averigüé, aquí tengo unos folletos”, entonces dije, “a ver, a ver, oye, suena interesante”; era un curso de cinco semanas, pero cuando vimos el precio: “¡ay, en la madre!”.
Estaba Ramírez Juárez de secretario Académico (de la Universidad Veracruzana) y mi compadrito tenía muy buena amistad con él, así que fuimos a verlo y le dijimos: “mire, maestro, queremos tomar este curso para superarnos en la orquesta”; y nos dijo, “sí, nada más que ustedes pagan su boleto”. Nos pagaron el curso, y nos fuimos cinco semanas a Berklee.
Venga el jazz a mi reino
Cuando llegué allá dije, “¿qué esto?, ¿por qué no vine antes?”.
Noté que en las orquestas y en los ensambles, el 60 por ciento eran israelíes, el 20 por ciento, japoneses; 10 por ciento de no sé dónde, bien poquitos gringos, y ningún mexicano. Entonces averigüé y me enteré que ellos hacen programas en todo el mundo y se llevan los talentos para allá; los hacen en Israel, en Grecia, en toda Europa y vi que en Latinoamérica y en México no había nada. Entonces fui y le toqué la puerta a Larry Monroe, el director, y le hablé de la UV y de Xalapa, y se la pinté muy bonita. Eso fue en 96, y me dijo: “pues, mira, tráenos más información de la institución, y a lo mejor para el 2002 o 2003, podemos hacer algo”.
Ahí me tienes hablando, y yo no sé cómo le hice, pero a la siguiente semana ya tenía un paquete de folletos de la UV, y ahí voy otra vez: “mire, aquí está, estos somos nosotros”; “ah, se ve muy bien, un campus grande, bonito. Deja ver la agenda, yo creo que podemos hacer algo como para el 2000”, y ahí quedó.
De regreso fui a ver a Salmerón y le dije: “En la Facultad de Música no pasa nada, todos se van a la calle al principio de la carrera, o cuando mucho, llegan a la mitad y se van al hueso. Ahí no termina nadie, no los estamos educando, no está pasando nada, tenemos que buscar una alternativa para que la gente tenga herramientas a la hora que sale allá, a donde es de a de veras”. Total, que de tanto insistir me hizo caso. Paralelamente a esto hablé con Ramírez Juárez y le dije, “mire, se trata de esto y esto, por qué no invitamos a esta universidad a que venga a Xalapa, que conozca lo que hacemos y que venga a hacer un programa, aquí tenemos todo para hacerlo”. Para no hacerte el cuento largo, me dieron el visto bueno para que lo invitara, y vino en febrero del siguiente año, el 97. Le hicimos un tour por toda la universidad, y para agosto de ese año, ya estábamos haciendo el primer curso. Fue de tres días, con cuatro maestros, y se autofinanció con las inscripciones. Realmente les compramos la franquicia, porque yo no tenía ni idea de cómo hacerlo; ellos decidieron qué maestros venían, de cuántos días sería, cómo debían ser las clases… todo, todo el programa. Para mi sorpresa llegaron 120 alumnos, pudimos aceptar 60 y se quedaron 60 en lista de espera, porque ya no cabían más, eran nada más cuatro maestros.
La idea era hacer nada más lo educativo, pero en una reunión que tuvimos en Rectoría, en la Secretaría Académica, se me ocurrió abrir la boca y decir, “lo ideal sería que los muchachos tuvieran la oportunidad de ver en vivo todo lo que trabajan en el salón, todo lo que practican; que pudieran ver a los maestros en acción. Que tuviéramos un par de conciertos donde tocaran los maestros, algunos alumnos y algunos grupos invitados”. “Hazlo”, me dijeron, y la UV se encargó de la difusión y de pagar a los invitados.
Tuvimos tres o cuatro conciertos en el Teatro del Estado. El artista principal fue James Newton; vinieron Tritonía y Rodrigo Castelán, y con el Picos hicimos una Orquesta de Jazz Latino. Por eso le llamé Seminario y Encuentro.
Al otro año cambió el rector, entró Arredondo, y yo estaba así como, “chin, a ver si quiere”; Sara era la secretaria Académica y estaba como renuente, pero finalmente aceptó, y lo hicimos.
