Al ayuntamiento de Xalapa le está cayendo mucha basura política. El tema de la limpia pública le ha provocado al alcalde Américo Zúñiga críticas y chamaqueadas. Todo mundo quiere meter su cuchara, proponer soluciones, orientar al joven alcalde, recomendarle comportamientos.
Y es que el mismo alcalde ha abierto la puerta para que todos nos sintamos con derecho de decirle cómo debe manejar el enorme embrollo que afecta a todos los xalapeños por igual, lo mismo a los encumbrados empresarios y políticos que viven en exclusivos fraccionamientos que a los sectores populares que habitan las zonas más depauperadas, y aún a los turistas que gustan de caminar por las calles céntricas de la ciudad.
Pero es que ningún alcalde anterior ha podido ni ha querido resolver la profunda vorágine de corrupción que alimentan líderes sindicales sin escrúpulos y trabajadores preocupados por mejorar sus ingresos a costa del presupuesto municipal. Que Américo haya dado el manotazo debe querer decir que tiene soluciones a la mano, porque de otra manera le irá peor, con el sindicato y con la opinión pública.
Ya hasta Uriel Flores Aguayo, diputado federal perredista, le ha encargado que se amarre los pantalones. Y mire que Uriel ha sido de los diputados xalapeños que han actuado con mayor espíritu institucional, preocupado por lo que le sucede a sus paisanos, que incluso ha bajado recursos federales para obras públicas y que mantiene una relación política de altura con el priista. Así actuó su antecesor en el Congreso de la Unión, el exalcalde Ricardo Ahued Bardahuil, cuando fue diputado federal, por lo que los xalapeños no se pueden quejar de sus representantes populares.
Por eso, su recomendación al alcalde de que evite dar un plazo de un mes a los trabajadores de Limpia Pública para que mejoren su actitud contiene el sentir de los capitalinos. Como él mismo dijo, ya llevan cinco meses y no han resuelto el problema, y la basura se sigue amontonando por todos lados, pese a que los xalapeños pagaron en su recibo del impuesto predial un servicio que reciben de manera deficiente y, en muchos casos, que ni siquiera reciben.
Apenas el domingo, Américo señaló con voz tronante:
“Vamos a dar un mes para que se haga de este servicio público, un servicio público funcional, so pena que de no llegarse a los resultados que esperamos, simple y sencillamente tendrá que haber cambios de representantes y de funcionarios que están integrados en este programa”.
¿Quiere embelesar con incentivos?
Pero las cosas pueden seguir igual. En las reuniones con el sindicato el munícipe ha actuado como los anteriores, es decir, como quiere el sindicato. Les ha prometido bonos de puntualidad, cuando debiera imponer descuentos por impuntualidad; bonos a aquellos camiones que transporten más tonelaje, cuando debiera obligarlos a una cantidad mínima de basura. Si esa es la estrategia, ya podemos ir previniendo que las cosas no funcionarán. Porque cuando se acostumbren a los premios, pedirán otros más y, para lograrlo, bajarán su productividad con cualquier pretexto.
El sindicalismo negro que ejerce la organización de los trabajadores de limpia pública ha hecho que quienes pagan sus salarios, los xalapeños, sean rehenes de su desidia y ambición. Américo debería hacer públicos ya los negocios que dirigentes y trabajadores hacen con los dineros públicos, como vender las llantas y refacciones, descomponer los camiones, dedicarle más tiempo a sus negocios de venta de desechos. Porque no son pepenadores, aunque actúan como tales usando los camiones del ayuntamiento.
No se vale que hable fuerte solo para que la gente tenga esperanzas en que las cosas se van a resolver. En estricto sentido, el alcalde xalapeño se ha dado un plazo para tratar de resolver un problema para cuya solución muchos creen tener la varita mágica, como su privatización, que ya ha sido expuesta por el diputado local y exalcalde David Velasco Chedraui, por cierto, empresario que más aporta elementos contaminantes, pues produce millones de bolsas de plásticos que se entregan en los súper mercados Chedraui.
