En esta entrega, Renato Domínguez nos narra su regreso al DF y a Xalapa, y su encuentro con la música cubana, con el jazz latino, y con el jazz tradicional.
Entre estrellas y estrejazz
Estando en Matamoros conocí a unos chavales poperos que tenían música original y querían grabar un disco. Tenían un tío empresario, de mucho dinero, que los apoyaba, y me fueron a invitar a irme con ellos al DF para realizar su proyecto. Les dije que estaba con ese grupo, que ganaba bien, y me dijeron que no me preocupara, que su tío quería hablar conmigo. Fui a verlo y me preguntó:
-¿Cuánto ganas con Mojado?
-Pues me pagan tanto semanal y además me pagan las tocadas
-No te preocupes, eso lo vas a tener cada quincena, despreocúpate; me dijo.
Y me fui con ellos al DF; allá nos rentaron un departamento y me pagaban lo mismo que en Matamoros. Esos muchachos eran rockeros y estaban viviendo un sueño irreal, “ahora sí nos vamos al estrellato”, decían, pero yo ya tenía otras perspectivas musicales, ensayaba con ellos y después me iba a los clubes de jazz y me subía a tocar en las jam.
Esas trovas fascinantes, yo me las quiero aprender
En Xalapa había conocido a Miguel Cruz, que fue director de JazzUV, y me había dicho que tocaba en tal lugar del DF, que cuando estuviera por allá fuera a verlo. Cuando fui, estaban tocando los cubanos; yo ya me había puesto a estudiar al Negro Hernández, a sacar la clave con el pie, a pasar la clave por todas la extremidades, a volverme loco con la música latina y la salsa, y todo eso, entonces me subí a palomear y, como ya tenía todas las herramientas, supongo que les gustó y me dijeron que regresara cuando quisiera.
Empecé a ir más seguido porque me gustaba tocar con ellos, ahí conocí a Osmany Paredes. Tenían un baterista cubano muy bueno, Lester, nos hicimos muy amigos. Él estaba estudiando música y ya no podía dedicarle mucho tiempo al grupo, y un día les dijo: “miren, yo estoy estudiando y la verdad quiero terminar mi carrera de música clásica, yo sinceramente no puedo con esto, pero aquí está Renatito, él toca muy bien, mejor que él se quede”; total que me integré al grupo de los cubanos y entramos a tocar al Hotel Nico, de lunes a sábado, nos pagaban increíblemente bien.
Estuve con ellos tocando música cubana y jazz latino como año y medio, o algo así, hasta que a un amigo de aquí, Javier Ruiz, que andaba tocando con Los Guardianes del Amor, le llegó el contacto para tocar con Alicia Villarreal, que había pertenecido al grupo Límite; me recomendó y a mí también me invitaron.
Hasta el Cerro de la Silla
Me pareció interesante ir a trabajar a Monterrey y me fui. Ahí también estuve girando para arriba y para abajo, y empecé a conocer músicos como Los Plebeyos, los que tocaban el Pípiri Pau, que me decían que les gustaba mucho la música tropical de Veracruz; entonces me di cuenta de que las cosas acá estaban bien hechas. Estuve un rato ahí pero noté que querían abusar de mi trabajo, querían como sobreexplotarme y a mí me molesta que me quieran ver la cara, o sea, no es por dinero que toco, pero tampoco voy a estar dejando que abusen; entonces me vine para acá y me empecé a juntar con los músicos de aquí que tocaban jazz.
Jazz tas
Desde que anduve tocando con los jazzistas en el DF me di cuenta de que el jazz te da una posibilidad infinita de desarrollarte; me di cuenta que el jazz es algo en lo que te embarcas, como en un viaje, pero no hay un final.
Aquí conocí a mi compadre Sergio Martínez, que en paz descanse, y él empezó a invitarme a tocar; conocí a Édgar Dorantes, yo no sabía cómo tocaba él, él no sabía cómo tocaba yo, pero Miguel nos presentó y empezamos a tocar jazz, que era algo nuevo para mí, porque yo no había tocado swing. En ese lapso conocí a la que fue mi esposa, mamá de mi pequeñito.