Audición, audición,/ no me quieras matar…/audición
Antes de esto, cuando estuve con Gil en Berklee vi que había audiciones para becas y dije, “aquí me hablan”. Fui a audicionar y fue muy chistoso porque me dieron mi día y mi hora de audición, fui al edificio que me tocaba; en el pasillo había puros chamacos y yo ya estaba grande. Al entrar a la audición me recibió el que fue después mi maestro, y me dijo: “creo que te equivocaste, esto es para jóvenes de secundaria y de prepa”. “Ah, caray, es que no leí las letras chiquitas” (risas), pero vio mi currículum y me dijo: “pero tú ya eres músico profesional, ya tienes una licenciatura, a ti te convendría más hacer la maestría”, y me sugirió buscar una beca Fullbright, que es una beca que da el gobierno de los Estados Unidos. En esa época, Berklee hacía la maestría en combinación con el Boston Conservatory, porque allá sólo las universidades otorgan la maestría y el doctorado, los colleges, no, nada más la licenciatura, entonces hicieron una vinculación: tú estudiabas en Berklee todo lo correspondiente al jazz, justificabas un par de créditos en el conservatorio, y el conservatorio te daba el título, el máster con especialidad en jazz.
Cómo gasto papeles preparándome…
Me regresé a México y, paralelamente a la organización del segundo seminario, empecé a investigar y me enteré cómo funciona.
Primero mandas todos tus papeles; si están en orden, pasas a la siguiente fase. Después viene el examen de conocimientos generales; para eso te mandan, dos semanas antes, un librote editado por el Tec de Monterrey. Yo andaba con el acelere del seminario y nada más le eché una hojeada; “¿química?, ¿física?, no, yo pasé de noche todo eso”. No estudié nada, pero como ya tenía fecha, fui a México a presentar el examen; era de esos de opción múltiple. Además, tenía que presentar el TOEFL, que también era de opción múltiple, pero todo era contra reloj, y yo sabía que ahí no puedes dejar círculos en blanco porque te los toman como error, entonces, cuando llegaba a una pregunta que no sabía, ni le pensaba mucho, le iba de tin marín y a la que sigue; algunas las contesté porque sabía de qué se trataba, pero otras las pasé de noche, y me regresé.
Como a las dos o tres semanas me llamaron para decirme:
-Pasaste, ahora viene la audición ante un jurado, y la presentación del proyecto que quisieras realizar.
Mi proyecto fue continuar con la vinculación académica y el intercambio cultural, desarrollando el proyecto del seminario, trayendo maestros, vinculándonos a Berklee, y todo lo que ya venía yo haciendo. Como no se había hecho nunca antes en México, realmente fue algo innovador que le interesó mucho a COMEXUS, que es la Comisión México-Estados Unidos para el Intercambio Educativo y Cultural, que es quien maneja las becas Fullbright. Había muy pocos becarios Fullbright en música, había unas listas enormes para carreras técnicas y científicas, pero para música éramos bien pocos, y en esa época lo ganamos nada más dos de Xalapa: Isabel Ladrón de Guevara, la pianista, y yo.
Hice la audición y a la semana siguiente volvieron a llamarme:
-Extraoficialmente ya tienes la beca, te va a llegar la notificación como en dos semanas, pero ya estás aceptado.
Faltaba como uno o dos meses para el seminario; una semana después recibí otra llamada:
-Ya está su beca confirmada, pero su TOEFL está en 480 y necesita, como mínimo, 560.
-Pues me voy a poner a estudiar inglés;
-No, no, se va a ir a estudiar inglés tres meses a Pittsburg, ya está todo pagado.
-Pero, oiga, es que ahorita estoy haciendo un programa y no puedo irme, ¿no lo podemos dejar para después?
-No, o va, o no hay beca.
CUARTO MOVIMIENTO: Me voy del pueblo, / a la maestría…
Tuvimos una junta en Secretaría Académica y Sara me dijo: “ya no podemos detenerlo, entonces tiene que quedarse alguien que tú estés seguro que va a responder”. Propuse a Sergio Martínez y me comprometí a regresar para estar aquí la semana que duraba el seminario, y después regresar para continuar con el inglés; y eso fue lo que hicimos.
Pasé el TOEFL y ya me quedé allá. Como no podía regresar al siguiente año, tanto Berklee como Sara coincidieron en no volver a hacer el seminario hasta que yo regresara, y se quedó parado los tres años que estuve allá.
