De los pies, a las manos, al cuerpo en pleno; ese fue el camino mediante el cual la música tomó posesión de Javier Cabrera, percusionista que ha transitado los caminos del jazz, de los ritmos y rituales heredados de la tercera raíz, de la danza, del teatro, de las grabaciones. Una vida entera hecha a mano:
Maderas que cantan con voz de Javier
Yo nací en Emiliano Zapata, Tabasco, un pueblo que está a media hora de Palenque. Cuando estaba chiquito lo que escuchaba era la marimba, no había más música en vivo que ésa. La marimba era parte de todas las actividades sociales: bautizos, casamientos, cumpleaños; se usaba para todo. Posteriormente, empezaron a surgir las marimbas orquesta; le agregaron contrabajo, saxofón, congas, etc., pero en un principio era la marimba solita y eso era lo que oía yo de música en vivo. En el callejón de la casa de mis padres había una cantina que se llamaba El As de Copas que funcionaba desde muy temprano hasta bien entrada la noche con una rockola; ahí escuchaba a Daniel Santos, El Charro Avitia, Pedro Infante, Jorge Negrete, Lucha Reyes, etc.; estaba casi frente a la ventana del cuarto donde dormíamos mis hermanos y yo. Nos acostumbramos tanto a oír la rockola de la cantina que las noches en que no había luz o por algo no había música, era terrible y lo que hacíamos en esos momentos era escuchar la radio. En esa época se acostumbraba escuchar la frecuencia de onda corta; por la posición en que estábamos, sintonizábamos estaciones de Nicaragua, de El Salvador, de Cuba y de Miami, y era maravilloso estar escuchando esas estaciones en la noche. Era una época muy bonita, todavía no había llegado la televisión por allá, las carreteras tampoco estaban muy desarrolladas, o sea, el sur y el sureste de México fueron las regiones olvidadas por mucho tiempo; las vías de comunicación eran por barco o por avioneta, de hecho, de mi pueblo a Palenque, que ahora te haces media hora, te aventabas 10 o 12 horas en caminos vecinales, si es que no te encontrabas un árbol caído o un lodacero y ya no pasabas.
No fue pie con bola, fue con tarola
Yo siempre he dicho que a mí la música, desde la infancia, me entró por los pies porque antes de ser músico fui bailarín, me dediqué a bailar música folclórica mexicana. No pertenecíamos a ningún ballet sino que era parte de las escuelas. Desde la primaria bailé mucho y concursé muchos años y ganaba el premio estatal de zapateado, por eso siempre digo que la música me entró por los pies y de ahí el amor, la pasión por la percusión, porque era una cuestión muy rítmica.
A caballo, Tarumba…
Aunado al gusto por el zapateado, otro de los entretenimientos que había en el pueblo eran los caballos; no había otra diversión, era una zona ganadera y todo el tiempo era andar a caballo con tíos, con mi papá, con parientes, con amigos. Cuando hicieron un lienzo charro en La Libertad, Chiapas, me hice charro; estaba muy chavito y fui charro hasta los quince años que me fui a la ciudad de México a estudiar la prepa, porque en el pueblo no había más que secundaria.
Vámonos de Tabasco, aunque Tabasco sea un edén
Al llegar a la ciudad de México cambié la silla charra por una silla de bataca rock y ahí empecé, en los setenta, a tocar rock. Llegué como en el 70 o 71; fui casi conejito de indias de los CCH, uno de los triunfos del movimiento del 68, y desde entonces me empecé a enrolar con el rock pues para mí y para mucha gente de esa época, era la única alternativa porque no teníamos cabida en ninguna escuela de música; no había lo que hay ahora, escuelas de jazz y escuelas de música popular y todo eso; lo único que había para el que quería estudiar música, era música clásica, esa era la única visión y hasta la fecha es así en los conservatorios y en las facultades de música; es una línea totalmente europea. Poco a poco se ha ido ganando terreno hacia la música popular, la música de baile, la música de jazz pero, realmente, en esa época, lo que nos formaba era el rock.
Was a rolling stone
Mi primera batería fue una Rockstar que había pertenecido a Javier Batiz quien, por cierto, fue maestro de Carlos Santana, nada más que la gloria se la llevó el otro porque se movió y estuvo en la esquina y en el lugar indicado, a la hora indicada y se llevó todos los triunfos y logros. En esa época, uno de los primeros grupos de rock fue el de Javier Batiz. Realmente, los que empezaron a tocar rock and roll no eran rockeros; Chilo Morán fue uno de los primeros que, dentro de las piezas que tocaba, metía algo de rock and roll; a mí me tocó tocar con él, de hecho, vivía a la vuelta de mi casa en la Narvarte, él vivía en Palenque y yo vivía en Petén, entre Matías Romero y Chichén Itzá;
a él le decías, “qué estilo quieres, Chilo, en qué ritmo tocamos”, a gogó, decía. A gogó era, en esa época, algo muy moderno, con influencia gringa. Esto fue en los años cincuenta, más o menos, mucho antes de que aparecieran Johnny Laboriel, Enrique Guzmán, César Costa y todos estos que eran como los fresitas del rock and roll. Hacia finales de los años sesenta salieron grupos como los Teen Tops, Los Locos del Ritmo, toda esta gente; pero las tremendas bandas de rock se generaron, más que nada, en los setenta. Para mí, una de las mejores bandas de esa época fue La Tinta Blanca, pero estaban también los Dug Dugs, Three Souls In My Mind, que ahora conocemos como El Tri, La Revolución de Emiliano Zapata y otros. Los setenta fue una época de mucho movimiento, había muchas bandas y se acostumbraba tocar en fiestas que duraban toda la noche.
Con fusiones
Después empezó a haber una penetración muy fuerte de música brasileña y eso empezó a alivianar un poco lo absolutamente rockero, y empezaron a hacerse fusiones del rock con el bossa, con el jazz y a surgir grupos que hacían mezclas con estilos de mayor armonización y de mayor musicalidad en cuanto a desarrollo de la improvisación. En la época del rock, yo tocaba con un grupo que se llamaba Albatros, formado por músicos de la Escuela Superior de Música; era una bandota que tenía trompetas, trombones, violines, etc.
Negro, negro con Sentido
Después de eso, un día vi un letrero que decía que necesitaban baterista y fui a preguntar, hice una prueba y empecé a tocar con un grupo que se llamaba Sentido, que estaba apadrinado por Pepe González, que todavía vivía en la Ciudad de México, y por Arturo Castro; tocábamos una fusión de samba y bossa nova y había un ensamble de voces que imitaba el trabajo que habían desarrollado los hermanos Castro; dentro de ese grupo estaba Mijares, que todavía no era conocido, era vocalista del grupo, y estaba Enrique Pimienta en el saxofón y dos hermanos, Nacho y Michel, que eran hijos de unos coroneles y eran así como los chavitos fresas de la San Ángel Inn, muy cerca del Ágora que estuvo en Insurgentes muchos años. Estuvimos como un año o poco más de un año tocando ahí y eso fue un cambio en mi vida; pasé de tocar puro rock, rock, rock todo el tiempo, a tocar otros estilos como el bossa, como la samba y ahí empecé a incursionar en la música afrocubana.
(Continuará)
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