Las acciones en el campo, pasadas y futuras, impulsadas desde el neoliberalismo proceden de una ideología que, para el caso del agro, están asentadas en losagronegocios y tecnológicamente en el modelo agroindustrial, que impulsa el uso de maquinaria, agroquímicos (pesticidas y fertilizantes), nuevas variedades genéticas, cultivos transgénicos sobre medianas y grandes propiedades, encadenados a los monopolios comerciales.
Para una mente neoliberal, lo anterior permite competitividad, productividad y progreso, tres palabras mágicas que cada vez convencen menos. Como si fuera un programa insertado en sus cabezas, los técnicos, productores y funcionarios neoliberales creen en todo ello ciegamente como un feligrés mantiene la fe en su dios.
Se debe echar abajo el mito de que para modernizar el campo solo existe un camino. Hoy disponemos no solamente de suficientes evidencias científicas que cuestionan de raíz ese dogma, sino de innumerables ejemplos, concretos y reales, de que es posible una modernización alternativa basada en la agroecología, la producción cooperativa, la vida comunitaria, la cultura rural, la historia agraria, las instituciones sociales (ejidos y comunidades) y una investigación científica y tecnológica basada en paradigmas contrarios al de la agroindustrialización.
Hoy se puede ilustrar ampliamente que el modelo agroindustrial es una forma perversa de producir alimentos y otros bienes por seis simples pero patéticas razones. Primero, porque genera severos impactos al ambiente. No solo contamina aire, suelos, aguas profundas, ríos, lagos y mares al esparcir todo tipo de agroquímicos, sino que afecta poblaciones de innumerables grupos de animales y plantas.
También genera deforestación de amplias superficies, reduce la variabilidad genética de los cultivos, lo que disminuye la resistencia ante posibles plagas y enfermedades, y utiliza enormes cantidades de energía provenientes de los combustibles fósiles, por lo que se la ha llamado petroagricultura.
La tercera razón atañe a los alimentos que consumimos. Mientras los de origen vegetal vienen cargados de venenos (pesticidas) y a pesar de su atractiva apariencia son deficientes en sus contenidos nutricionales, los de origen animal provienen de gigantescas granjas donde conviven cientos o miles de animales, mantenidos a su vez con alimentos industrializados, hormonas, antibióticos y otras sustancias tóxicas que ingerimos al comer su carne.
La cuarta razón está ligada a los cultivos transgénicos o genéticamentemodificados, por sus potenciales riesgos de contaminación genética y los efectos sobre la salud de quienes los consumen, hecho cada vez más documentado por patólogos y genetistas.
La quinta razón, que se fue delineando en los años recientes, es el efecto de la agricultura industrializada sobre el balance ecológico del planeta. Hoy se estima que entre 25 y 30 por ciento de los gases que producen el efecto invernadero, es decir, el calentamiento global, proceden del complejo agroindustrial: producción, transporte y transformación de alimentos.
El último impacto es de carácter sociocultural y adquiere la forma de etnocidio: el modelo agroindustrial requiere de grandes propiedades para ser rentable y ello supone la expulsión de miles de pequeños productores tradicionales o campesinos por la vía legal (contrarreformas agrarias) o ilegal (diferentes formas de violencia).