Summertime
Cuando ya estaba más metido en el mundo del jazz, salió una convocatoria para ir a Acapulco a formar una big band. Iban muchos músicos que yo admiro como Gerry López, mi compadre Rey David Alejandre, y también gente de México. Llegamos a Acapulco a un hotel que está en Punta Diamante, el Mayan Palace, que es un hotel increíble. Éramos 25 músicos; nos daban hospedaje, nos daban comida, nos pagaban sueldo, y estábamos en un lugar maravilloso, era como un sueño. Además de nosotros, había un espectáculo como el del Circo del Sol; había teatreros, había folclore y todo esto iba de acá y de México. Después de dos meses se volvió insostenible; al principio vivíamos en el hotel, después nos pasaron a unas casas también muy bonitas, pero un día llegó el director del hotel, a quien le encanta el jazz, y nos dijo: “¿saben qué?, la big band ya no se puede sostener, sólo hay trabajo para un sexteto de jazz en el looby”. Tú sabes cuáles son los músicos que se necesitan en un espacio de esos, nos quedamos Gerry, Abel, El Marro tocando conga, mi compadre Rey David en el piano y yo. Todos son músicos con mucha experiencia en el jazz y yo tenía muchas posibilidades, pero era un lenguaje nuevo para mí. ¿Recuerdas que te dije lo que yo sentía cuando tenía once años tocando negras?; en la chunchaca no tocas más que corcheas en el contratiempo, negras en el aro de la tarola, y el bombo en uno, o apoyando el ciclo del bajo, pero con eso yo sentía que me derretía, sentía cosas increíbles, y en el jazz estaba tocando cosas que podía hacer porque las había oído y tenía la destreza física y mental, pero yo no sentía nada. A veces estábamos tocando y mis compañeros me decían, “es que no suena, no suena”, y no es que estuviera tocando mal, es que era un lenguaje que yo no había vivido. Me decían que escuchara a Roy Haynes, a Charlie Parker, a John Coltrane. Entonces empecé a escuchar a Roy Haynes, a Elvin Jones y a todos esos bateristas increíbles del hard bop; yo me inicié en el jazz con los bateristas de la fusión, pero ahora estaba en otro terreno y no lo había explorado.
Me salía a caminar a la playa con mi discman, para escuchar a esos músicos; tenía conciencia de la métrica, del tiempo, de los beats, de los compases y de todo, pero cuando escuchaba los solos de Roy Haynes notaba que se atravesaba a cada rato, o sea, yo le medía el tiempo y de repente ya no caía en donde era, y yo pensaba: “por qué me dicen que lo escuche si se está atravesando a cada rato”; todavía no concebía la libertad que el jazz te puede dar. Poco a poco me fue cayendo el veinte, poco a poco eso se fue haciendo más real en mí hasta que fui empezando a tocarlo, y de repente yo comenzaba a tocar y, justamente cuando me conectaba sensorialmente con lo que estaba haciendo, ellos volteaban y mi compadre Rey David decía, “por ahí va, por ahí va, hijo; ya te voy creyendo”, y Gerry y me decía, “sí, sí, por ahí va, por ahí va”, y luego me desconectaba, y otra vez dejaba de sonar. Estuvimos como ocho meses ahí y se terminó el contrato.
Land of Dreams
Después mi mujer decidió ir Vancouver, Canadá, a prepararse con lo de su carrera y a estudiar inglés; se fue y como al mes la alcancé, estuve un año allá. Vancouver es una ciudad multicultural, como Nueva York, hay gente de todas partes del mundo; ahí estuve tocando con un grupo funk, con uno de soul, con un grupo que tocaba una música tropical bailable de El Salvador que se llama chanchona, con un grupo de salsa, con el grupo Zarabanda, y con un cantante y compositor mexicano, Erick Rubín. Tocaba como con siete grupos a la vez; unos hablaban español y otro no, pero la música es un lenguaje universal. Hice una grabación, me fue muy bien, terminó el año, y cuando regresé se inició JazzUV y entré al proyecto.
Estar en JazzUV no determina absolutamente nada, es decir, el hecho de que tú vayas a una escuela, hagas un proceso de no sé cuánto tiempo, salgas de ese proceso y te den un papel no quiere decir que seas músico; si quieres ser músico, tienes que vivir alrededor de la música, no alrededor de la teoría y los conceptos de la música.
Body and Soul
Yo me considero músico desde que nací, cada vez que me pongo a meditar acerca de eso, agradezco muchisísimo a la vida por haberme dado la oportunidad de poder comulgar con la música. Hace más de diez años que también estoy metido en la música jarocha, en la música africana, en la música brasileña, en la música caribeña, en la música tropical; he grabado banda, pasito duranguense; he hecho cumbia, he hecho salsa, he hecho lo que he tenido que hacer para llegar a este momento de mi vida en el que ya la música ha llegado a un punto espiritual.
Para finalizar esto te diré que mi propósito con el sonido es llegar al estado de conciencia en el cual ese sonido pueda adquirir vida, porque creo que la música, si no adquiere las características de la vida, o sea, si la música no respira, no siente, no piensa; si no vive como tú y como yo, entonces está incompleta.
Quiero, a través del sonido, encontrar la luz otra vez, regresar a mi origen. En ese proceso estoy, supongo que me va a llevar la vida entera, pero estoy feliz que así sea, y si hay un más allá, pos a seguirle allá con la música.
Esa es la historia del niño de los botes.
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