Estando en Berklee, como mi beca era una beca-trabajo, trabajé en el departamento Professional Perfomance Division, como asistente del director, que fue mi maestro. Ese departamento se encargaba de hacer programas en diferentes lugares, en Umbria, en Los Ángeles, en Suiza, en muchos lugares. Matt Marvuglio, mi jefe y maestro, me abrió las puertas y me dijo: “ahí está todo, tu proyecto tiene que ver con esto, aprende”.
Fui como asistente tres veces a Los Ángeles y una a Italia; aprendí mucho de todo el funcionamiento del programa. Viajábamos con un staff de entre 30 y 40 personas, entre maestros, administrativos, logística, etc. Y me tocó trabajar con ellos en todo: ordenar los instrumentos, coordinar el montaje en los salones, manejar listas de asistencia, organizar clases, organizar ensayos, organizar ensambles…todo.
Estuve trabajando allá con diferentes grupos, tocando por aquí y tocando por allá, pero más que nada trabajando como asistente del director, hasta que terminó la beca, en 2001. Cuando terminas la beca Fullbright, tienes que irte; no hay de que me quedo a seguir chambeando, porque entonces jamás vuelves a entrar a Estados Unidos; entonces, cuando terminé, tuve que regresarme.
A tus brazos otra vez…
Cuando regresé a Xalapa, ya había cambiado todo en la Facultad de Música; estaba Patricia Castillo de directora, había otros intereses y nadie quería hablar de jazz. Como vi que no había interés, me dediqué a dar clases, pero otra vez noté lo que había estado sucediendo antes de que me fuera: los chavos no terminan la carrera, la deserción es altísima.
En ese momento el doctor Arturo White manejaba la Fundación de la UV; me contacté con él por medio de una amiga, le expliqué de qué se trataba el proyecto, y me dijo: “a partir hoy ya estás trabajando conmigo; echo un telefonazo, te comisiono para acá y olvídate de la facultad, ya no tienes que aparecer ahí para nada”, y me quedé a trabajar con él como diez años.
Hicimos creo que siete programas con la Fundación, hasta que salió Arredondo. Después volvió a cambiar la administración y vinieron otros intereses.
ReFundación
Con Arturo White aprendí mucho, porque tenía mucha experiencia; su especialidad era precisamente la educación, había sido rector en varias universidades y había manejado varias fundaciones.
Desde el principio me dijo: “Si realmente vamos a hacer algo diferente, vamos a empezar de cero, no vamos a componer muertos”.
Hubo interés de Difusión Cultural, que en esa época dirigía Manolo Zepeda, para manejar el programa, y Arturo me dijo: “pues tú decides si quieres ir para allá, pero ahí vas a caer en una rutina en donde ya todo está establecido y no va a cambiar; a lo mejor te dan un presupuesto, pero debes estar dentro de sus reglas. Aquí vamos a tener que conseguir la lana, vas a tener que ir a buscarla, pero las cosas se harán como tú determines”
Y esa fue la tónica. Los dos primeros seminarios los hice así; buscando fondos a través de las inscripciones y de patrocinios, que podían ser en especie o en efectivo. Berklee fue de los primeros que llegó y dijo, “yo le entro, ahí está mi aportación”. Y así, a partir del 2001, reiniciamos los encuentros. Fue mucho trabajo de gestión para conseguir fondos, pero el programa creció, y creció, y creció hasta que llegó a ser de dos semanas; llegamos a tener 150 alumnos, y siempre se quedaron muchos en lista de espera.
Nunca recibimos un peso de ninguna institución, o sea, sí había ingresos institucionales, de Conaculta, del Ivec, pero era porque entrábamos en algún programa de ellos y de ahí se jalaban fondos, pero no porque tuviéramos asignado un presupuesto anual o mensual.
La primera vez que nos apoyó Conaculta fue con 30 mil pesos, creo, y llegó a darnos cerca de 400 mil pesos. El Ivec también tuvo buenas participaciones en la época de Lety Perlasca. La idea de Arturo era vincular instituciones para hacerlo entre todos, y eso fue lo que estuvimos trabajando todos esos años, y por eso el proyecto creció y llegó hasta donde llegó.
Él siempre tuvo claro, y me pidió que así lo manejara, que el proyecto fuera autónomo, pues si lo ligábamos a alguna administración, tronaría más rápido.
