Conocemos a Franco Bonzagni por su trabajo como saxofonista, no solo en Orbis Tertius sino en varios proyectos que formó y otros en los que participó como invitado, desde finales de los años setenta; pero llegó a Xalapa, no como jazzista, sino como músico de orquesta de cámara, y no como saxofonista, sino como clarinetista. Se inició en la música… Mirándola:
L’aure dolci del suolo natal
Mi pueblo se llama Mirándola, está en el norte de Italia; es un pueblo de 45 mil habitantes; es antiguo, con castillo y todo, y ahí empecé a estudiar en la Escuela de Música, cuando tenía siete años. Ahí te dan libros, te dan instrumento y, entonces, me dieron un clarinete. Ahí tuve mis primeras experiencias en la música. Después de un año puedes tocar en la banda del pueblo, ahí tocas conciertos, aprendes a ver cómo mueve su mano el director y ese es un aprendizaje. A los 14 años me fui a Bolonia, que es una ciudad más grande, tiene 500 mil habitantes; ahí hay un conservatorio muy importante que se llama G. B. Martini y una de las universidades más antiguas de Europa. Entré al conservatorio y, después de 7 años, me licencié como clarinetista.
En el conservatorio había una big band, a mí desde entonces me gustaba el jazz y entré, no como clarinetista, sino como saxofonista. Además, en esos siete años, tocaba en grupos populares como bajista; mis papás me ayudaban, pero yo me mantenía tocando, primero el bajo y después el saxofón. Pasé por varios grupos y después de esos siete años, me fui a hacer el servicio militar durante 18 meses, porque allá era obligatorio; había una banda militar muy bonita, de 100 elementos; ahí toqué el clarinete.
Formé varios grupos dentro de la banda; era muy bonito porque hacía conciertos y conocía ciudades de Italia, y ya no había que disparar; solo disparaba con mi clarinete.
Allá en el rancho grande
El 4 de julio de 1976 vi por primera vez a Rino Brunello, un músico veneciano que en ese entonces era director de la Orquesta de Cámara de la Universidad Veracruzana; él llegó al conservatorio donde yo había estudiado buscando un clarinetista y un fagotista para su orquesta. Yo estaba ahí por casualidad, ya había terminado el servicio militar, ya me había licenciado y fui ahí buscando concursos para trabajar en alguna orquesta sinfónica.
Cuando me dijeron, “hay un chance de ir a México”, respondí “¿México?”. En esa época no había mucha información allá; yo pensaba en esas películas en blanco y negro, donde hay caballos y todo eso y dije: “no, no, no, mejor aquí me quedo”; pero mis amigos insistieron: “órale, vete seis meses, se te pagan y te regresas”. Como también pagaban el avión de ida y vuelta, me convencieron; hice un pequeño examen y me vine a trabajar a la Orquesta de Cámara de la Universidad Veracruzana, con un amigo fagotista, Mirco Besutti.
¡Viva México, saxofones!
Me encantó México; conocí a muchos amigos, hacía clásico, vestido de etiqueta, pero también me gustaba tocar en fiestas, porque entonces había muchas fiestas, cada día podía entrar a una. Era la época de oro de México, cuando ir al cine te costaba dos pesos y yo ganaba muy bien, entonces, después de esos seis meses, digo: “no, pues me voy a quedar otros seis meses más”; Mirco se regresó porque tenía que terminar sus estudios, era muy joven.
En la orquesta de cámara, los instrumentos de aliento no siempre tocan, entonces, como había que trabajar más para completar las horas, formamos un quinteto de alientos dentro de la Orquesta de Cámara. Estábamos: yo al clarinete, Mirco Vesutti al fagot, Manuel Baixuali, un español, a la flauta, Roland Dufrane, el papá de Marcelo Drufrane, al oboe, y una cornista norteamericana, se me va su nombre.
