Me lo contó, entre risas, como uno de los momentos más memorables de su gestión. No revelaré su identidad, me limitaré a narrar el hecho que me fue referido por el innombrado como cierto.
Aceptó la candidatura a la alcaldía solo por sacar un poco a su municipio del atraso, por hacer algunas mejoras, por llevar un poco de luz. No le interesa la política, ni antes ni después de su trienio ha tenido actividad pública alguna, sólo quería ayudar a su gente y lo hizo como pudo.
Su pueblo está en la sierra, muy arriba, más allá de las cascadas, en el lugar donde nacen las nubes; pero la música está en todas partes. En las festividades patronales, en los cortejos fúnebres y todos los domingos, de entre la neblina surgen las notas de alguna de las tres o cuatro bandas de viento de la región. Cotidianamente, del mediodía al anochecer, los parroquianos de las tres cantinas son agasajados con la voz plañidera de Nabor, el solitario intérprete de boleros, rancheras y corridos, hombre bajito y regordete, risueño y parlanchín. El cura instruye a los jóvenes en los artilugios de guitarras y mandolinas que vierten todo su fervor en homilías, bodas y bautismos. Esos son todos los músicos que hay, las orquestas para los bailes son llevadas de Xalapa o de Perote.
Uno de sus sueños más caros era sembrar la semilla del jazz, como primer paso convocó al pleno de los músicos locales y de los municipios aledaños para que acudieran a la Casa del Campesino, donde daría una sesión iniciática.
En el introito, narró el encuentro poco afortunado de dos culturas de colores diferentes; habló de la gran musicalidad de los hombres traídos, con métodos poco amables, del continente negro; explicó que el jazz nació en los Estados Unidos pero se ha extendido a todo el mundo, que es una música universal porque nació en América pero fue hecha por hombres que venían de África, utilizando instrumentos de origen centroeuropeo. Finalmente, comenzó la sesión musical apegado a un plan que consistía en partir de lo más ligero y digerible e ir avanzando hacia formas de mayor complejidad.
Comenzó con una balda de Chuk Loeb, Eternal Flame, y para contrarrestar el letargo que pudiera causar el guitarrista, continuó con algo un poco más rítmico: Geraldine, de Yellowjackets. Hizo una pausa para medir el impacto del primer embate, un chirrido desordenado de sillas y la estampida de las pupilas en busca de un rincón donde esconderse, fueron la respuesta. Sin desanimarse, prosiguió:
—Esto que escuchamos es jazz, sí, pero es un jazz muy comercial, ahora vamos con algo más auténtico.
Waltz For Debby, de Bill Evans, tuvo la encomienda de internarse en las honduras de las sensibilidades y Spain, de Chick Corea —interpretada por su banda acústica—, la de ser el cerrojo contundente. Según su predicción, el contraste entre el lirismo exacerbado del poeta del piano y el poderoso beat de la trinidad Corea-Patitucci-Weckl, tendrían un efecto persuasivo infalible. Al terminar el bloque, los ojos se agrandaron, los labios se enjutaron y el silencio comenzaba a ser incómodo, hasta que irrumpió la oportuna voz de Nabor:
—¿O sea que eso es más jazz?
—Bueno, sí, de alguna manera es más jazz
Tocaba el turno al jazz vocal. A la alegría desbordada del Hello Dolly, de Louis Armstrong, siguió la voz de Ella Fitzgerald que, acompañada por la orquesta de Duke Ellington, derrochó todo su virtuosismo en Mack The Knife. Aunque no estaba considerado en el programa, no pudo resistirse al Stormy Blues, de Billie Holiday, para cerrar la ronda.
—¿Y eso es más jazz?, volvió a inquirir Nabor.
—Pues esos son los orígenes, de alguna manera, sí, es más jazz.
Después vino el relato de las jam sessions de la calle 118, y el Be Bop llegó con las asonancias de Thelonius Monk y el derroche de notas y la hipervelocidad de Charlie Parker. Y, después, el Hard Bop con los quintetos de Miles y los Jazz Messengers de Art Blakey. Y el jazz modal, con el inevitable Kind of Blue. Tras cada exposición, sobrevenía la voz del trovador:
—¿Eso es más jazz?, pregunta que obtenía, en cada ocasión, una respuesta similar:
—Bueno, sí, de alguna manera…
Avanzaba la tarde paralela al desarrollo de la charla que, como el cielo, se iba poblando de neblina cerradita. Cuando llegó el turno del jazz rock, Weather Report, Mahavishnu Orchestra y Return To Forever llenaron el recinto de guitarras eléctricas, sintetizadores y demás estridencias; y ya, en el colmo de la catarsis, cerró con dos de los más puros representantes del free jazz: Ornette Coleman y John Coltrane.
El silencio era, ahora sí, impenetrable. Las palomas huían despavoridas. Las pupilas vagaban en busca de sus órbitas. La gélida brisa que se infiltraba daba pretexto a las toses y los carraspeos. Y cuando todo parecía perdido, de entre la niebla, como la música de la montaña en las celebraciones y los funerales, emergió la vocecilla salvadora de Nabor:
—Yo sí entendí: entre más feo…más jazz.
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