Américo, sin embargo, cree que hará entrar en cordura a quienes no lo han logrado por décadas y amenaza con despedir a quienes no funcionen. Dice que esta semana dará a conocer un programa de 20 puntos y acciones que ayudarán a mejorar el servicio, en respuesta a las exigencias de los ciudadanos. Ya veremos qué resulta de estas ‘fuercitas’ que juega con los trabajadores y sus líderes sindicales.
¿Organizaciones sociales o porriles?
No es la primera vez (ni será la última) en que una organización social parapriista se lance a amedrentar a los medios de comunicación cuando una nota o comentario no les parece que debió publicarse pues pone en entredicho su supuesta honestidad, pero la no tan velada amenaza enviada vía correo electrónico al director de Formato Siete, Manuel Rosete Chávez, por el vocero de Antorcha Campesina, debe poner en alerta a todo el gremio periodístico que, por desgracia, solo actúa cuando hay sangre de por medio.
¿Los periodistas nos merecemos las amenazas de cualquier hijo de vecino? Pareciera que sí, porque a no ser la desaparición física o el asesinato de un trabajador de los medios, si la amenaza proviene de organizaciones gubernamentales prácticamente no hay nadie que levante la voz.
Ya en anterior ocasión dos medios, entre ellos Formato Siete, recibieron la amenaza ‘social’ aderezada con energúmenos hombres y mujeres del campo, semidesnudos, que lanzaron objetos en contra de sus edificios, sin que el Gobierno del Estado hiciera nada para impedirlo. En aquella ocasión fueron las huestes del Movimiento de los 400 Pueblos. Hoy la amenaza proviene de los bien despachados seguidores de Antorcha Campesina.
Todo ocurrió por opiniones en torno al penoso asunto del atropellamiento de dos antorchistas (maestro y alumno que dejaron las aulas para ir a bloquear avenidas), por parte de una jovencita. Podrá haber diversidad de opiniones sobre quién tiene la razón, pero Manuel Rosete fue claro al señalar que ese incidente fue causado por el hartazgo de la ciudadanía por la forma en que una organización que tiene abiertas las puertas de quienes nos gobiernan, prefieren hacerse publicidad mediante la afectación de decenas de miles de ciudadanos; para mayor encono, estas ‘protestas sociales’ surgen con el beneplácito de las autoridades o por ineptitud de las mismas.
Ya lo dijo el propio Uriel Flores al recomendar a las organizaciones sociales hallar nuevas formas de presión para solucionar sus problemas sin afectar a miles de ciudadanos que ni la deben, porque nuestros funcionarios de gobierno ni presionados se sienten. Ellos están felices en sus oficinas haciendo política, mientras miles de xalapeños de súbito se hallan varados en medio de la nada, sin poder ir para atrás ni para adelante.
Juan Carlos Francisco Espinoza, quien se ostenta como vocero de Antorcha Campesina, señala en el último párrafo de su misiva:
“Sobre las aseveraciones que ponen en tela de juicio la labor social del Ing. Samuel Aguirre Ochoa, le propongo señor Manuel Rosete una prueba segura para salir de dudas: que convoquemos ambos el apoyo de nuestros respectivos seguidores y que contemos cuántos reúne usted y cuántos nuestro dirigente estatal (y se los llevaremos a su oficina). Tendremos así una demostración visible de quién es quién, esto es, quién es el dirigente social y quién el verdadero mercenario que vive de vender su pluma y su conciencia. ¿Acepta o no, señor Rosete?”
Expertos en la manipulación de masas hambrientas y necesitadas, a las que mantienen mediante el chantaje de que o les obedecen o les quitan lo que les han gestionado con el gobierno, ya sabemos quién va a ganar en su amenazante confrontación. Algo que les debe quedar muy claro es que cientos de miles de xalapeños están hasta la madre de que les rompan tan arteramente su vida cotidiana con movilizaciones innecesarias.
Y recuerden cómo, en la instalación del Congreso local, ante la amenaza del movimiento magisterial, los antorchistas actuaron como grupo de choque para evitar que acercaran los maestros. Ante la denuncia del hecho, también amenazaron a los periodistas que se dignaron evidenciar maniobra tan antisocial.
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