Finalmente, constituimos la Fundación Jazz Fest, y con ella hicimos los últimos cuatro o cinco proyectos.
Dinero maldito, bien que vale
El penúltimo encuentro fue en el ISMEV, en 2009. Fue muy difícil, porque conseguir patrocinios de palabra no te da la seguridad de tener el fondo a la mera hora. Primero te dicen, “sí, yo le voy a entrar con diez pesos, ven dentro de tres meses porque todavía falta medio año”; a los tres meses te dicen, “fíjate que la situación está muy difícil, yo creo que nada más voy con dos pesos”, y a la mera hora te dicen: “fíjate que nada más van a ser cincuenta centavos, porque ya no me alcanzó para más”, y además te los quieren dar tres meses después; así no se puede, ¿no?. Me acuerdo que en el del ISMEV, me andaba tronando los dedos porque no llegaban los patrocinios que teníamos prometidos, y yo tenía que pagar en cash. Arredondo fue el que nos apoyó fuerte en esa edición, porque estaba en la SEV y nos otorgó unas becas, y esos fueron los fondos con los que se suplieron los patrocinios que no llegaron; pero estábamos a medio programa y yo estaba en la SEV, haciendo trámites para lograr la liberación de los fondos. Fue muy estresante.
Después de eso cambié la estrategia; decidí vender el proyecto completo. Llegaba a las instituciones y les decía: “si tú lo quieres, te cuesta tanto, yo te hago todo y tú apareces en la foto, tú entregas las becas y tú eres la institución promotora del encuentro”. Eso fue en 2010 y le interesó a la BUAP. Tuvimos algunos problemas porque no salía el dinero a tiempo, pero finalmente salió y nos fue muy bien.
Rayos y centejazz
Al año siguiente (2011), lo hicimos en Guatemala. Ellos hicieron toda su aportación en tiempo y forma, y funcionó muy bien, aunque ahí tuvimos una experiencia muy interesante, porque ese año hubo un huracán en toda la costa este, y nos complicó las cosas.
Nosotros llegamos a Guatemala con una semana de anticipación, y dos días antes del encuentro, se anunció que entraría un huracán y cerraron todos los aeropuertos. Ya teníamos la inauguración encima, y la gente de Guatemala se tronaba los dedos:
-¿Qué vas a hacer? –me decían-, ya está todo el cupo lleno; es la primera vez que viene Berklee a Guatemala y lo anunciamos con bombo y platillo en la prensa, la radio y la televisión.
-No se preocupen –les dije-, va a salir bien.
Afortunadamente tenían todo el equipo necesario en la escuela, y logramos conseguir todas las pantallas que quería, y una conexión a internet de alta velocidad.
-Vamos a empezar en línea, y a distancia –les dije.
Teníamos que empezar un lunes; el domingo en la noche estábamos probando todas las conexiones con los maestros, y el lunes en la mañana hicimos la inauguración, y le dije a los alumnos:
-Aquí están los maestros… en las pantallas (risas); sí van a llegar, pero un poquito tarde, mientras, vamos a trabajar así.
Y así trabajamos clases y ensambles, con tanta suerte que la velocidad estaba muy buena, y los ensambles se hacían en tiempo real; a veces se llegaba a desfasar un medio minuto, pero no más, y no siempre; la mayor parte del tiempo estaba bien. Estaba tocando el maestro pianista en Boston y el ensamble en Guatemala; estaban alucinados, nunca se había hecho algo así. Fue un trabajo tremendo, el equipo resolvió muy bien, y el lunes en la noche ya había pasado todo; llamé a los maestros y les dije: “se van mañana temprano al aeropuerto con las maletas, y se quedan sentados hasta que los trepen a un avión”. Y así le hicieron, llegaron el martes al aeropuerto y salieron en dos grupos; unos ese mismo día y otros al día siguiente muy temprano, porque tuvieron que pernoctar en Houston. El miércoles en la mañana ya estaban ahí; y a trabajos forzados, entonces ya no eran dos horas, eran cuatro horas diarias, pero todo mundo respondió y funcionó muy bien. Fue estresante, pero ya que lo resolvimos, el estrés fue más bien que se mantuviera la dinámica. Estuvo padre esa edición.
(CONTINUARÁ)
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