Después entré a dar clases de clarinete y de saxofón a la facultad de Música, cuando estaba en Juárez. Ahí ensayaba el Orbis Tertius en un salón de percusión que estaba arriba. Cuando escuché jazz dije: “ah, qué buena onda; me gustaría ir, a ver si me invitan”, pero no tenía saxofón y un día, caminando por una calle de Xalapa, vi una tienda de electrodomésticos que vendía refrigeradores, estufas y esas cosas ¡y había un (sax) soprano ahí!, yo dije, “¿cómo es que hay un soprano ahí?”. Entré y pregunté el precio; costaba nada, y sin probarlo, ni nada, lo compré; lo arreglé y empecé a tocar un poquito el soprano en el salón de clarinete. Entonces Memo Cuevas, director del Orbis Tertius, me escuchó y bajó a ver quién tocaba, y ahí fue cuando conocí a Memo Cuevas. Un día me llamó a participar en su grupo como invitado, nada más; fuimos al Cervantino, estaba también Nacho Guzmán, tocando la flauta; fue una buena época.
Porque jazzeando se alegran, cielito lindo, los saxofones
A mí el jazz me gusta más que el clásico, porque va más con mi carácter, me gusta la libertad, me gusta crear y esas son cosas que te da el jazz, el clásico, no; en el clásico sí estás interpretando, pero estás repitiendo las notas que otro compositor escribió, entonces le dije a Memo: “ayúdame a cambiarme a tu grupo” y así, con el mismo sueldo, pasé al grupo de Orbis Tertius, en 1977.
Además de tocar con el Orbis, formé muchos grupos, con todos los músicos buenos de aquí; uno fue Latinital, donde tocábamos música italiana antigua, pero en jazz. Había dos percusionistas, uno era Helio García y el otro era Pedro Miguel; estaba Javier Cabrera en la marimba; estaba un bajista eléctrico que ya murió, muy joven, se llamaba Billy, y yo en el sax. Fue un grupo muy interesante, pero no duró mucho. Después formé otro grupo que se llamó Mefistófel, ahí estaban Marcelo Dufrane en el violín, Lucio Sánchez en el bajo eléctrico, Alci Rebolledo en la guitarra y yo en el sax; fue un grupo muy bueno, tocábamos muy contemporáneo y participamos con un grupo de danza que se llamaba Mudanza, hicimos varios conciertos en la Sala Chica, de danza y jazz; fue muy interesante, pero también duró poco.
Con apoyo de la Universidad Veracruzana armé un grupo en el que junté a las cuatro artes: danza, música, teatro y pintura. Tocábamos música mía; había un pintor chiapaneco, ya no me acuerdo cómo se llamaba, que pintaba ahí, en el escenario, con las luces, las impresiones, las emociones; entrábamos con máscaras, las máscaras que dan vida. Ese grupo se presentó en la Sala Chica dos veces, nada más. Siempre tuve la idea de hacer cosas diferentes y juntar todas las artes fue muy padre.
También formé un cuarteto que se llamaba Four Winds, los cuatro vientos, donde estaba Alci Rebolledo a la guitarra, yo al sax, Arlan Harris a la baterista, él tocaba también en Orbis Tertius y, al contrabajo, Andrés Dechnick, que toca en la Orquesta Sinfónica. Éramos un polaco, un italiano, un mexicano y un norteamericano. Esto tampoco duró mucho, no sé si seis meses, un año, no sé; tocamos conciertos en El Ágora y en varios lados.
Formé varios cuartetos y quintetos y todos duraron poco, por una razón o por otra, pero también así es la vida y así es el jazz, hay que cambiar los elementos porque cada uno te da un entusiasmo y una emoción diferente; al tocar fijo, siempre con la misma gente, se enfría uno.
Ahora está el JazzUV, qué bueno, pero se toca más con el cerebro; antes tocábamos con el corazón, eso tienes que escribirlo.
(Continuará)
CONTACTO:https://www.facebook.com/pages/El-jazz-bajo-la-manga/112661338768699